Durante décadas ignoré
por qué la guardia civil de Jaén, en septiembre de 1936, se fue a refugiar al
santuario de la Virgen de la Cabeza en Sierra Morena, a unos 33 kilómetros de
Andújar, sierra adentro. El sitio me pareció esquinado, encerrado, fácil de defender,
pero difícil de abandonar, con pocos recursos a los que acudir, limitado a la
hora de poder socorrer, etc. Lo pregunté a personas que, con más o menos edad,
vivieron esos años y lo más que alcancé a saber fue lo que me dijo un viejo
que, para mí no aportaba luz a mi pregunta ni me la solucionaba: “Porque fueron
unos maricones”. Esa respuesta fue un enigma, porque conocía el monumento que
había en la entrada del Cuartel de la Guardia Civil de Jaén en honor al capitán
Cortés y sabía que el hospital más grande de Jaén llevaba su nombre y, por
tanto, no concordaba el reconocimiento público por su heroicidad, valor o lo
que fuera y, a su vez, una condena por su cobardía.
También me dijeron que
habían tiroteado el cuartel que se hallaba en Roldán y Marín desde la calle
Nueva, lo que no parece cierto; aunque sí lo que lo fue que, mientras se
marcharon o no lo guardias desde Jaén hasta el Santuario, fueron muchos los
individuos, jornaleros y, en general, gente de izquierdas que paseaban
amenazantes por los alrededores del Cuartel. Muchos de ellos andaban a la
espera de las resoluciones y negociaciones que hubo entre el Gobernador Civil,
el Gobierno de Madrid y el teniente coronel Iglesias que mandaba la comandancia
de Jaén, auxiliado por dos comandantes, si la memoria no me traiciona.
Sea como fuere dentro
de la comandancia no había acuerdo claro de si debían o no sumarse al golpe
promovido por los militares o bien quedar sujetos a la legalidad republicana.
Creo que es ahí donde encaja el comentario que el viejo me hizo: fueron unos
maricones, seguro que este hombre era de “derechas”, porque no se
adhirieron como hubiera sido preferido por él, al bando nacional, golpista,
franquista o como quiera que lo llamemos. El capitán Cortés, el capitán Repáraz
y algunos, los que fueran, más o menos, guardias y oficiales y suboficiales sí
estaban de acuerdo con levantarse en armas. No querían en absoluto repartir las
armas almacenadas en el Cuartel entre los civiles, como se había dado orden (se
terminaron entregando, si bien se hizo todo lo posible para que estuvieran en
el peor estado posible). Estos jefes y oficiales, con muchos suboficiales y
guardias, tenían sus planes: se habían puesto de acuerdo con los mandos de la
caja de reclutas de Jaén, que también querían levantarse en armas. Mientras el
teniente coronel Iglesias estaba indeciso, hasta el punto de que fue llamado a
Madrid. Fue entonces cuando los más decididos, concentrado el grueso de la
guardia civil desde julio en Jaén, muchos de ellos en Linares, Úbeda y Andújar,
de no fallarme la memoria se tomó la decisión de que partirían dos columnas,
una hacia Campillo de Arenas y otra hacia Alcalá la Real, con la intención de
pasarse al bando nacional, como así hicieron. Otro grupo se marcharía al
Santuario con la aquiescencia de las autoridades civiles y militares, haciendo
el trayecto en tren desde Jaén hasta Andújar y desde esta al Cabezo en
camiones.
El autor del libro
cuanto narro lo cuenta con un detalle milimétrico. En la misma estación y ya
subidos en vagones, algunos de los llamados “rojos” hicieron bajarse a algunos
religiosos que se marchaban con los guardias, pues iban entre unos y otros
alrededor de mil ciento cincuenta personas. La escena es dura, pero el final
previsible: estos religiosos fueron religiosamente asesinados.
Llegado al Cabezo el
comandante Nofuentes negoció con las autoridades de Andújar la entrega de las
armas de todos los guardias instalados en el Santuario; pero una vez allí el
capitán Cortés se negó a ello y a cualquier tipo de negociación con los
milicianos y se sublevó con sus tropas. Ahí comenzaron ocho meses de luchas
continuas, bombardeos (he llegado a tener en mis manos, y en mi casa estuvo
durante décadas, una bomba que no explotó de las lanzadas por la aviación
republicana), heroicidades y miserias… que se me han hecho largas, pues la
retórica del autor me recuerda la época de mi infancia: el Glorioso Movimiento
Nacional y toda la parafernalia léxico-semántica del momento, que resulta muy
pesada…
Me he permitido leer la
obra hasta la página 200, lo que no ha sido menuda tarea a estas alturas y con
ello resuelvo mis preguntas y dudas y dejo al capitán Cortés y a su campamento
al pie de Santa María de la Cabeza y rodeado por milicianos malintencionados.
No sé si por motivos familiares o por haber ocurrido en la provincia de donde
soy, el hecho es que este suceso siempre fue muy mentado y exaltado en el
colegio, en un único y mismo sentido… Quede para quien esté interesado en el
suceso la lectura de la obra completa.
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