De este libro me habló hace
muchísimos años un catedrático de Matemáticas. Si no me falla la memoria, él no
lo había leído (?), pero me habló muy bien de él: que era una maravilla de
libro, etc. Pasados muchos años tuve la oportunidad de adquirirlo (está marcado
su precio en pesetas, edición del año 89) y muchos más años después me pongo a
leerlo.
La
introducción, de Arturo Ramoneda, me parece adecuada, orientadora para quienes
como yo entramos en la obra despistados. La traducción de Júcar es de don
Benito Pérez Galdós… y es curiosa, pues muchas de las expresiones, giros, etc.
tienen un regusto hoy ya un tanto arcaico, incluso en la grafía: me ha hecho
gracia. Son dos volúmenes.
La
obra de Dickens nace al amparo de una publicación periódica que le ofrece un
dinero fijo y un espacio inamovible en el diario: creo que esto muy
especialmente condiciona la creación. El autor se ve obligado a ajustar la
peripecias de sus personajes a episodios que deben tener el carácter propio de
todo folletón: pasajes de interés, de clímax alto, de aventuras breves y
concatenadas… ¡Lo que a día de hoy sabe y experimenta cualquiera que siga una
telenovela!
En
alguna ocasión el lector, al menos yo, tengo la sensación de un ir y venir
caprichoso de la mano de los personajes, pues su autor a ellos y a mí nos lleva
un poco al albur de lo que se le va ocurriendo, sin tener muy claro hacia dónde
vamos: nos detenemos durante páginas en asuntos que se me antojan baladíes y
pasa por asuntos prometedores en páginas previas que se disuelven en nonadas. Es
lo que hay: donde manda patrón…
El
llamado Club Pickwick es un grupo de señores acomodados y en apariencia
aburridos que deciden hacer un viaje por Inglaterra para hacer relación de
cuanto se encuentren a su paso: personas, costumbres, tierras, animales,
etc. El Club envía al creador del mismo,
Mr. Pickwick, con tres de sus amigos, compañeros, colegas: Mr. Winkle, Mr.
Tupman y Mr. Smodgrass, a los que se sumará un criado que toma Mr. Pickwick,
que es Sam. Se supone que en la obra se nos están narrando las actas que estos
señores dejaron escritas, por eso, el narrador, hay momentos en que duda a la
hora de fijar con exactitud determinadas realidades que quedan en el aire.
Como
ya he escrito las historias que se nos van narrando, nacen, crecen y mueren en
función del capricho aparente de su autor. Los personajes son ya hombres viejos
y, en general, bastante ridículos, rozando la necedad, pues casi todo lo que
acometen si no lo hacen al revés exactamente de lo que pretenden, se quedan a
un palmo de ello.
Las
historias, aventuras, etc. de los propios personajes se trufan con otras que
narran personas con quienes se van encontrando por los distintos lugares por
los que pasan (me acuerdo de la primera parte de nuestro Quijote). Son historias, por lo general realistas, no sin ciertas
reminiscencias románticas, casi góticas. El autor quiere valerse de ciertas
ironías y gracias para arrancar, por lo menos, la sonrisa del lector, pero
ignoro si será por Dickens o por su traductor, Galdós, pero estas intenciones
quedan en eso, en meras intenciones, pues rara vez el lector sonríe (más
frecuente es sentir una cierta pena por los personajes: buenos, pero a un palmo
de parecer tontos).
La
obra se lee con agrado, pero no tiene más trascendencia que lo explicado. No es
que se narren ni grandes aventuras, ni se haga una relación detallada de
costumbres, etc. (se suele detener con bastante detalle en las pantagruélicas
comidas: los platos y sus calidades, los vinos…). En general, casi todo lo
narrado tiene un fondo de bondad amable, pero también tamizado por una neblina
muy inglesa, insisto, de ridiculez, que aportan los personajes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario