24 de octubre de 2024

El consumo de las masas (I). Introducción de Julián Marías a LA REBELIÓN DE LAS MASAS

Desde hace muchos años, con libros o textos muy singulares para mi interés, como medio para fijar las ideas contenidas en ellos, los he resumido o anotado con detalle, en ocasiones abundan las paráfrasis, pues se trata de adaptarlo todo para una mejor comprensión particular mía y ponerlo, digamos, en algún cajón de mi memoria, cuaderno o carpeta del ordenador. Puesto así y en relación conmigo, por medio de estas tareas que realizo puedo acudir a ellos cuando tengo necesidad (unas veces esta se presentó y otras no, pero ahí están).

Esto me ha ocurrido con lo que aquí hago ahora y que publico en mi blog por esa razón tan radical como es porque me da la real gana, que no ha de interpretarse como desplante chulesco y bronco, sino como realidad radical de ese don llamado libertad.

Si no es de su interés lector no tenga escrúpulo alguno, le digo como Dante: "Mira y pasa".

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Finales de agosto de este año en curso 2024. Cudillero. Supongo que muchos de ustedes, más viajados que yo, conocen el hermoso pueblo asturiano. Me invitan a pasear por él. Hace en el Principado un espléndido día de sol que anima al paseo y a visitar pueblo tan hermoso. Voy a aparcar allí, donde Judas perdió el chupete. Veo que gentes heterogéneas, turistas como yo, por oleadas, abandonan la zona del aparcamiento y se aproximan al pueblo a pie como amenazantes hordas de hunos y de otros, como yo, para consumir visualmente la belleza o lo que sea que el pueblo tenga. Miro las casas en la montaña: admirable paisaje. Me señalan un mirador a media falda de esa montaña… y no paso del primer bar del pueblo que encuentro: “Restaurante Paloma”. Me instalo en una terraza absolutamente vacía de momento con intención de almorzar: me niego a dar un paso más. Son las 11:30. Es temprano. Me siento incapaz de fagocitar tan hermosa villa. La chica que me atiende se llama Patricia, y me sirve unas cervezas heladas, sin tapa alguna, que allí no gastan gratis, pero bebo la cerveza con calma mientas medito y miro pasar los títeres de balde.

Lo primero que me acuerdo, allí sentado, es de unos textos de Alcalá Venceslada escritos en agosto de 1917 en Santiago de Compostela y editados en el Diario de Galicia. Se admiraba el andujeño de Marmolejo del insoportable turismo que mariposeaba por la ciudad del Apóstol, mirándolo todo, curioseándolo todo sin saber de nada, ver por ver sin mirar ni contemplar ni trascender, todo de paso, todo deprisa… Hago la cuenta. Han transcurrido 107 años de aquel artículo y cinco siglos de la Oda a la vida retirada de fray Luis de León.

Voy por el segundo tercio… de cerveza. Hago memoria de cuándo fue la primera vez que leí La rebelión de las masas. Tercero de BUP. Asignatura de Filosofía. Profesora doña Rosa Rodríguez Ladrera… Caigo ahora mismo que además de marxista era asturiana: espero que se curase de su sarampión marxista. Leí a Ortega con la ilusión de quien nada sabe y gusta de la lectura, como quien cata un vino excelente y valiosísimo tras solo haber bebido agua en su vida. No me enteré de nada o, al menos, eso es lo que recuerdo: nada de nada. Sé que leí otro par de veces esa obra y entonces sí que me enteré de algo más. No de todo, considero.

Hago votos de releer La rebelión de las masas… y ahora cumplo. Estamos en octubre y ha cambiado el tiempo a mediados de mes. Es el momento. Cojo el ejemplar de la biblioteca de casa que está anotado por mí a mano, desde la misma Introducción que es de Julián Marías, cosa que había olvidado, pero esto, de suyo, son ya, de por sí, palabras mayores.

Me pongo a leer con mi lápiz en la mano y no paso de la Introducción. Me quedo asombrado de lo que le leo a Marías… ¡Qué pensador y qué persona tan absolutamente admirable!

Esta Introducción la puede hallar el lector en Internet y es tal su enjundia y calidad, entiendo, en mis cortas luces, que merece de suyo, por sí solita, un comentario. Deseo que me sirva como medio de fijación y clarificación de ideas, recordatorio y remache de lo que ya aprendí del propio Julián Marías en sus libros y conferencias.

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Dividida esta Introducción en cuatro partes, en la primera, digamos, como exigencia de la claridad, Marías argumenta la necesidad de esta, a su juicio, se debe a que el libro de Ortega se malinterpretó cuando se editó (1930) y esa mala interpretación, como bola de nieve, fue creciendo hasta generar un confuso galimatías que necesita, insisto, a su juicio ser puesto en claro. Esto justifica su Introducción.

El punto de arranque de la incomprensión de La rebelión, a su juicio, es que se ha tomado este libro al margen del pensamiento orteguiano previo expuesto ya en muchas de sus obras, conferencias y artículos y, por tanto, descontextualizado nada puede ser comprendido cabalmente; mas no solo eso, sino que algunos creen, ante el brillante título de la obra, que sobra leerla, pues con él es suficiente. Según Marías esto precisó del Prólogo para franceses y el Epílogo para ingleses que el propio Ortega añadió a la obra en los años 37 y 38 respectivamente y que “intentaban orientar a los lectores. Hacia 1950 andaba pensando Ortega en una segunda parte que se titularía Veinte años después”, añade.

En realidad, La rebelión es no más que un capítulo de la sociología de Ortega, pero “a su vez, es su teoría de la vida colectiva, es decir, un capítulo de su teoría general de la vida humana o metafísica”. 

Se edita este libro de Ortega a caballo entre dos generaciones: la que termina en el año 30, fecha de la edición de La rebelión, y la que comienza en el 31, es decir: el libro se lee en un contexto distinto del que fue escrito (se fue publicando desde 1927 en el periódico El Sol). Esto, para el lector, puede no ser relevante, pero Marías explica que la obra se recibe en una sociedad europea, y muy particularmente la española, distintas, donde todo se ha politizado, en particular tras los años 33-34. Esto también ocurrió tras la muerte de Franco, añado, momento en que todo era visto, mirado, pensado… como realidad política en sentido restrictivo. Esta mirada microscópica condiciona la lectura y la comprensión de la obra, y la vida de los lectores. No se olvide cuándo se expande el fascismo, el nazismo, el estalinismo… y la sociedad, en grupos, en masa, si se me permite, se reduce y centra en su particular “partido”, en su “parcela” y pierde de vista el sentido último de lo personal, de lo nacional y del bien común.

De nada sirvió la advertencia orteguiana de no dar a sus expresiones “un significado exclusiva o primariamente político”, y añado e insisto: político en sentido restrictivo, partidista, etc., ¡lo que sí se hizo de inmediato! Y agregaba Ortega que se temía semejante sesgo en la lectura de la obra: “La vida pública no es sólo política sino a la par y aun antes, intelectual, moral, económica, religiosa; comprende los usos todos colectivos e incluye el modo de vestir y el modo de gozar”. Y ya malhumorado Ortega afirma: “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil; ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia moral”.

Reconozco que Ortega, con perdón, es muy pedante: ya lo era desde que era un chaval, pero sus imágenes y sus párrafos, esto es opinión muy particular mía, deslumbran y alumbran la realidad general, abstracta, ponen razón incluso en la claridad: la claridad no es la verdad, pero ayuda a verla…, pues él añade luminosidad. En lo menos claro y aun en lo oscuro no digamos. Marías no es así. Marías ayuda en la reflexión de lo cotidiano e inmediato de la persona. Ortega desciende desde muy arriba por una metáfora y muchas veces estalla como cohete maravilloso en un párrafo cegador, en una página deslumbrante, en toda una brillante obra y, servidor al menos, se pregunta ¿y ahora qué hago?

Parece que Ortega divaga y así compara qué era comprar en el siglo XVIII con el XX. Parece no ir a ninguna parte y desemboca en lo que Marías explica: la importancia de la distinción entre circunstancias y circunstancia en la filosofía orteguiana, ya más que incoada en sus Meditaciones del Quijote (1914). Es la vida la realidad circunstanciada, el mundo en que vivimos, que nos viene dado (esa que ya dijo allí que debía ser salvada, pero me centro en La rebelión, aunque se me hace difícil obviar su pensamiento anterior). Posibilidad y elección esa es la vida, ese es el perpetuum mobile. El mundo, la circunstancia no es un elemento adherido a nuestra vida, sino que esta se encuentra en él ínsito: circunstancia la vida. Esto comporta la elección y el movimiento, tender hacia, elegir y, por tanto, dejarse en el tintero potencialidades que nunca serán, que nunca seré, que usted nunca realizará, pero todo ello, toda esta potencialidad ¡también forma parte de nosotros, digamos, de nuestra vida! Curioso por tanto lo inútil que es aparcar en la memoria de las vidas el ojalá en sentido peyorativo y referido al pasado: “Ojalá hubiera hecho o dejado de hacer, ido o dejado de ir…”. Ojalá es palabra de origen árabe que significa ‘Dios lo quiera’. Es posible que Dios lo quiera ¡o no!, pero nos dotó de una maravillosa libertad que de continuo ejercitamos al elegir, o no, según nuestra estimativa, según nuestros deseos, anhelos, pensamientos y ¡sin olvidar la parte animal que nos corresponde que también se halla presente y opina y opta en las elecciones!

Sí, la libertad es un riesgo. En el ejercicio de ella nos jugamos la vida. Escribe Ortega con sus metáforas continuas: “No somos disparados sobre la existencia como la bala de un fusil, cuya trayectoria está absolutamente predeterminada”. ¡Qué hermosa la libertad y que gran riesgo usarla! Como las armas hay que tratarlas con cuidado, para lo que están pensadas: hacer mal uso de la libertad o del arma puede acarrearnos a nosotros y a nuestra circunstancia, a quienes nos rodean, innumerables quebraderos de cabeza. El fusil está hecho para ser disparado, la libertad es un don que solo el hombre tiene para hacer el bien. Elegir el mal o lo malo, ¡por lo que quiera que sea!, es darnos un tiro, por lo menos, en un pie.

De este ámbito personal, individual, da Ortega un salto y proyecta este pensamiento suyo en la sociedad con la pretensión de dar respuesta imprescindible a una pregunta esencial que a todos incumbía e incumbe, lo sepamos o no, seamos conscientes o no: “¿qué insuficiencias radicales padece la cultura europea moderna?” y escribe uno de esos párrafos orteguianos que deslumbran y con él concluyo hoy: “Todo, todo es posible en la historia, lo mismo el progreso triunfal e indefinido que la periódica regresión. Porque la vida, individual o colectiva, personal o histórica, es la única entidad del universo cuya sustancia es peligro. Se compone de peripecias. Es, rigurosamente hablando, drama”.

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