28 de enero de 2025

 Ratzinger, Joseph, EL ESPÍRITU DE LA LITURGIA, UNA INTRODUCCIÓN


Hace muchos años leí con mucho afán la obra Iniciación a la liturgia de la Iglesia. Solo recuerdo el libro y nada absolutamente de su contenido salvo mi sorpresa que, por lo visto, no me llevó a aprender nada de nada. Lo siento.

Tampoco recuerdo ahora de dónde saqué la idea de leer esta obra de Ratzinger que leo y casi medito. El asombro, ahora, me lleva a releer, meditar y darme cuenta que ni aprendí nada en aquel entonces y poco sé ahora. Dios se me antoja tras la obra del Papa teólogo como una realidad personal, paterna, pero a quien no conozco apenas, a quien he tratado mucho, pero no me he enterado de que Él es una otredad tan ajena a mí que, por mucho que me acerque a su persona en el Hijo, es más una intuición lo que de Él tengo que un conocimiento. Sé de él por analogía. Comprendo quizá por primera vez de forma fehaciente y casi palpable qué sea la humildad: la distancia entre Dios mismo y el hombre. Por primera vez, tras leer este libro he comprendido, creo, qué sea el “temor a Dios”: es cercanía a una realidad, insisto, personal pero tan cercanamente distinta a mí que se me caen los tres palos y medio que tenía puestos en el tenderete de mi vida interior. Busco y no hallo caballo: no, no me ha caído de ningún caballo, pero tengo esa sensación. Tengo la seguridad de mirar un Mediterráneo que creía conocer, donde disfruté, me enfadé, traté…, he vivido, pero que ahora miro desde una perspectiva absolutamente nueva para mí.

Supongo que todas las almas, como toda persona, necesita… como toda persona en sus distintas edades de unos alimentos también distintos dependiendo también del momento, necesita un tratamiento distinto, un trabajo diferente. No conviene que el bebé ingiera manzanilla de Sanlúcar y langostinos de su costa… Buenos son, pero inadecuados. Las almas, una a una, las personas, una a una, todas somos diferentes y requieren y requerimos un troquelado y un tratamiento distinto según las edades. Tampoco el jamón de pata negra, que tan bien me sienta, es adecuado para el bebé. Da igual, no me molesto en mirarlo, creo que fue Chesterton quien dijo que Dios solo sabe contar hasta uno y ahora, también, esto lo comprendo mejor. Usted y yo somos distintos. No descubro otro mediterráneo: miro el mismo mar desde otra perspectiva. Usted y yo lo tenemos delante y lo vemos de distinto modo. Es lo que hay.



Ignoro si su realidad espiritual, sí, la de usted, lector, tomará una dimensión distinta tras hacerse con el libro de Ratzinger y leerlo y meditarlo ¡o no!, pero le digo el efecto causado en mí este libro cargado de sabiduría y de detalles que alguna vez sospeché y otros nunca hubiera imaginado que existían, para mí y para la comunidad de creyentes que es la Iglesia en la que creo. Afirma el autor “en este sentido, la formación litúrgica actual de los sacerdotes y de los laicos tiene un déficit que causa tristeza. Queda mucho por hacer”.

De momento me dispongo a releer el libro e intento reparar mis deficiencias.

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