17 de agosto de 2011

El tempo de mi escritura…

Tres flores renacen entre el polvo de la guerra.
    Dos anécdotas distintas que conducen a lo mismo y pretenden explicar mi silencio bloguero.
    Contaba Miguel Delibes que Carmen, su esposa, quiso para él un pequeño apartamento donde pudiera escribir sin la bulla de sus muchos hijos en el hogar familiar. Carmen fue los pies y las manos de don Miguel mientras ella vivió. Murió joven. Dejó desolado al escritor que luego pudo contarlo en Señora de rojo sobre fondo gris. Carmen alquiló el apartamento. Lugar amable, silencioso, elegante, cómodo… Allí se fue don Miguel con sus trastos de escribir. Se alejaba de las interrupciones propias de un hogar bullendo de niños que entraban y salían, de un teléfono cantarín y charlatán. Ya allí, en el apartamento. Quiero recordar –para quienes sean de Valladolid- que el lugar elegido estaba por el Campo Grande y en un edificio especialmente alto, no recuerdo más y es posible que todo no sea exacto. Allí don Miguel, a sus anchas y largas, con todo el viento en popa, todo a favor… ¡no era capaz de escribir un maldito renglón! El silencio lo apabullaba. La soledad lo angustiaba. El pulso temblón y las ideas fugitivas le impedían dar puntada de tinta sobre renglón. Se acabó. Hubo que cerrar el apartamento y volver a la batahola, a la casa, al calor del hogar, a los ruidos, a las paredes conocidas, a las interrupciones de los niños. Un neurótico como don Miguel no admitía el cambio.
La lucha que no cesa...
    Segunda anécdota. En el prólogo a la Antropología metafísica, hablo de memoria, escribe Marías, don Julián, que en varias ocasiones intentó abordar ese libro. Todo intento se mostraba inútil, escurridizo y esquivo: No estaba a la altura necesaria para poder acometer la empresa. Había que esperar. Allá por los comienzos de los setenta llegó el momento. Otro tanto me sucedió a mí con la lectura de esa obra, pero ese es otro cantar.
    Albañiles por la casa, fontaneros, carpinteros, herreros… Los perros azorados ladran al extraño. La perra chica se larga con cualquiera que abra la puerta camino de la calle. El polvo sobre todo y en todo. El corte y retocado de los azulejos. La radial es un tormento de ruido y polvo. Las plantas están blancas. Me refugio en el despacho. Con la bayeta y el limpia cristales intento mantener sólo la mesa y el ordenador limpios. Las preguntas de quienes trabajan no cesan. Todo es dudoso. Sin orden. La casa es un caos. Nada permanece una mañana en su sitio. Heráclito y el río. Me agazapo en el despacho. Más polvo. Las llamadas telefónicas. El material necesario que llega con retraso o no llega en un julio y un agosto donde todo amenaza con cerrar, está de vacaciones o cerraron para siempre. Me voy a correr. La prima de un tal Riesgo, que tiene que ser una madama con dos cojones, amenaza con chulearnos a todos y ponernos a hacer la calle. Rehacer el trabajo ya concluso: lo hecho está mal. Intento pensar algo. Las ideas fluyen, pero no tengo el tempo que necesito para sentarme a escribir.
Desde mi refugio
     Retomo con calma el blog. A ver si soy capaz de volver a editar y servir por este  medio. Veo que las visitas están bajo mínimos. En realidad no me visito ni yo… Un calor estragante, mas vuelve el sosiego relativo, necesario.

4 comentarios:

  1. No me visito ni yo, qué bueno, en fin, Antonio José, compruebo que al cabo te has pertrechado en un penúltimo rincón becqueriano, para dejarnos ver que a pesar del caos, del lío, de Heráclito, y del follón reformador, continúa tu maravillosa prosa incólume.
    Grandes abrazos blogueros

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  2. Yo tiré un medio tabique hace casi ná y ¡qué pavor! Vamos a leerte.

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  3. ¡Hombre! ¡Por fin!. Que no digamos ni pio no quiere decir que no haya visitas.
    En Jaén y en agosto, ya se sabe: trasiego de personas, limpieza de enseres, mudanzas, obras propias y adyacentes. En fin lo que se dice un veraneo en regla. Para "mear lacre" (con perdon) que diría mi padre.

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  4. lo peor no es no tener tiempo para escribir, sino para leer. Mis "albañiles" no hay cuyons de echarlos...

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