A Paco Latorre
Publicado
por ABC el 17 de diciembre de 1995, este artículo a muchos es posible
que les coja a trasmano por la lejanía temática o temporal, pero algunos ya
estábamos criados y sabíamos de qué iba el compás de la política española y,
además, hoy nos parece, que es tanto como decir, que me parece a mí
relevante aquello de lo que entonces quería prevenir don Julián a los españoles.
En
aquel momento declinaba el largo gobierno de la izquierda en España que
empezara en 1982, con la victoria electoral por mayoría absoluta de un PSOE
liderado por Felipe González. Uso en esta entrada los términos “izquierda” y
“derecha” que, si confusos y vaciados de contenido, sirven para entendernos.
Empezaba entonces, en aquel 82, lo que muchos llamaban una pasada de España por
la izquierda política, sociológica…, recuerdo en este sentido algún artículo de
Jaime Campmany. Desde la República pasaron décadas sin gobernar la izquierda en
España, pero Marías, como muchos, ya intuía que se iba “a iniciar pronto en
España una nueva etapa, tras la demasiado larga que todavía dura”, afirma el
filósofo. En marzo del 96, efectivamente Aznar ganó las elecciones generales
con minoría.
Tras la muerte de Franco y los
gobiernos de la UCD…, por primera vez gobernaba con mayoría absoluta un
socialismo aún autodenominado marxista hasta el 79, que había estado al margen
de la ley durante todo el franquismo, pero que había sido capaz en la
Transición de ceder y negociar con un rey, con una derecha franquista, con un
PCE que miraba aún a Rusia y con unos independentismos separatistas (País Vasco
y Cataluña principalmente). Para Marías, la previsión de una victoria de la
derecha en el 96, tras un cambio, suscita una advertencia de pensador, que no
de político: el término “oposición” que, usado por la prensa, provoca una
dañina confusión, pues la citada oposición ni es una ni tiene por qué
serlo automática, sañuda y frontal. Y enumera divergencias notables y de
variadas índoles en ese grupo congregado bajo ese genérico término. En ella se
podían hallar defensores de la vida junto a “la más insistente exigencia del
aborto libre”. Llamar oposición a los otros es de suyo ya un modo de levantar
barreras que pronto la convirtieran no ya en adversarios, sino en enemigos (el
muro del que se habla en este 2024).
Para
Marías, la indistinción en los términos que usamos pueden conducirnos a intransitables
atolladeros, a callejones sin salida y, por tanto, conviene discernir de qué hablamos
si realmente queremos “distinguir pulcramente entre los [problemas] que
proceden de la situación política actual, que deben terminar con ella, y los
que proceden de las condiciones objetivas en que España y el mundo que la rodea
y condiciona se encuentran”.
Quizá
alguien pueda asombrarse del inicio del siguiente párrafo escrito por Marías:
“Es evidente que la fase que va a terminar ha estado definida en gran parte por
la corrupción, y que es imperativo evitar toda reincidencia en actitudes
análogas”. Pues ya lo siento, don Julián, no acabó la corrupción entonces, sino
que continuó y aún la tenemos vigente en 2024 y parece admitirse sin extrañeza que
es inherente al quehacer político. Los vicios propios del oficio: el nepotismo,
la cleptocracia, el abuso, la mentira, la deslealtad, la codicia, la soberbia…
son realidades inconcusas del panorama político español. Se puede robar donde
hay, y donde más hay es en los entornos de los distintos niveles estatales y de
gobierno: local, autonómico y nacional.
Si
mala fue la corrupción, y no siendo intrínsecamente mala la mayoría obtenida en
las urnas por el PSOE, sí que lo fue el uso que se hizo de ella: peor que la
corrupción fue el implacable rodillo aplicado por el gobierno, que era la
negación fáctica del otro (de los otros millones de españoles) fue quizá lo
peor. Hoy, en el gobierno actual del PSOE en 2024, sin embargo, comprendemos
que la falta de escrúpulos en las negociaciones entre las minorías muestra que
el superlativo de malo ciertamente no es peor, pues siempre este parece poder
crecer de forma irrestricta, sin tasa. Todo es susceptible de empeorar
geométricamente. Señala Marías la ausencia del consenso, palabra clave,
que se usó (¿y del que se abusó?) en la Transición, dando lugar a cesiones
esenciales para el proyecto inherente de la nación española. Fue el pan para
aquel entonces, convertido en hambre para el futuro que es hoy. Creo que ahí
estuvo el gran error, en la precipitación y la inmediatez con que se actuó. Se
huía de un pasado guerracivilista y dictatorial, se temió al qué podría suceder
tras la muerte de Franco, para ir y no mirar más allá de un presente que no alcanzó
ni siquiera un par de décadas… La miopía, el desprecio, la falta de escucha y
de conocimientos, alicortaron el futuro de toda una nación.
Con su origen
remoto en el término latino SĔNTIRE, con el
significado de: ‘percibir por los sentidos’, ‘darse cuenta’,
‘pensar, opinar’ y con parentesco cercano a una vieja palabra ya usada en el
siglo X en las Glosas silenses, consentir con su origen en CONSENTIRE
‘estar de acuerdo’, ‘decidir de común acuerdo’, nuestro término consenso,
tras el que vamos, de latín consensus, –ūs, es admitido por la Academia en el XIX… El
consenso en su significado etimológico conlleva el compartir, el acuerdo con otros, la
alianza entre varios… Todo consenso comporta hallar ese punto de beneficio para
el común de quienes llegan a él, ojo, ¿pero quiénes consensuaron durante la
Transición? ¡Políticos de distintos partidos!, por lo tanto, partidarios y que
alcanzan acuerdos propicios para sus partes, en beneficio de sus partes. ¿Y el
resto? ¡Ah, mi querido lector! El resto me temo no contaba, no cuenta, tal y
como no existía en la polis griega y la urbe romana: es la democracia
representativa. Cierto que el consenso buscaba quizá lo menos malo, pero no se
hizo con visión de futuro (o se dejó parte de este para que actuara en el
futuro la mano invisible que vendría a arreglar y coser los rotos y los
descosidos: no se sabía ni cómo ni cuándo; lo que, por cierto, no ocurrió y de
aquellos polvos tenemos los lodos de los que ahora nos quejamos, de los
desajuste en nuestra Ley de leyes, la Constitución y sus secuelas, nacidas en aquellas
consensuadas fallas de la transición; cierto que no nos liamos a tiros, pero no
todo fue la balsa de aceite que se nos pintó y contó). Se debió mirar en
aquellos consensos no el presente inmediato y los intereses partidarios, sino proyectar
hacia el futuro y mirar por el bien de todos, por el bien común.
Quizá la miopía de los
políticos de la Transición movió a la nación hacia un bien cuasi inmediato:
alcanzar una democracia que se levantaba y empezaba a andar y que, una vez en
marcha y movimiento, ya se irían solventando los problemas, lo que no estaba
mal, pero insisto: no ocurrió así. Se buscó trenzar la realidad española con la
europea (del “Bases fuera” y “OTAN no” del PSOE de González se pasó a admitir
la inclusión de España en esa organización); se buscó con denuedo y con no pocos
sacrificios por parte de todos (siempre el mochuelo lo soportan los más
indefensos: las clases medias y bajas, en sentido amplio) sumarnos a la
Comunidad Económica europea y… poco a poco se olvidó el llamado “espíritu de la
Transición”, para levantarse democrática e inmisericorde la tan españolísima quijada
de Caín. Del recuerdo amable y vago se pasó al rechazo y el repudio de aquellos
años.
Hoy, lo que vemos en la
formación del gobierno de España, no es un proceso de consenso, sino de amaño y
chalaneo, que distorsiona la realidad y la acomoda al capricho descarado
de quienes realizan la componenda: muy semejante a lo visto en aquel gobierno
de Aznar. Se inventaron las autonomías, como se echan los cabestros a la plaza,
para que metan al morlaco bravo en los toriles. Había dos toros peligrosos,
Cataluña y el País Vasco, menos grave entonces Galicia, pero el resto eran los
mansos, los cabestros que quisieron solventar un problema que no se había solucionado
en las negociaciones consensuadas y venía larvado, como mínimo, desde los años
de la República… Y ese par de toracos aún siguen sueltos por la plaza y solo no
empitonan a nadie en 2024 si se les da lo que quieren, insaciables, y ahí el
PNV (ahora también Bildu) y los partidos nacionalistas catalanes.
Toda
realidad gubernativa fue copada en la mayoría socialista del 82 por miembros de
ese partido. Si ya decía el maestro de Marías que “en general, el político,
incluso el famoso, es político precisamente porque es torpe”, no digamos ya de la
floración que por entonces hubo de inútiles y lerdos ascendidos a políticos: “Como
era de temer, sus miembros no disponían de los talentos y destrezas necesarios
para ejercer esta [la política], y el resultado inevitable fue la
incompetencia, que ha caracterizado todo este período” ¡y que llega hasta
nuestros días sin solución de continuidad! ¡¡Y sálvense quienes puedan, que
quizá sean muchos, pero su condición partidaria no les permite desarrollar sus
talentos!! El mejor y mayor ascensor social en España, desde hace muchos años,
no ha sido ni el mérito ni los estudios en general, sino la adhesión rendidamente
fervorosa a los partidos políticos por la que aventureros sin oficio ni beneficio
se ven aupados a cargos y niveles sociales inimaginables solo por sus lealtades
pretorianas y sus carreras en los partidos políticos.
Cierto
que era grave la corrupción, cierto que fue grave el uso de la mayoría, pero la
consecuencia de la actividad del gobierno, el ordeno y mando de un partido en
exclusiva con la aniquilación de los otros, advierte e insiste Marías, fue
gravísimo, pues quienes no son partidarios de los gobernantes de turno se saben
literalmente des-te-rra-dos. “El gobernaremos para todos los españoles, nos
hayan votado o no” de quienes ganan las elecciones es un tópico hecho a base de
algodón azucarado de las fiestas que se comen las moscas en un pispás. “Si los
ciudadanos no participan activa y eficazmente en esto [en la cosa pública, si
saben que no cuentan], se produce una perversión de la democracia, que puede
engendrar el desinterés por esta, acaso la pérdida de su estimación”. ¡Y ahí
hemos llegado! Muchos somos quienes nos preguntamos si esta era la democracia
que se nos pintó en los setenta como un paraíso con ríos de leche y miel, donde
habría libertades sin cuento, progreso, bien… ¡mentiras sobre mentiras! Puede
hablarse con libertad, sí: yo puedo, por ejemplo, escribir en este blog, pero
mi voz solo se traduce en una papeleta que de vez en cuando deposito en una
urna… ¿y ahí termina la democracia? ¿Eso era todo? La ciudadanía invisible, muda,
inaudible, evanescente… el mito de “el pueblo”.
Y
consta que Julián Marías no era un bobo, ¡todo lo contrario!, pero continúa en
su artículo –cómo yo sigo
escribiendo aquí y tampoco me tengo por bobo–:
“Si hemos de vivir en verdadera democracia y con alguna garantía de
acierto, es absolutamente necesario que se cuente con los recursos humanos del
país, con exigencia y rigor, que se pongan las funciones en manos capaces de
desempeñarlas, sin que la filiación política sea lo decisivo, ni siquiera una
condición exigible”. Y continúa: “Es menester devolver a
la sociedad lo que le pertenece, y muy principalmente su capacidad de
organizarse y articularse. La destrucción sistemática de la escasa articulación
de la sociedad española ha causado un deterioro difícilmente reparable, pero
que urge enmendar en lo posible. La intervención del poder ejecutivo –o
el legislativo, que para el caso ha sido lo mismo– en el judicial y en
casi todos los organismos sociales ha sido causa de una debilitación de las capacidades,
un camino abierto a la manipulación”. Ya entonces en algunos de sus libros
recopilatorios de sus artículos, insistía Marías en cómo la política, en el
peor sentido del término, se había entrometido, filtrado, enquistado en ámbitos
que no le correspondían, colonizando y matando la viveza de los ciudadanos. Los
partidos de inmediato copan las iniciativas cívicas que sobresalgan, sean de la
índole que sea. Y entonces no sé si era imaginable el alcance y el poder que
llegarían a tener los gobiernos y los poderosos por medio, digamos genéricamente,
de Internet y sus secuelas.
Remite
Marías a la Constitución, ¡completa!, como referente del marco en que jugar y
al que atenerse. Él, que estuvo en los debates constitucionales, reconoce que
ya, recién aprobada, se manipuló y tergiversó;, se hicieron lecturas
tendenciosas de ella y a beneficio de inventario. Mañana día 6 de diciembre del
año 2024 se la saca a pasear como se saca la momia reseca de Tutankamón, que
bien poco dice a los egipcios de hoy. Se la vuelve a guardar al final del día y
cada uno a lo suyo, como “en el baño de la sorda”: hasta el año que viene.
Ortega escribió en los años veinte de los problemas que aquejaban a España y a Europa. Muchos de aquellos problemas y las soluciones que apuntó no se llevaron a término. En realidad, no se llegó a los estados unidos de Europa, por ejemplo, como vaticinó. Tampoco se marcó un destino a largo plazo y aún hoy ahí sigue la llamada UE, que cada vez es menos unión y está más debilitada y cuestionada. Las naciones fuertes no la necesitan, los débiles, como el náufrago, aspiran a ser socios de ella como una tabla de salvación –relativa, pienso viendo lo visto–, pero no hay sino parcheo de realidades que van surgiendo y saliendo al paso, amaños, mercadeo y esto no basta: “Hay una serie de problemas reales, internos unos, europeos otros, mundiales algunos más, con los cuales habrá que enfrentarse. Si se quiere tener alguna probabilidad de acierto, hay que tenerlos presentes desde ahora y pensar a fondo sobre ellos, con todos los recursos de que España dispone. Y cuando digo España, quiero decir España entera”.
Se ha estudiado y escrito mucho de unos
años a esta parte de la inteligencia, de los tipos de inteligencia, de los
resultados de esta, de… y un acierto, sin duda, sin necesidad de investigar
mucho en ello, es que la suma de las inteligencias puede dar mejores soluciones
a los problemas, si de verdad se suma y de verdad se está dispuesto a servir al
bien común. A todos, es decir, a mí y a los nuestros… ¡¡y a vosotros y a ellos!!
Creo que en parte el pensamiento de Julián Marías se ha silenciado porque resultan molestas sus ideas, sus prevenciones, su pensamiento y porque, además, no es propio, por lo que sé y observo, que los políticos lean más allá de cuatro noticias que les sirven los suyos, para su propio consumo y como armas arrojadizas contra los otros.
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