16 de marzo de 2015

Entre los restos de un muerto leo...



   
       Cuarto centenario de la publicación de la segunda parte del Quijote. Los investigadores mueven y remueven restos para averiguar si su autor, el genial don Miguel, ese hombre de paciencia inagotable, se encuentra enterrado allá o acullá. Me pregunto qué pensaría o qué diría el autor de poder asistir a hechos semejantes.
         Murió tan pobre que no se pudo pagar un enterramiento digno. Falleció un 23 de aquel mes de abril de 1616, estando al borde de su lecho su mujer y doña Constanza de Figueroa, su hija Isabel y el clérigo Francisco Martínez Marcilla. Unos hermanos terciarios amortajaron su cuerpo con el hábito franciscano. Fue llevado al convento de las Trinitarias, con el acompañamiento de los citados y dos oscuros poetas: Luis Francisco Calderón y Francisco de Urbina. Lope de Vega, dicen, rezó un responso ante el cadáver de don Miguel. Sepultado en un nicho, sin inscripción, tapiado de ladrillos. Ni “caló el chapeo”, ni “requirió la espada”, ni “miró al soslayo”, sencillamente, “fuese y no hubo nada”. Esto fue todo y ese hombre, que así moría, casi como vivió, ya era ayer, y más aún hoy, estoy seguro, el más representativo y supremo de los hombres del genio español. “¿Y qué?”, me pregunto, quizá se pueda preguntar usted. Qué nos diría ese hombre que por tanto pasó. “¡No rebusquen vuestras mercedes entre mis restos!”, me temo que diría. “Déjenme en paz agora ya pasados los gusanos. Lean, lean mis obras y tengan buen provecho dellas”.
         Vivimos época en que casi todo se nos antoja gigantes a la confusa y miope mirada, siendo molinos tan solo eso que ahí tenemos. Las apariencias, el éxito, lo accidental frente a lo sustancial, lo adjetivo y colorista manda sobre el sustantivo que se olvida. ¡Qué gran greguería!
         Supongamos que los restos en estos días hallados son de don Miguel de Cervantes. Que confirmamos lo que ya sabemos: que mancó en Lepanto y sus huesos ratifican lo mil veces repetido; que estaba enterrado en las Trinitarias; que junto a esos restos se hallan los de su esposa… o que, por el contrario, nada de ello es así: que no… que los restos no son sino de un varón quien fuere y una mujer de comienzos del XVII… “¿Y qué?”, me sigo preguntando.
         Cuarto centenario…, huesos y restos y una obra impar que ahí sigue y pasa y que tan solo en noticia no porque se lee, sino porque… los huesos de su autor se hallan o no. Bien me parece que reciba la digna sepultura que este mundo pueda otorgar a los restos de tan sin par caballero, pero sinceramente creo que más debiera honrársele a estas alturas leyendo lo que fue su genial obra… y a él, que Dios lo guarde.

3 comentarios:

  1. Nos quedamos en lo accidental en vez de lo sustancial, dices, y con razón; al menos nos pasa algunas bastantes veces.
    Yo me dedico también a la educación, donde hay que llegar a lo esencial.
    La enseñanza de la literatura debe llegar a lo esencial del hombre, como el hecho de que tenemos alma y cuerpo, y el amor, por ejemplo, es de una persona a otra, y afecta al cuerpo, pero también al alma.
    Un abrazo, querido Antonio.

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    1. Tuve y aún tengo fama de gozar de buena memoria, pero esta ya me va fallando y no encuentro en mi cabeza (ni en Google, que es peor) la frase latina que viene a decir que “la exaltación propia envilece” o algo así… No la encuentro tampoco en el diccionario de Herrero Llorente. Te ruego que no leas en esa clave lo que me dice, entre otras, un antiguo alumno, ya mayor, desde muy lejos de casa y lejano en el tiempo: “espero verle pronto y poder tomarnos una cervecita y ponernos un poco al día, pues realmente tengo muchas ganas de tener la ocasión de darle las gracias por todo lo que me enseñó, no solo en términos estrictamente docentes, sino también humanos”. Aún recuerdo de Carlos Cardona -por lo que tú dices, y este exalumno, y amigo, escribe- que con los padres y los maestros, por lo que nos enseñaron, uno queda como deudor insolvente y lo mejor, dado el caso, como escribió Cela en su prólogo –o lo que fuera- en agradecimiento a Marañón en su VIAJE A LA ALCARRIA es dar las gracias y seguir barajando. Yo se las doy a don Miguel de Cervantes, pues con él y su obra me siento ese deudor insolvente. Insisto: Dios lo guarda y otro tanto te deseo, don Fernando.

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  2. Todo un honor haber coincidido con don Francisco Rico (http://www.europapress.es/cultura/noticia-rico-rae-califica-tonteria-proceso-hallar-restos-cervantes-apoyado-cultura-chequera-20150317103116.html) mientras leo estos días el QUIJOTE en su edición manual realizada por Crítica. ¿Acaso podría ser de otro modo al margen de esos otros círculos de pompa y necedad? Un saludo.

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