27 de junio de 2011

Segundo: Yo, mí, me, conmigo…, charlie.

    He vuelto a explicar la diferencia que existe entre ser feliz y estar feliz… Paso ahora a lo que me dicen muchos. Por ejemplo, mi amiga el Patio (no deje de visitar su amable blog: Suturas y segundas intenciones) me insiste, como otros, en que la felicidad depende de cada individuo, que según y cómo. Creo que algo ya dije sobre el particular en la entrada Cada uno baja las escaleras… (con letra de Serrat).
    Vamos a ir por partes. Es cierto, creo, como escribí, que hay sociedades, familias, culturas, barrios, ciudades… donde es más factible la felicidad: se dan excelentes condiciones para su cultivo y crecimiento. Hay situaciones que están en el límite de la condenación a la infelicidad de por vida, casi; aunque siempre hay resquicio para respirar por él y hallarla, advierto.
    Son innumerables quienes repiten la definición de libertad, cuyo origen desconocen, y que es de Stuart Mill: mi libertad termina donde empieza la de los demás. Esta definición es excelente para los poderosos, pues su libertad se puede extender ilimitadamente, sin conocer las lindes de la supuesta libertad de los demás y dejar a éstos más pegados que una pellejo a una pared (piensa, charlie, en los países ricos: ¿quién les pone el cascabel a lo que hacen, dicen, trajinan, maquinan…? “¡Es su libertad en expansión!”). El problema de la libertad está en su definición, aunque no toca hoy ese tema, pero viene al caso… La libertad es la capacidad de hacer el bien. Todo lo que no sea hacer el bien es hacer uso indebido del libre albedrío… Ah, charlie, pero ¿y qué es el bien? Aquello que a todos conviene… ¡a todos! Ahí tienes el bien común sobre el bien del egotista que lo expande hasta laminar al otro.
    El colibrí, el culantrillo de pozo…, por ejemplo, son seres delicados, mimosos, cualquier variación los aniquila. La felicidad, sin embargo, como la verdad, el bien… son realidades robustas, vigorosas que arraigan y crecen con facilidad en casi cualquier terreno y sobreviven ante cualquier adversidad. Hay sin embargo un hábitat que las hace inviables. La felicidad no cría ni vive ni crece en espacios donde está el mal. Es por ello que escribí que el mal es el límite de la felicidad.  
    El mal no se elige. Cuando opto por el mal es porque me he confundido. A la larga, mi error comporta abonar unas tasas. Las abono yo y las abonan quienes se relacionan conmigo, con el mal realizado, etc. Iba a escribir que cree el adicto a las drogas que con ellas es feliz…, pero no es así: pronto descubre que ha generado una jaula que lo encierra, lo limita, lo coarta…, lo hace infeliz y condena a sus prójimos a cargar con una trampa entre el bagaje.
    Me escribe mi amiga El patio: “Contemplar Las Meninas produce felicidad, sentarse a la sombra de una higuera produce felicidad, el abrazo de nuestros hijos nos produce felicidad, un regalo inesperado produce felicidad... Pues eso, Charli, cada uno es feliz a su manera”. ¿Qué hay, mi querida amiga, mi querido charlie, de común en todas esas actividades? Todo lo ahí citado es enriquecedor por ser conveniente a la persona, por ser bueno en distintos grados.
    Cuidado no obstante con las palabras… Creo que las palabras, como decía Saint-Exupéry por boca de mi amigo el Principito… hay que tener cuidado con ellas. Escribe el autor francés en Cartas a su madre: "Y uno se deja llevar por las palabras, las cuales engañan tanto como los sentimientos." Sobre la disquisición de los sentimientos y las palabras animo a leer los libros que sobre ellos escribió José Antonio Marina: La selva del lenguaje, El  laberinto sentimental, Diccionario de los sentimientos. ¿Puede una persona normal –con lo que este adjetivo comporta- vivir feliz a la sombra del sufrimiento de los demás  por el mal que el provoca? ¿Qué se dice esa persona? ¿Qué se dice el terrorista que asesina vilmente? ¡Que está haciendo justicia para su pueblo!, y se convence… Quien hace el mal a sabiendas no es feliz…, puede parecerlo, pero sobre todo es MALO.

2 comentarios:

  1. Hoy he oído en la radio, en el programa de Pepa Fernández "no es un día cualquiera" que la felicidad emana de la coherencia entre lo que uno piensa y lo que hace-vive. En la medida en que uno es coherente, es feliz.

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  2. Perdona, los extremos de mi definición atrapan mucho mejor qué es la felicidad, entiendo. La felicidad requiere al otro, que no se cita aquí o se da por descontado; no se habla del bien y del mal como elementos que participan en el balance felicitario... En fin. No me repetiré. Los aforismos son pisadas en la playa que carecen de origen y finalidad: a veces sirven para tanto que no sirven para nada... Gracias por tu comentario.

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