4 de febrero de 2017

La Memoria Histórica al hilo de LOS GIRASOLES CIEGOS. Almorranas y témporas

                
Altar mayor de una iglesia de Toledo tras ser profanado en 1936. 

        Por razones un tanto accidentales, la relectura de Los girasoles ciegos, me paro en estos días a sopesar una realidad en la que nunca paré mientes con serenidad. Se trata de la llamada Ley de la Memoria Histórica. Me van a perdonar que no me ilustre ni lea directamente sobre ella de quienes la defienden o la rebaten. Me planto ante ella con las armas intelectuales de que dispongo y con lo que he leído en estos años y, reconozco: sin abundar en exceso. Parto del sentido que interpreta, desde esta perspectiva legal, Los girasoles. Recuerdo al lector: esta obra es “lectura recomendada” en 2º de bachillerato, única obra de este autor y que, entiendo, encarna el espíritu de la citada ley.
     Una y otra vez, en el ámbito de la Literatura española, que es donde me muevo con algo más de soltura, en la historiografía, se viene insistiendo en eso que arriba he llamado memoria histórica, en sentido general. Así llaman, sin duda alguna, a esa realidad quienes “perdieron” la guerra civil del 36. En términos bélicos de la época: “los rojos”. ¿Pero de qué se trata?
     Se supone, entiendo, que, tras la guerra civil, se ensalzó a los caídos del bando “fascista”, “nacional”, “golpista”, “rebelde” y con esto se reconfortó a quienes habían tenido pérdidas de toda índole en la contienda fratricida. Quienes perdieron al marido, al hijo, quienes no hallaron a sus hermanos tras la guerra, por ser del bando nacional, quedaron reconfortados, consolados, y tuvieron cumplida cuenta del duelo que necesitaban para asumir que su hermana violada, el padre asesinado, etc. lo habían hecho y padecido por amor a la Patria, por el bien de la humanidad… y en nombre de Dios (¡o Dios sepa!). Sin duda, esto presupone que quienes cayeron eran conscientes de por qué cayeron, por qué los asesinaron, por qué les robaron, por qué los echaron a los leones en la Casa de Fieras de Madrid… Y aquí me paro.
¿Fue realmente así? Es decir, ¿los caídos, los asesinados, los sacrificados, los violados o violadas, los masacrados… de uno y otro bando, en el frente o la retaguardia, llegaron a saber por qué dieron la vida, para qué dieron la vida? La inmensa mayoría, estoy absolutamente seguro, no lo supo. Solo quienes participaron directamente en hechos violentos “por convicciones políticas, éticas, sociales, etc.” supieron por qué y para qué luchaban, por qué y para qué asesinaban. No hemos de olvidar que la asignación a uno u otro bando fue una macabra rifa geográfica que tuvo que ver con él éxito o no del golpe de estado en tal o cual ciudad y con el avance, el retroceso o la ocupación de pueblos, regiones, etc. Hubo quienes, por motivos personales, ideológicos, repito, cambiaron de bando, se presentaron voluntarios para luchar en uno u otro, etc. y lucharon en el frente o formaron grupos de limpieza en las retaguardias, siendo la inmensa mayoría meros pacíficos damnificados, obligados a participar en una guerra que sencillamente no era su guerra.
     Fue en los años de la llamada transición, modelo, ejemplo y asombro del mundo… durante años, pero no tanto ahora, cuando se hizo un pacto de silencio. Ignoro en qué términos y sí los hubo concretos (por cierto, ¿alguien conoce los extremos de estos acuerdos?). Entiendo que de nuevo, como en décadas anteriores, hoy como ayer, las fuerzas políticas, los implicados en este negocio, cómplices y culpables, los interesados e implicados, pactaron sus propios beneficios legales, amnistías, “los olvidos obligados”, “la amnesia forzosa”… y la inmensa mayoría, sean quienes fueren. Eso tan socorrido y romántico llamado “pueblo” quedó absolutamente al margen. Los muñidores de los pactos, los cambalaches, los prestidigitadores de la realidad rehicieron la historia de lo acontecido a su antojo: del antes, del durante y del después de la guerra, aquí y allí, para unos, “los vencedores”, y para otros, “los vencidos”, tanto para “los de dentro” como “para los de fuera”…
    La memoria histórica parte de la reclamación de justicia y reivindicación “de los de fuera”, dicho quedó. ¿Qué deseaban, qué querían? ¿Cuántos son? Cuando se habla del número de muertos, de los exiliados, de los fusilados, de los encarcelados, de los desaparecidos… las cifras de un bando y otro, pues los bandos aún siguen en pie en todos los órdenes, no coinciden. Hay historiadores, economistas, politólogos, sociólogos, ensayistas… de uno y otro bando. ¿Dónde y para cuándo la verdad? Eso no importa, es un detalle menor para los bandos, que se lo saltan sin ningún rubor. Quienes no formamos parte de ellos, perdone, no contamos. Es lógico que esta ley la anime, viva y se mueva, por tanto, por el espíritu de revancha que respira por una herida aún abierta y mal suturada.
   ¿Está bien que exista la justicia sobre lo ocurrido… hace… ¡cuánto!? La justicia, lo hemos dicho mil veces, si no es en tiempo y forma no lo es. ¿Quién consuela a los vivos que tuvieron sus muertos entre el 36 y el 39? ¿Quién nos restituye el habernos tenido que marchar de España, nuestra amada patria, haber abandonado todo, recomenzar lejos…? ¿Quién recupera a esos muertos que se llevó el tiempo y murieron en la ignorancia de qué fue de su marido, de su hijo…? ¿Quién da cumplida cuenta del tiempo transcurrido en encarcelamientos injustos, arbitrarios, abominables? Sí, está muy bien que se recupere (?) a un tío de mi padre asesinado en una cuneta a quien no conocí, de quien ya no quedan testigos…, ¡cuando ya está muerto hasta mi padre su único sobrino vivo! ¿Para qué? ¡Por supuesto, para honrar al tío de mi padre! ¿Mas no se piensa que más que honrar a mi tío, este remover huesos, cráneos agujereados de tiros sumarios, lo que remueve en la mala sangre, el odio al otro bando (real o inventado)?
    La reivindicación de la memoria histórica que termina siendo, en mi opinión, una imposición legal de parte, “de parte de los ‘vencidos’”, que no pasa de ser la búsqueda de un referente histórico, sólo de corte político. Ley avivada por parte de una izquierda desnortada y con reducidos corredores ideológicos por los que pudieran fluir emociones que sirvan de banderín de enganche entre “los de su bando” y las nuevas generación, legas en materia histórica y política, pero que, por su juventud y herencia ideológica, se puedan sentir atraídos no tanto por ideas como por planteamientos extremos, radicales, emocionales…, sin apenas base, reitero, histórica ni ideológica, meros girasoles ciegos que giran al calor del odio.


Ya perdonarán. Andaba buscando un libro y me encuentro con que se me olvidó publicar esto. Leo en las declaraciones del autor del citado libro, en favor de la memoria histórica, supuestamente textuales: ““Era un hombre creyente y practicante, a pesar de su condición de republicano”. Con esto cualquiera que tenga dos dedos de luces y sepa mínimamente de historia de España comprenderá que el caballero confunde, ¡cómo no!, las almorranas con las témporas. La ignorancia no hay barranco por el que no se precipite. No lo intente: no quiera convencer a quien no quiere ser convencido. Poner irracional racionalidad en una realidad de suyo radicalmente irracional, como es el odio, el sectarismo, etc. es como para decir buenas tardes. Que el último en salir que apague, que nos vamos. 

Milicianos con ropas y objetos litúrgicos en Madrid durante la Guerra Civil en 1936.

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