1 de julio de 2024

Montero-Díaz, Julio; Galdón, María Luisa: Las mil primeras supernumerarias del Opus Dei en España: 1945 a 1963.

 


Se cuenta la realidad como fue, como es, en el Opus Dei. No hay ni trampa ni cartón. Se expone meridiano. Gustará más o menos, que opiniones y gustos, a porrillo, pero lo que hay se explica. Son las tripas de cómo fue creciendo la labor con señoras supernumerarias en un Opus Dei que iba a más y expandiéndose por el mundo. Se hacía, se abría camino, se aprendía, se enseñaba, se ensayaba y se volvía a reconducir e intentar: la vida en rama. Tan fácil como imposible a los ojos humanos. Sólo la confianza en Dios, la filiación divina empujaba a estas mujeres, a todas, fueran quienes fueren, como ocurrió en la llamada entonces sección de varones, a seguir las indicaciones, a veces muy generales, del Fundador del Opus Dei, san Josemaría, para saber qué hacer. Duc in altum! y “¡Patos al agua!”.

Me temo que el Opus Dei ya no suscite la curiosidad morbosa vicio llamado curiositas que producía hace cuarenta o cincuenta años. Entonces se podía, como hoy, saber todo, pero el curioso quiere “ir más allá”, averiguar lo que no existe, saber por qué el gato tiene cinco patas  y quienes quieran atacar al Opus Dei no se van a detener en buscar la verdad en un libro como este. Cada caminante que siga su camino.

Me resulta espléndida la contextualización de lo que se cuenta. Su encuadre histórico, en general, es excelente, insisto. No comprender cómo era la España del momento en que se empieza a impulsar la labor de san Gabriel con señoras es no alcanzar el sentido primero y último de lo que ocurrió. Una mujer no viajaba sola, ni se sentaba igualmente, sola, en una cafetería, ni era normal que tuviera carné de conducir o un coche, ¡o una lavadora automática en su casa en los años 40-50! Las mujeres estaban sujetas al marido y de este dependían para casi todo… Posiblemente no lo fueran absolutamente todas, pero sí el 99% de ellas.

Apabulla por excesiva la cantidad de nombres de personas, de localidades; la ingente cantidad de datos que se ofrecen. Entiendo que todo ello se debe a una mayor fidelidad del historiador a la realidad que muestra y capta, pero al lector ordinario queda confuso y aturdido. Los nombres de instancias, situaciones, vinculaciones, realidades en la Obra… agregadas, numerarias, supernumerarias, numerarias auxiliares; celadoras, sacerdotes numerarios, secretaria, directora, consejo local… me temo que marca un claro destinatario como lector de este libro: personas del Opus Dei interesadas en la historia de la Obra y particularmente en los años de que se trata y entre mujeres.

Logran los autores transmitir ese ambiente, esa atmósfera, que quienes conocemos el espíritu del Opus Dei, identificamos de inmediato y que tan atractivo resulta: la alegría, el cuidado de los detalles pequeños, el espíritu deportivo en la lucha ascética, la sencillez en el camino de la vida interior, la confianza ciega en la convicción de ser hijos de Dios, de ser Opus Dei porque Dios así lo ha dispuesto, la obediencia razonada y amable ¡nunca ciega! al Padre y por este a los directores y en este caso a las directoras… Todo cuanto aquí se narra tiene ese tenor de los inicios, de ser conscientes de que, a pesar de los pesares, a pesar de las contradicciones, de lo paradójico, de las mil oposiciones, desde las limitaciones personales hasta las materiales… Dios está empeñado en que aquello, la sección de mujeres casadas, la labor de san Gabriel saliera adelante.

Se evidencia una realidad ineludible en el Opus Dei: la pobreza como carencia de tiempo. Ser pobre es no disponer de “tu” tiempo. No hay tiempo personal porque el tiempo, en sentido amplio, se dedica al servicio y a la atención a los demás. Se está además, en los años de que se trata, luchando en la batalla necesaria de la formación: una persona del Opus Dei necesita unos medios concretos de formación de índole ascética, teológica, filosófica… Los medios están claros, pero no hay personas suficientes para impartirlos… Dios no se deja ganar en generosidad, pero hay que poner toda, ¡toda!, la carne en el asador. Todos los medios humanos como si no existieran los sobrenaturales y estos como si aquellos no existieran: era lo que había.

Se pone de manifiesto, ¡y eso tras ser ordenado para narrarlo!, aquello que decía Escrivá de Balaguer en sus Conversaciones con periodistas, el Opus Dei era y fue y seguirá siendo una “organización desorganizada”, lo que no quiere decir que fuera “un cuartel robao”, que decía mi madre ante el caos en la habitación de los varones en mi casa. El sentido común es, con perdón, para mí, un sello que autentifica cualquier actividad del Opus Dei. Lo dije al principio: gustará o no, se comprenderá o no, pero no se hace nunca nada de forma arbitraria, siempre hay un por qué, una explicación tras aquello que se pretende, que se intenta, que se hace, que se dice… y Dios está al final de todo, aunque no todo sale como los hombre disponen, con la confianza de que Dios todo lo sabe: TODO.


En este libro se plasma una vez más que las personas del Opus Dei no son como las demás, porque sencillamente ¡son las demás! Decir que todos los bizcos son rubios porque conocimos uno así no implica que “todas las personas del Opus Dei”, sean de un modo determinado: ni altos, ni ricos, ni pobres…, entre 90.000 mil personas tienen cabida muchos modelos. Conocí a un tipo a quien le resultaba imposible que un tercero fuera miembro del Opus Dei porque decía palabrotas…

Algunos de los términos de algunos detalles, las explicaciones de algunas cartas, especialmente las de Tabernero (no me gusta llamar por los apellidos, cosa de convento o de cuartel), fuera del contexto urgente, parece, en que se escribieron resultan frías, impersonales, duras; pero también es lo que había: seguro que tiene su explicación, incluida la posibilidad de mi error en mi percepción.

Recomiendo el libro a todas aquellas personas que, siendo o no del Opus Dei, quieran saber de un trozo de la intrahistoria del Opus Dei y también de la Iglesia y de España, como arranque. Gracias a los autores por su esfuerzo.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado.
    Real tus comentarios.
    Mi madre murió a los 93 años
    Era supernumeraria.
    Ha dejado huella en la familia.
    A sido feliz,y gracias así lo veo x su fidelidad a su fe y a su vocación al

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  2. Le agradezco la molestia de hacer un comentario en un blog tan insignificante. Muchas gracias.

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