6 de enero de 2011

Miré los muros de la patria suya, don Francisco.


    Paseo por algunos blogs desde hace unos meses. Observo que abunda la memez: que se cultivan las majaderías con mimo. Me producen hastío las piruetas de los listillos, las cabriolas caprichosas de los chotos de la inteligencia, el conocimiento y el saber que, en sus escritos, sólo dejan burbujas de champán, coloridas pompitas de jabón que no resisten una mirada verdaderamente inteligente y amable. Sus escritos son artefactos débiles. Ignoran quién es Vattimo y que incluso éste viene ya por el camino de vuelta. Lo débil es inseguro, lo inestable es falsamente espontáneo, el ingenio se agota en sí.
    Paseo por algunos blogs desde hace unos meses. Leo a personas amables, educadas, inteligentes, que se entregan a un lector desconocido. Dedican muchos ratos de su ser a este lado del río para esclarecer, para hacer más habitable la existencia. Sus escritos son correctos, amables; se agradecen. Cada uno baja las escaleras como puede, como sabe, como le dejan, pero ahí están… Hermosas imágenes, textos cuidados… Muchas gracias señora vecina de El Patio de al lado.
    Por lo del tabaco, digo yo que menos mal. Uno: que me quité hace un tiempo, de no haber sido así estaría como un tigre en una bañera. Dos…, si me llegan a crecer los pulmones como a la señora de la foto, por la cantidad que fumaba, me hubieran llegado a los talones…      
    Permíteme una reflexión sobre la idea que enuncias más o menos así: Mi libertad termina donde empieza la libertad de los demás. Esta idea es de J. Stuart Mill. Si uno se da una vuelta por sus obras, comprenderá que en su pensamiento se han cocido los garbanzos más fastuosos de los más fuertes. Si la libertad de Tal país empieza donde termina la libertad de los USA, se comprenderá que la libertad de Tal está más pegada que un pellejo a una pared: es decir, es cero. El poderoso, sea en el ámbito, que sea siempre pensará -¡estará segurísimo!- de que su libertad puede y debe ir más allá. Más, más aún… La inteligencia -con la malicia, con la limitación-, que suele ser astuta, busca explicaciones: Hitler habló del espacio vital para el pueblo alemán y empezó a achuchar por Polonia; Stalin habló de liberar a los pueblos y encerró a sus habitantes en el gulag… y mi vecino que no tiene un patio, sino una finca de dos mil hectáreas, aprovecha la nueva derrota del río para cercar unas tierras que son del cauce –y de todos- porque piensa que su libertad llega hasta la orilla justamente… y yo estoy helado en medio del río.
    Como hoy ya fue largo –y luego Lourdes me lo echa en cara-, me retiro. Todo sea escrito con perdón y sin ánimo de ofender, sin catequizar… Por saludar a mi vecina de El Patio de al lado.

2 comentarios:

  1. Y yo devuelvo ese saludo, estimado Antonio José, y no me queda otra que darte la razón, que el poder y la ambición nunca fue amiga de las libertades ajenas, y que el malicioso inteligente siempre supo apoyarse en el derecho para conseguir sus fines. Así fue como Hitler condujo a un pueblo enterito a colaborar en su delirante idea. Su discurso (siempre salido de su puño y letra) conseguía hechizar a la masa.
    Y se me antoja aquí otra reflexión sobre la masa, sobre la capacidad de persuadir al grupo, el contagio colectivo que los despoja de su capacidad para decidir, para valorar. En ese poder radican las guerras, los imperialismos, la destrucción del Amazonas (denuncia sutil pero enérgica la de Luis Sepúlveda en su obra 'Un viejo que leía novelas de amor'), el integrismo islámico... La masa movida por el interés de unos pocos, cercenando libertades ni tan siquiera en beneficio propio sino de ideales absurdos, injustos, aberrantes, de uno o unos pocos.

    Vaya, qué bueno (una vez más), compartir lo que ha suscitado una frase o un comentario.
    Saludos.

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  2. "estar helado en medio del rio...", en tierra de nadie y de todos los vecinos ¿se puede ser mas libre?.

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