14 de diciembre de 2011

(Charlie-salida-27). Del amor y los amores.


Henri Cartier-Bresson. Ojo al bretón: pariente de mi perra Muñeca.
                Siendo uno el amor, son, sin embargo, muchas las relaciones humanas que pueden calificarse de amorosas, pero eso sí: en distintos grados y de distinta naturaleza. El amor filial, aquel que tiene el hijo por el padre, siendo amor, nada tiene que ver con el amor fraterno, el amor esponsal o el amor de benevolencia… En algún lugar leí que el amor de benevolencia o amistad para un japonés tiene once grados, lo que debe ser muy esclarecedor, pero no menos complejo.
               El caminante no tiene mucho tiempo para detenerse en aspectos relevantes, pero complejos para la altura de estos papeles en la red. Por ello, este charlie quiere hablar del amor esponsal porque del amor benevolente, de la amistad, hablará en un tramo próximo. Allá que vamos.
El compromiso firme de todo verdadero y sincero amor se concreta en conocer más y más, mejor que bien al otro, sin descanso. El amor no cesa de mirar al ser amado. Lo contempla para conocerlo mejor. De ahí que sea execrable, decía Julián Marías, peligrosa, la frase lo conozco como si lo hubiera parido, es decir, parece que el amante pone techo a su conocer y, por tanto, a su amar. No se puede amar lo que no se conoce. Amo y amo más cuanto más conozco al ser amado, insisto, de ahí que el aumento del conocer aumente el amar. Al igual que existe un circulus vitiosus, un encadenamiento en lo malo, de lo negativo, un no que condiciona a otro no, que se encadenan, que aíslan cada vez más, lo mismo existe un circulus sa­lutis, un anillo de salvación, en el que un genera otro . Quiero conocer sin tasa al ser amado.
De la razón por la que se ama… Hace unos días andaba a vueltas con la neurofiolosofía. Si por un accidente perdemos el lóbulo frontal… parece que podemos dejar de ser nosotros mismos: el amor, se ha dicho, es poco menos que una secreción glandular o un bien bajado del cielo por vía de flechazo, según poetas. A lo mejor el amor es una evidencia que no necesita demostrarse… Sabemos que el amor, una vez comenzado, una vez prendido no necesita razones: El amor no tiene espacio, no tiene tiempo, no tiene medida, carece de límites, la medida del amor es el amor mismo; si amas, haz lo que quieras…, afirma el sabio santo de Hipona, San Agustín.
El enamoramiento en tanto que pasión, en tanto que emoción se pasa. “Ya no estoy enamorado”, me dice alguien tras tres años de relación: lógico. El enamoramiento debió dar pie al amor. Ortega dice del enamoramiento que es la distracción de la atención. Hay una persona que me atrae, que me obnubila de pronto, unas manos y una sonrisa, un rostro y un modo de hablar, de moverse, de decir…: caigo rendido por el enamoramiento. Me quedo colgado de esa persona. La atención se olvidó del resto y se centró en esas sonrisas masculinas y en un penetrante olor a… ¡me  he enamorado!
               Prendida esa llama amo porque amo, amo para amar. El amor es a la vez causa eficiente y causa final del amor. Comienza así, por un oscuro impulso, irracional quizá, pero inicio… y  las razones vienen después; el corazón tiene sus razones que la razón no conoce, como escribe Pascal: es su famoso orden del corazón. ¡Ah mi amigo!: el amor es la poíesis platónica, capaz de hacer el ser donde estaba el no ser. El amor como la maravillosa fábrica de Willy Wonka –qué gran libro Charlie y la fábrica de chocolate- elabora todo tipo de productos: el amor crea sus mitos, embellece lo visto por los ojos de la persona amada, objeta a lo que el amor no acepta, no admite y así todo se ilumina y oscurece con un extraño compás.
               Te amo y te conozco, te voy conociendo y más te amo… ¡Qué lejos quedó el enamoramiento! “¿Te acuerdas de aquella burbuja en que vivimos un tiempo?”. El proyecto de la ilustración nos contó, nos insistió, nos quiso convencer que somos razón hasta las cachas… y resulta que olvidó que también somos animales… Animales, racionales, dependientes… ¡Qué bueno, realmente, que tú existas!
               Las nubes, en este inicio del camino al amanecer, se dejan pintar de rosa por apenas unos rayos que pugnan entre oscuros nubarrones. “Algodonosas”, escribí siendo un niño: “Eso no existe”, me dijo mi maestro y tachó esas nubes rosáceas, algodonosas de un amanecer arduo, pero ilusionante siempre. ¡Qué bueno que tú existas!

Henri Cartier-Bresson. El amor sobrelleva casi todo.

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