20 de julio de 2011

Alejandro Llano, “Segunda navegación”.

    Como es lógico, en la anterior entrada, me dejé en el tintero muchas de las notas que tomé de Olor a yerba seca de Alejandro Llano, pues no en vano es un libro con cierta densidad y muchas páginas. Entre otros detalles me acordaba ahora que la narración de su infancia y de su adolescencia me remitió a La vida nueva de Pedrito de Andía, pero con la densidad de lo real no edulcorado. Quede consignado, entre otras que dormirán en mis folios. Otro tanto sucede con esta Segunda navegación.
    La obra que ahora comento poco tiene que ver con el Olor a yerba, pues abandona el orden cronológico y aborda sus recuerdos más por aquello que le ocupó y le interesó, sin mucho orden, y al hilo de ello rememora hechos concretos de su biografía. Esta segunda rememoración es más una autobiografía intelectual que autobiografía a secas. En ella repasa los que han sido y son sus intereses intelectuales, académicos, personales… En todos ellos se demora capítulo a capítulo: así la reflexiona sobre la educación; sobre Fernando Inciarte, su amigo y maestro, malogrado por un cáncer; la Universidad de Navarra: gran parte de su pasión vital académica; a sus hermanos uno a uno; a sus padres; a temas que trató en su filosofía. Va y viene en el tiempo y no le importa reproducir textos anteriores…, ideas ya expuestas en Olor a yerba seca.
    En esta Segunda navegación no tiene Llano apuro para desnudar ante el lector su mundo íntimo e incluso su intimidad, superlativo de íntimo. Comenta el sentido de su celibato apostólico en su existencia; el contenido de una confesión antes de entrar en el quirófano donde le espera una operación compleja e incierta; la sima insondable de la depresión por agotamiento del 96; el amor a sus hermanos y sus padres vivos y muertos… Encontramos también al Llano que comenta sus idas y venidas en el mundo intelectual: viajes, lecturas, encuentros, sorpresas, descubrimientos, decepciones.
Fernando Inciarte

    Mientras leo pienso que una biografía concertará o no con el lector en la medida en que éste concierta con el biografiado. Me temo que difícilmente podrá soportar la lectura de esta obra quien se halle en un polo opuesto, entiendo, intelectual o espiritualmente, al de Llano. ¿Qué puede pensar el cínico agnóstico ante confesiones que el autor hace? Estoy por asegurar que sentirá el desprecio de la jactancia y considerará ridículo lo que Llano plantea y cómo lo plantea para su vida y, como mejor, para todos. Defensa de la vida, de la dignidad de las personas, del bien, preocupación por el prójimo, voluntariado, afán de servicio… todo esto quedaría expuesto a la vindicta pública para ser ridiculizado, creo, me temo. Por el contrario, sin embargo, quien sintonice con los planteamientos sociales, espirituales, intelectuales del autor verá al hombre que ha hecho de su vida una alfombra donde su afán ha sido que los demás pisen blando: sus alumnos, sus amigos, los prójimos, un mundo que puede y debe ser perfeccionado y aproximado, por la corredención pendiente, a un Dios que sobre todo es Padre.
    Treinta y cuatro años ha dedicado a la docencia universitaria Llano. Muestra el autor un concepto claro sobre qué quiso como profesor, como rector… Qué entiende por las relaciones que se establecen en el aula -¡y fuera de ella!- entre el profesor y sus alumnos… y, servidor, modestamente, con sus veintinueve años de docente, se suma a ello sin quitar ni poner un ápice.
    Vuelve a novelar como Funes el memorioso, ya lo anoté cuando hice la crítica de Olor a yerba seca. Muestra en ello el autor sus muchas lecturas noveleras, pero desluce la autobiografía. Es opinión y por tanto no respetable.
    Personalmente me resulta muy interesante esta autobiografía de sus ideas y planteamientos porque me parecen sustanciosos y sustanciales. Lo que habla de la amistad; de la lectura; la crítica a los planteamientos políticos de la derecha, la izquierda y el centro en una nación donde todo parece oscuro y arbitrario, inane…
    Añado que la prosa de Llano es amable, dúctil, novelera por momentos… Todo muy propio de la cortesía que pedía Ortega al filósofo: la claridad.
    No serán pocos quienes al juzgar el libro sientan el rencor contra la excelencia, una excelencia aún no, que todavía está en marcha, pues como dice su amigo Leonardo Polo: todo éxito es prematuro. VALE.

4 comentarios:

  1. Excelente reseña, Antonio, respetuoso y admirado acercamiento a Alejandro Llano, a quien no conocía. Un saludo

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  2. En múltiples ocasiones, tanto en "Segunda navegación", como en "Olor a yerba seca", Llano habla de sí como una persona "desconocida", "no conocida", "no famosa"... en comparación con muchas de las personas que conoce, con quienes se trata, con quienes se codea, colabora, estudió, etc.: Juan Luis Cebrián, Gregorio Peces-Barba, Herrero de Miñón, Sánchez Asiaín... El calado del pensamiento de este filósofo, su excelencia personal, lo hacen recomendable, admirable. José Antonio, su obra merece la pena que la leas... Un abrazo y gracias por tu comentario y tu visita.

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  3. No conozco la obra y tampoco al autor pero parece tener buena pinta.
    Saludos.

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  4. Uff. Acababa de contestarte, Titania, y parece que he perdido la respuesta que te daba. A ver. Venía a decir, que muchas gracias por tu comentario. Me alegró acertar con las dos obras de Llano; es desagradable invertir tiempo en obras malogradas o deficientes. Llano es autor seguro para quien participe del gusto por la discusión racional, del sentido común... Algo así. Feliz semana y un cordial saludo.

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