10 de abril de 2020

Por el autor del blog: SILVA DE VARIA LECCIÓN QUE CARACTERIZA AL TONTO (II de )

            
              CONTINÚA


José Ignacio García-Abasolo
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Todo tonto, sea de la subespecie que sea, tercer rasgo, es enconado y testarudo como una mula terca; iojo!: que las hay dóciles; no así entre los tontos donde siempre hallaremos al recalcitrante con una cabeza más dura que el brocal de un pozo. “Antes morir que dar la razón”, “Antes dar la vida que a torcer el brazo”. En parte este rasgo del tonto, nace de algo ya dicho: no escucha, no atiende, sino que, en toda conversación, él está a lo suyo, en qué dirá y cómo, sin prestar la más mínima atención ni respeto alguno a su interlocutor. No aprende, está capado intelectualmente por iniciativa y voluntad propias. Es por ello vano intentar con facilidad reconducir al tonto. De aquí nace la idea clásica de que, puesto un tonto en una vereda, se acaba antes la vereda, lleve a donde lleve, que el tonto en sí, que es inextinguible.

Otro rasgo, y vamos por el cuarto, quizá muy destacable, es que el tonto es un estúpido entusiasta de lo suyo particular, sea esto lo que fuere: da igual. Así el tonto que chupa candados, que barre desiertos, que… siempre pensará que se halla en una actividad altamente sofisticada y puntera de la ciencia y de la investigación (no así de las humanidades para las que se sabe incapaz), siempre de una relevancia inmarcesible y necesaria para la humanidad: sea la construcción de jaulitas para las avispas y grillos, el fomento de las carreras de caracoles, formación de cuartetos de grillos, etc. Es por ello que el tonto habla y habla de lo suyo como si no hubiera ninguna otra actividad humana, ni mejor ni peor, que la practicada por él. Los demás y lo que los demás hagan les suele importar un pito. Insisto: el no escuchar le lleva a estos extremos. El interés por los intereses y aficiones ajenas es nulo: no pregunta nunca por ellos al otro.

El tonto carece de virtudes, rasgo quinto y común a todo tonto, y en él abundan generalmente vicios que pudiéramos llamar sencillos, carentes de aspavientos y sofisticación. Toda apariencia de virtud es solo eso: fachada y aspecto, puro chasis… Es por ello que Dios en su misericordia hizo que los pulmones, el corazón, etc. funcionaran al margen de la voluntad humana; es decir que Dios nos ama a todos y de no haber dispuesto esto, el tonto moriría por asfixia, inanición, etc. ¡de puro tonto! Así se dice en el Evangelio, Mateo 6:26-33 “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”. Realidad esta que no debiera olvidarse: el tonto, en tanto que persona, vale infinitamente más que los pajarillos, de ahí que los tontos sean, por necedad, egoísmo y maldad, defensores del aborto y de la eutanasia sin medida.

Vistas estas cinco características o rasgos de todo tonto, común a todos los tontos, pasamos ahora a otros debates que deben hallarse en las premisas de las que debemos partir para no errar. Vamos acá.

La tesis antigua, de discusión clásica, y de actualidad por desgracia hoy en España, de si es preferible el malo más que el tonto, no queda clara, y una postura y otra son discutibles. Quienes prefieren, digamos, al malo piensan que es más previsible el malo que el tonto y por tanto se puede prevenir la maldad de sus acciones; no así con el tonto, pues este suele ser bastante impredecible, en algunas de sus subespecies, con respecto a sus tonterías y puede, con perdón, joderla en cualquier momento con resultados fascinantes; así el tonto arma la de Dios es Cristo en un momento. La disyunción planteada entre malo y tonto es de corte moderno, nace a luz de la racionalidad de la modernidad, que en nuestro modesto juicio es quebrada por la conjunción de la postmodernidad: ni tontos ni malos, líbranos, Señor, de esas dos plagas y no permitas que se acerquen a tus hijos esos dos tipos humanos tan al uso y tan nocivos. Amén.


José Ignacio García-Abasolo
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¿Es el tontilisto realmente un tonto puro? Una pauta normalizada para el tontilisto es que ha sido clasificado como un egoísta, pues es aquel tonto que solo mira por su propio bien y tiene por patrona a la Celestina: “A tuerto o a derecho, mi casa hasta el techo”; o bien “albondigón por barba, caiga quien caiga”. Este tonto es incómodo como todo tonto, pero se le añade la peligrosidad de su ciego afán por conseguir sus caprichos, sus antojos y, como la burra, al menor descuido, vuelve al trigo. Es posible que ante la corrección más o menos eficaz, asiente con la cabeza y rara vez de palabra, pero sus cinco sentidos externos -y los veinticinco internos- están fijos, inamovibles, asentados… en su análisis de cómo conseguir aquello que desea, aunque se joda hasta el maestro armero, que tanto le da al tontilisto, saliéndose él con la suya.

              CONTINUARÁ

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