11 de diciembre de 2017

Zidrou e Ibáñez, Roger: ¿QUIÉN LE ZURCÍA LOS CALCETINES AL REY DE PRUSIA MIENTRAS ESTABA EN LA GUERRA?


Mi memoria aún es fiable en muchos ámbitos. Nunca en mi vida compré un cómic con mi dinero. Solo una vez en mi vida mi padre me regaló uno: fue una tarde en la que, siendo niño, me llevaba a pelarme. Ignoro por qué lo hizo y ahora es tarde para preguntárselo. A mi alrededor, en mi infancia, había libros de cómic que yo leía muy de tarde en tarde cuando a algún amigo se los pedía prestados: tenía buenos amigos lectores de este tipo de libros. No me disgustaban, pero no me apasionaban como a ellos. Me agradaba leer a Astérix y Obélix, a Tintín, al Jabato, que confundo (discúlpenme) con el capitán Trueno… También leía algunos otros, digamos, que, en mi ignorancia, calificaría de “más corrientes”: Mortadelo y Filemón, Pepe Gotera y Otilio, el Botones Sacarino, Rompetechos… y esas eran mis lecturas de cómic. Recuerdo también haber leído algunos (tamaño de página, orientación apaisada y pésimo papel) de Roberto Alcázar y Pedrín… Mafalda era, para mí, temario aparte, y la leí más tarde.

En mi condición de coordinador de biblioteca, siguiendo indicaciones de quienes saben, me he lanzado a comprar libros de cómic para los alumnos de un centro de ESO y bachilleres. Me he dejado asesorar -¡y bien agradecido que estoy!- por Manuel Vasco y Juan Manuel Espinosa… Me han descubierto que, ese mundo oxidado de mi infancia, es hoy por hoy -a lo mejor entonces también lo era ya- un inmenso océano que no entiendo por qué no se estudia en alguna facultad (aunque no dudo que esta exista). ¡¡Admirable!! Recibo el pedido de libros con asombro absoluto; todo me deja boquiabierto: las ilustraciones magníficas, el papel satinado de ignoro cuántos gramos, los colores, las cubiertas, los diseños… ¡y el precio! Insisto: disculpen mi cazurrería, fruto de mis pocas luces, al hilo de lo que escribo.

Me leo un libro, un tebeo, un cómic… que no sé cómo llamar: ¿Quién le zurcía los calcetines al rey de Prusia mientras estaba en la guerra? Ignoro el sentido del título, que se acompaña por el tipo de la portada que parece un jugador de rugbi al que le sobra cuerpo y le falta cabeza…, pequeña para tanto cuerpo. Empiezo a leer y ¡vive Dios que no entiendo nada! Absolutamente nada: no sé de qué va aquello…, pero, siguiendo normas no escritas de la casa, sigo leyendo: al fin y al cabo, el libro o como se llame -disculpen- se lee en un rato… Echo un vistazo al cuento páginas adelante y me encuentro al mismo individuo de la portada en perla y enseñando sus partes pudendas… ¡Vaya por Dios! Vuelvo a la lectura… Si hubiera hecho lo que suelo hacer cuando leo un libro, me habría enterado de qué iba la copla: “Lee las solapas, las contraportadas… antes de iniciar la lectura”. Llego tarde. Ya me lo he zampado. Ya sé de qué va. Alcanzo la contraportada: ahí tenía la clave que he descubierto yo solito… ¡tampoco hacía falta ser Leonardo da Vinci!

Catherine, una madre con 72 años, cuida a un hijo, Michel, de 42. Este sufre un retraso indefinido, fruto de un accidente de coche ocurrido por beber en exceso. La historia la componen los hechos cotidianos de esta relación: con la hija de Catherine -que, por supuesto, no se quiere hacer cargo de Michel-; una madre a quien le parece indeseable dejar a su hijo en una residencia; un Michael que, con su cuerpazo de hombretón, actúa de continuo con un niño caprichoso… Duro para la madre el vivir cotidiano cuando Michel… vive en su limbo de manías, de horarios, de comidas, de exigencias… ¡a su anciana madre!

Sin duda, tras esos magníficos dibujos, tras esas escuetas escenas… hay una vida y una visión ética del vivir actual. No hay moralina. No hay soluciones. El autor o los autores -de quienes nada sé decir- no nos leen la cartilla ni aportan soluciones: “no hay más cera que la que arde” (no me gusta ese derrotero…, pero “es el que hay”), y comprendo esa solución.

Añado que estoy asombrado… de lo que he leído. Mis amigos me animan. A ver si lograra yo animar a los lectores potenciales de un centro de educación donde, como en su casa de usted, es lo “normal”, se lee muy poquito… Ojalá estas adquisiciones y otras de las que iré dando cuenta animen a los alumnos a la lectura.


¡Ah, antes de irme! Leyendo el libro me acuerdo de la excelente película de Rain Man, protagonizada por Dustin Hoffman y Tom Cruise y, ¡cómo no!, del inolvidable Ignatius Reilly, protagonista de La conjura de los necios… 

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