26 de junio de 2017

Bauman, Zygmunt: VIDAS DESPERDICIADAS. LA MODERNIDAD Y SUS PARIAS.

                


             Llevo leído más de la mitad del libro de Bauman y, sinceramente, me he cansado de no hallar puertas. Desde que era niño esos juegos de difícil solución donde encontrar la salida, la escapatoria… era embarazoso, casi imposible no me gustaban: tenía, y tengo, la sensación de que alguien me está tomando el pelo. Sentirme atrapado, cogido, agarrado, inerme, encerrado… no me gustó y que nadie eche la culpa al cuarto de las ratas que tanto probé en mi más tierna infancia, pues sabía que era un cuarto sucio, con mesas y sillas rotas del cole, donde no había ratas y de donde me sacarían pronto si no me movía y no hacía ruido: era cuestión de probar quién tenía la paciencia más firme y el temple más aplomado y siempre ganaba a la cuidadora, guardadora o lo que fuera aquella pobre muchacha. La solución de Alejandro al nudo gordiano es más de mi estilo. Bauman identifica problemas y les pone nombres y adjetiva, se embriaga, pero no dice cuál es la solución: a lo peor ese no es su cometido.
         Dice Bauman que “Este libro debería leerse como una invitación a dirigir otra mirada, en cierto modo diferente, al mundo moderno que todos compartimos y habitamos, y que supuestamente nos resulta demasiado familiar”. Eso lo ha logrado: nunca en mi vida había pensado en términos de “residuos humanos” en todas aquellas personas, poblaciones enteras -también las llama “superfluas”- a unas sociedades y a un sistema que, habiéndolas generado, ahora no sabe qué hacer con ellas… ¡hablamos de personas! Emigrantes, refugiados, parias del mundo, restos de guerras, de hambres salpimentadas de odio… y todo ello es fruto de la modernización. Son efectos colaterales y perversos de la modernidad que nos ha servido una interpretación de hombre, un modelo de sociedad y unas perspectivas que no son sino una torticera interpretación antropológica -la correcta no les interesa, pues no se trata de eso-: la sobreabundancia de pocos comporta la precariedad casi absoluta de muchos, de la mayoría (ya he olvidado los datos que manejé en mi tesis doctoral sobre esto: datos demoledores, algo así como que un tercio vivíamos en la abundancia y el resto, los dos tercios, en la basura). Yo daba una solución que no era mía, sino de Delibes, que la había tomado de… ¡pero esa es otra historia!
           El Sistema, perdonen la mayúscula, no sabe ni contesta ni se hace responsable. El estilo de la modernidad nos deja esta herencia y nos enfrentamos a la necesidad de buscar soluciones locales a problemas producidos globalmente en los que no podemos intervenir (ni queremos). Se delega en los Estados para que barran la basura, pero no parece haber ni escoba, ni recogedor ni basurero donde depositar todas estas almas en pena.
         El número de personas sobrantes, superfluas es tal que no saben dónde estar…, dónde ir, de qué vivir, dónde acomodar a sus familias, hallar un espacio digno… Recién leído El principito me acuerdo de lo que contaba aquella flor insignificante de tres pétalos, en el capítulo XVIII, cuando el niño le pregunta por los hombres: “— ¿Los hombres? Creo que existen seis o siete. Los he visto hace años. Pero no se sabe nunca dónde encontrarlos. El viento los lleva. No tienen raíces. Les molesta mucho no tenerlas”, o como más crudamente expresó después Hannah Arendt, y me recuerda una amiga: “Estar desarraigado significa no tener en el mundo un lugar reconocido y garantizado por los demás; ser superfluo significa no pertenecer en absoluto al mundo” y de eso se trata.
      Vagabundos, desarraigados, expulsados, sin reconocimiento de nadie… y encima rechazados por temor al distinto, al otro, en nombre de la seguridad: levantemos una torre para evitar la muerte, por si hubiera otro diluvio, ¡un muro, mejor!... Sí, levantemos muros y muros contra… ¿nuestros propios hermanos? ¿Contra personas como nosotros? Bauman certifica la nadería de Dios porque en realidad es el invento de un hombre asustadizo y aterrado que acude a su creación como medio para paliar el espanto de un universo implacable… Esta es una puerta imprescindible de mi pensar, mi fe es un modo de conocer que no puedo despreciar. Cuando me hablan de mundos sin Dios… (hace no mucho leía un artículo sobre An American Utopia. Dual Power and the Universal Army de Fredric Jameson… otro tanto le decía a Rafael Ballesteros es que quien me empuja a esos jardines). ¿En nombre de qué y durante cuánto tiempo daré asilo y llamaré hermano al distinto?, les pregunto a los filántropos de la nada, señoritos perdis que divierten sus ocios jugando a ser buenecitos. Si hay un hermano es porque hay un padre y ese no puede ser otro que Dios… y no estoy mezclando churras con merinas: quien lo lleva lo sabe.
         Nunca podré ver en el otro a un residuo humano…, imperdonable. No puedo admitir que no haya salida. No se trata de una actitud caprichosa por mi parte. No deseo que ese mundo sea: “invisible no mirándolo o impensable no pensando en ello”. Quiero pensar en ello, pienso en ello, pero desde una perspectiva muy distinta a la de Bauman.

          Ortega afirmaba, señor Bauman, que todo verdadero intelectual ante un problema, al menos, debe aportar una solución, pero eso lo decía Ortega, ojo.

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