19 de julio de 2011

Alejandro Llano, “Olor a yerba seca” (II).

     Llano es sobre todo un niño, un adolescente y un joven un pelín patoso que lee. Él mismo lo confirma casi al final de la obra que bien pudiera haberse titulado Memorias de un lector. Estudiante de ciencias, pasa en su preu a letras, con el disgusto de su padre, el desconcierto del director de El Pilar y seguido por su amigo Carlos Mellizo.
    Recoge Alejando Llano en esta obra sus primeros cincuenta años. Como escribí en la entrada anterior, me llamó la atención de sus primeras páginas la frescura de su narración al principio, aunque poco a poco ese tono narrativo se va perdiendo. La clave está en que Llano pasa de él a sus hechos. Poco a poco su memoria se desplaza de él hacia lo que hace. Deja de contar ya qué siente para narrar qué piensa y qué hace. Quizá algo de todo esto comprende en su último capítulo y allá por la página 510 afirma que es “inviable estilizar el presente”.
    La reproducción de largas conversaciones supuestamente al pie de la letra, con sus puntos y comas, lo convierten sin ningún género de duda en pariente de Funes el Memorioso y quizá estaban de sobra, como también pudo hacer gracia al lector de explicaciones filosóficas que, supongo, van encaminadas a sus colegas, como justificación de sucesos, hechos, decisiones, etc. académicas, líneas de investigación, visiones de autores o realidades.
    En estas memorias, como en todas, dicen, se produce un cierto ajuste de cuentas. El autor no se corta un pelo a la hora de llamar a la realidad por su nombre y así no le importa hablar del falangista Martín Villa quien, después de patear el arco parlamentario, recaló sin pausa en Prisa. También, lógico, se explica por derecho y con calma con respecto a por qué actuó o dejó de actuar de determinado modo ante sucesos políticos o académicos. Me llamó la atención, que yo ignoraba absolutamente: su participación en muchos hechos políticos o entresijos del acontecer nacional de los últimos años… Siempre me pregunté por qué este hombre no salía a primera fila y así ha sido: dio la cara como rector de la Universidad de Navarra, pero no es persona que haya tenido cancha –o no la quiso o no se la dieron- en programas de televisión, de radio, donde podría haber, quizá aportado, infinitamente más que muchos cantamañanas que nos aporrean con sus necedades a diario.
    Me llama la atención la defensa que hace de Leonardo Polo: otro genio en la sombra. Creo que en el capítulo que le dedica a este otro maestro da cuenta y razón, en pocos trazos, de realidades que me costó también comprender.
Puertos de Maravio

    Cuando ya está echando el telón del capítulo que cierra el libro, le entra la bulla por poner en claro lo que considera de más relevancia. No tiene inconveniente en volver a repetir lo que ha sido su afán de todos esos años: la enseñanza y la investigación en la universidad; su deseo de servir a España sin la vulgar grandilocuencia del político nefasto; su compromiso irrevocable con Cristo en quien firmemente cree, sin pensar en absoluto que razón y fe sean antagónicas; hace también balance de sus libros y la mayor o menor fortuna que éstos tuvieron… En fin, nos emplaza en un segundo volumen, Segunda navegación, que comentaré en otro momento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario