Ratzinger, Joseph, EL ESPÍRITU DE LA LITURGIA, UNA INTRODUCCIÓN
Hace muchos años leí
con mucho afán la obra Iniciación
a la liturgia de la Iglesia. Solo recuerdo el libro y nada
absolutamente de su contenido salvo mi sorpresa que, por lo visto, no me llevó
a aprender nada de nada. Lo siento.
Tampoco recuerdo ahora de dónde saqué la idea de leer esta obra de Ratzinger
que leo y casi medito. El asombro, ahora, me lleva a releer, meditar y darme
cuenta que ni aprendí nada en aquel entonces y poco sé ahora. Dios se me antoja
tras la obra del Papa teólogo como una realidad personal, paterna, pero a quien
no conozco apenas, a quien he tratado mucho, pero no me he enterado de que Él
es una otredad tan ajena a mí que, por mucho que me acerque a su persona en el
Hijo, es más una intuición lo que de Él tengo que un conocimiento. Sé de él por
analogía. Comprendo quizá por primera vez de forma fehaciente y casi palpable
qué sea la humildad: la distancia entre Dios mismo y el hombre. Por primera
vez, tras leer este libro he comprendido, creo, qué sea el “temor a Dios”: es cercanía
a una realidad, insisto, personal pero tan cercanamente distinta a mí que se me
caen los tres palos y medio que tenía puestos en el tenderete de mi vida
interior. Busco y no hallo caballo: no, no me ha caído de ningún caballo, pero
tengo esa sensación. Tengo la seguridad de mirar un Mediterráneo que creía conocer,
donde disfruté, me enfadé, traté…, he vivido, pero que ahora miro desde una perspectiva
absolutamente nueva para mí.
Supongo que todas las almas, como toda persona, necesita… como toda persona
en sus distintas edades de unos alimentos también distintos dependiendo también
del momento, necesita un tratamiento distinto, un trabajo diferente. No conviene
que el bebé ingiera manzanilla de Sanlúcar y langostinos de su costa… Buenos son,
pero inadecuados. Las almas, una a una, las personas, una a una, todas somos
diferentes y requieren y requerimos un troquelado y un tratamiento distinto según
las edades. Tampoco el jamón de pata negra, que tan bien me sienta, es adecuado
para el bebé. Da igual, no me molesto en mirarlo, creo que fue Chesterton quien
dijo que Dios solo sabe contar hasta uno y ahora, también, esto lo comprendo
mejor. Usted y yo somos distintos. No descubro otro mediterráneo: miro el mismo
mar desde otra perspectiva. Usted y yo lo tenemos delante y lo vemos de
distinto modo. Es lo que hay.
Ignoro si su realidad espiritual, sí, la de usted, lector, tomará una
dimensión distinta tras hacerse con el libro de Ratzinger y leerlo y meditarlo
¡o no!, pero le digo el efecto causado en mí este libro cargado de sabiduría y
de detalles que alguna vez sospeché y otros nunca hubiera imaginado que existían,
para mí y para la comunidad de creyentes que es la Iglesia en la que creo. Afirma
el autor
“en este sentido, la formación litúrgica actual de los sacerdotes y de los
laicos tiene un déficit que causa tristeza. Queda mucho por hacer”.
De momento me dispongo
a releer el libro e intento reparar mis deficiencias.
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