A doña Eva Espinosa, que se lo debía.
Es un refrán modificado de origen árabe, que dice así: quien lava al burro pierde el tiempo y el jabón, me lo enseñó un compañero de tretas infantiles, amigo de mi hermano, Alberto Quintana, que en paz descansa. Creo que el dicho viene al pelo como afirmación contundente y aceptación de la realidad más morrocotuda y testaruda. ¡Qué dura y tenaz es la realidad!
El término lechón en esta historia es un
símbolo que voy a desentrañar, como primera medida. No se debe interpretar el lechón como realidad variadísima del
interés de cualquiera. Sería un error. El
lechón es cualquier realidad viva de la que se espera una
respuesta adecuada, positiva en la mayoría de las ocasiones, por tanto, el lechón es básicamente un ser personal:
con voluntad e inteligencia. Se puede entender que el domador pueda esperar
mucho del elefante que adiestra, que cuida, que mima…, pero este puede no
responde a las expectativas puestas en él; el caballo que se entrena para el
salto, puede no saltar; el perro seleccionado para cazar, se alimenta
especialmente, se lleva al veterinario, se cuidaron sus padres y sus… ancestros
difuntos, pero el animal solo caza en el plato: se ha perdido en estos casos el tiempo y el jabón, pero es capital aquí la distinción: esto nos
ha ocurrido (la vida a los animales les ocurre), es decir: ni el
caballo, ni el elefante, ni el perro tuvieron la mala voluntad de defraudarnos,
no quisieron estafarnos, engañarnos, traicionarnos…, aunque nos sentimos
frustrados: nuestra ilusión se fue perdida por el garete al mar. El conductor
de un coche nos atropella sin querer, una teja nos aporrea sin querer, el
camarero ensucia nuestro traje… nos ha ocurrido. No es mal moral, diría y mi primo Epicteto.
Que el hombre es bueno por naturaleza solo pudo
ocurrírsele a una mente tan benéfica como delirante por francesa. El hombre es
bicho torcido. Es cierto que no elige el mal, pero lo toma, lo coge, opta por
él. El hombre desoye que el fin no justifica los medios. El hombre es egoísta,
codicioso, soberbio, vanidoso, perezoso… El hombre educado, formado, aprende
que debe volcarse en el servicio a los demás para ser feliz: debe convertir su
egoísmo en generosidad y altruismo, su soberbia en humildad… Rara avis hoy donde todo es relativo y
donde el “yo soy así”, campa bestial por la selva de las emociones desbocadas y
quien venga detrás… que arree.
Se vuelca usted en detalles con una persona, ni
gloria le falta y ahora reconvertida, en nuestro refrán, en lechón y... No se trata de un animal irracional. Ahora se trata de un animal, racional,
dotado de voluntad, dependiente, libre… ¿Lo debe amar y volcarse en detalles?
Sí señor: ha de volcarse siempre; es lo propio del humano con el humano. Somos
dependientes, vivimos en sociedad. Ponemos nuestra ilusión, nuestros afectos,
nuestras ocupaciones, preocupaciones, derrochamos amor… y la vida transformada
en dedicación, que es tiempo… ¡Y ese lechón responde como un marrano, que
no como una persona bien nacida!
De bien nacidos es ser agradecidos… Dado el caso: Hemos
perdido el tiempo.
Hemos lavado al lechón y hemos perdido
el tiempo y el jabón.
No se
venga abajo… siempre hay más lechones, perdón: personas en quien mostrar
nuestro amor al prójimo y en él a la Humanidad… y, si es creyente, a Dios. ¡Y buena suerte con el lechón, que diga, con la persona!
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