El sentido común era el foro normal
del antiguo encuentro razonable, simple e inmediato, donde cualquiera podía
acordar con cualquiera que una manzana era una manzana y las hemorroides un
dolor insufrible en el culo; desde el sentido común no cabía debate sobre los
burros volanderos. Al pan se le llamaba pan, vino al vino; y el chocolate se
procuraba espeso y el agua limpia y clara. La primera vez que oí hablar de este
sentido, hoy finiquitado, se me dijo que era el menos común de los sentidos.
Le atribuyeron la humorada a un Unamuno que, dicho sea de paso, no tenía ni
gracia ni sentido común, aunque dicen que era un tipo muy inteligente, cosa que
tampoco yo creo, y a los hechos y a su vida me remito.
El sentido común tanto es la
manzana de Newton como la cegadora cagada de pájaro en el ojo de Tobías. Es
aquello que se cae por su peso. El sentido común es la adhesión a la realidad,
una suscripción a lo evidente por irrefutable. El sentido común es lo
impepinable, que decía mi maestro: todo aquello que es de cajón y no hay por
donde meterle mano que no sea por su sitio y por derecho. Cuando en su Vida
de Santo Domingo de Silos, Bercero escribe “Quiero fer una prosa en román
paladino / en el qual suele el pueblo fablar a su veçino…” dice del sentido
común, de aquel que anhela a comunicarse y ser comprendido por cualquiera, sin
sofisticación ni arbitrariedad, con inocencia, porque el sentido común es
sencillo y manso y simple como un chupete de bebé, que no requiere compleja
maquinaria, sino solo boca de mamoncillo que dé cumplida cuenta de su fin.
Antónimo de sentido común es lo
estrambótico, lo superficial, lo frívolo, todo aquel sentido que no se suscribe
y adhiere sin rodeos a la realidad inmediata y obvia. El sentido peregrino,
antónimo de común, es el que pretende retorcerle el cuello a la realidad en la
que el niño, el viejo y el borracho están de acuerdo sin hablarse porque es la
verdad incontestable de aquello que sus ojos, y sus cortas o largas luces, les
muestran. Si raro y enrevesado, si complejo y abstruso no es sentido ordinario,
común, corriente y moliente.
No hay como para joder el
pasodoble nada mejor que el sentido artificioso y adulterado de lo que se dice
o pretende explicar. La mentira, siendo ordinaria y moneda de uso corriente, es
el camino más torcido y enrevesado para no encontrarse con el sentido común. La
mentira anhela presentar lo que no es ni fue ni será como aquello que sencilla
y llanamente es. Ese sentido espurio, contrahecho y postizo de la mentira
siempre añora la verdad que es y siempre estuvo pegada a la realidad, por eso
la mentira tiene las patas tan cortas: en realidad la mentira es una verdad que
no quiere dejar de serlo y permite que la agarren, la atrapen y la muestren por
esa vía del sentido común en que cada uno habla y conversa con su vecino. Newton
nos contó que la manzana cae del árbol y que esperar peras del olmo es esperar
lo imposible: la manzana cae del manzano. Y así, de sentido común, ordinario y
hasta vulgar, es aquello que invita a desenvolver el bocadillo de la platina
que lo cubre antes de darle el primer bocado; es aquel que precave bajarse la bragueta
antes de orinar…; y que no por mucha prisa y mucho cavilar se llega antes, más
y mejor por bajar las escaleras rodando ¡por muy expeditivo que este sistema
sea!
Las relaciones entre palabra y
mundo, entre uno y otro, por opacas que sean, por difícil que resulte
descifrarlas, por muy mal que se ande de explicaderas y de entendederas, la
realidad, el mundo no se resigna a quedarse al margen, a dejar de ser
reconocido, nombrado. En este caso, al menos antes, como tantas veces le ocurre
a nuestro confuso ser, la simiente vital, la pauta de la vida, era el sentido
común.
Enjaezar el mundo, la mona y la
realidad de compuesto relativo, caprichoso y absurdo nos lleva al relativismo
actual, donde se enterró el sentido común que nos ocupa. R.I.P. De este modo se
quiebra la lógica y si tocan al timbre de la puerta, es porque obviamente no
hay nadie que pretenda entrar. Lo escribió Ionesco. El Derecho, como primordial
mecanismo de organización de la convivencia en torno a reglas y principios, se
arrincona convertido en el escarabajo kafkiano: se queda panza arriba y
pataleando. Y es que me temo que el supuesto progreso actual ha corrido tanto,
marcha tan rápido, que ha olvidado vestirse de la cultura milenaria que nos
arropaba, y así pindonguea desnudo, como puede y como pollo sin cabeza. Quien
diga que va en cueros es un arrogante y un aguafiestas…
Cuando todo esto ocurre se puede
llegar a afirmar que un bombero es también como un confesor (Ioneco). Y como
diría Marx, Groucho, “Estos son mis principios, pero si no les gustan tengo
otros”.
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