7 de junio de 2023

481- Alcalá, Antonio José – UN CHARLIE CUALQUIERA

 


Tengo por norma no releer las obras que en su momento di por conclusas porque sería el cuento de la pipa, es decir, el de nunca acabar. Si releo esta obra es porque deseo ponerla en plena forma y que pueda andar por sí sola ya, de ahora en adelante. Admirable las erratas y los detalles que afean y empeoran la obra.

Siempre me frena el principio platónico que afirma que nadie es peor para enjuiciar una obra que su propio autor. No lo sé. Ya dudo de muchas premisas que pensé absolutamente evidentes, cuando no pasan, por su propia naturaleza, de opiniones más o menos autorizadas, fundadas.

Desde el punto de vista argumental la novela se asienta sobre un fluir asociativo de la conciencia y la memoria. Podría parecer que divaga de forma arbitraria y aleatoria, pero obviamente tras lo escrito hay una estructura que da equilibrio-desequilibra aquello que el protagonista, Sixto Gómez, narra en una especie de diario que escribe. La obra se mueve sobre un antiguo tópico literario que, por hacer una referencia muy conocida, se puede resumir en los versos manriqueños de que “Cualquiera tiempo pasado / fue mejor”, y más aún si ese pasado fue el mío, el de cada uno, el propio, el leído desde una perspectiva absolutamente particular y subjetiva. El pasado, rememorado con el citado desorden y desparpajo por el protagonista, hace seguir al lector por un laberíntico flujo narrativo que se sustenta en un muy particular lenguaje y sobre los andamios de las peculiares perspectivas con que mira el protagonista-narrador la realidad.

Temporalmente la obra discurre en unos días de finales de un año cualquiera, en una Navidad en soledad y un nuevo año que asoma. Sixto Gómez, natural de Jaén, rememora de forma anacrónica y anárquica su día a día sui generis, escorado, y no solo subjetivo, sino particular y casi privativo.

Tiene el lector la sensación de que el autor ha ido recogiendo voces, opiniones, razones, explicaciones… de un saber intemporal por las calles de cualquier ciudad y haber dado la palabra a innumerables y dispares individuos que van contando la feria según les va, según les fue, según oyeron que les fue a otros… cargada de tópicos.

Ideas reiterativas que conforman un balance del inventario y examen del final de una vida que se suceden, conformando la disarmónica armonía de una vida a la que la propia conciencia da unidad. Tras ideas comunes, simples en apariencia, perogrulladas parecen apenas, se esconde un saber que va más allá de una gramática parda. Ya se sabe que so mala capa yace buen bebedor, pues se pueden hallar disfrazadas ideas del Evangelio, del Estagirita, de Santo Tomás, Cervantes, san Agustín, Ortega, Llano, Pieper, Santa Teresa de Jesús, Frankl… y un largo etcétera de pensadores y escritores.

Los personajes propiamente no entran y salen en la obra, sino que pasan, se detienen un momento o no, siguen camino para reaparecer más tarde o no. Están caracterizados por lo que dicen o Gómez nos cuenta que hacen y no le interesa al autor, dado el caso, la prosopografía del personaje en cuestión. Si el lector conoce y recuerda la obra del autor, hallará personajes de otras novelas  del mismo. Don Sixto en concreto es el padre de Nacho Gómez, el investigador de Soy Gutiérrez, por ejemplo, o Beba Muñoz-Cobo es la jaenera de Amanda, querida.


El autor-narrador sí parece tener mucho interés en el lenguaje que emplea sobre el que parece flotar, mantenerse, viajar… Muletillas reiterativas, descansillos mentales desde los que retomar aire para el siguiente enunciado. Verborreico don Sixto, palabrotero, las llamadas interjecciones arrieras abundan…, pleonasmos innecesarios, circunloquios superfluos que insisten en la misma idea sin aportar ninguna información, por el mero hecho de remachar sobre la punta ya clavada…, para ganar tiempo y así construir la siguiente oración, el siguiente enunciado, a veces, insisto: vacuo. Joder, coño, cabrón… son ejemplos de lo que afirmo. 

Hallará el lector confusiones entre hechos y personajes, dichos y hechos, que son el burro perdido de Sancho en El Quijote, pero que se puede hallar donde el autor lo dejó atado. Las confusiones son justo también partes constitutivas de la vida ordinaria y extraordinaria del autor, del narrador, del lector: esos desconciertos por los que uno no comprende ni bien ni del todo quién dio a luz, si ella o la hermana, o murió el marido o la esposa y eso lleva luego a equívocos enojosos, ridículos o simpáticos…

Don Sixto desde el primer renglón de la obra ya nos dice que es “un casta”, un tipo de ideas fijas, tradicional, nada innovador, reiterativo. Y así nos tropezamos con su obsesión por no haber estudiado, la presencia de su padre médico a quien admiraba, el amor rendido a su esposa, la presencia constante de la soledad de los últimos años… La percepción de que él lo hace todo bien y no así los demás.

El lector comprende sin duda que la realidad es riquísima, difícilmente abarcable…y así, lejos de la imposición marxista de la llamada corrección política, don Sixto, el narrador, se muestra con la frescura y la naturalidad de quien no acepta el secuestro, la censura y el anatema laico de los nuevos tribunales que pretenden amedrentar, sojuzgar, recortar la libertad de expresión en un uso supuestamente impecable del lenguaje, para ellos, desde ninguna moral o lexicografía reconocida. Don Sixto dice y cuenta lo que le da la santa gana sin pretensión de ser impertinente en la exposición de sus ideas ni en sus formas.

Pronto volveré de nuevo sobre esta obra… Les iré diciendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario