9 de febrero de 2014

Tapia Ramos, José Manuel, LOS ÚLTIMOS DINOSAURIOS (PARTE IV y última, por ahora)



         A lo largo de la obra voy pensando que emparentas ideológicamente con fray Antonio de Guevara, que no es, a mi juicio, mal compañero de camino, extraño en tu caso, pues en tu obra no dejo de hallar su menoscabo de corte y alabanza de aldea que se cumple con el plástico final “Madrid es una mierda” (Artaud hablo de esa misma literalidad, la mierda).
         He repasado hasta aquí la filiación de tu novela, los temas que tratas y cómo, y voy ya camino de otros detalles y algo de lo formal.
         En la novela del geógrafo culto de cierta filiación francesa no podían faltar ciertos rasgos culturalistas: el Caín de Cormon, con todo lo que suponía su vagar sin tasa al este del Edén: ¿A dónde ir si ya no hay thelos, no hay meta, si se quebró el sentido? (¡Ay mi amigo Viktor E. Frankl quien ganó por goleada a Freud!) Tampoco me ha pasado desapercibido el poema de Apollinare… Le pont Mirabeau: el Sena va hacia el oeste, se mueve bajo el puente, es agua que corre y pasa, vida…, mas “yo quedo”. Me planto o soy plantado, dejado, abandonado… Quise unir dos riberas, pero el agua tozuda se empeñó en pasar, en seguir, en dejarme mirando…
         De entre todos los personajes, permíteme el salto, el que más atractivo tiene para mí es, sin duda, La Romana: esa finca que todo lo inunda, esa finca que de todo parece tener. Tu novela comienza con una inmersión del lector en ese espacio donde quieres ubicarlo. De ese paisaje nacerá un paisanaje concreto, personajes hechos con el barro de la finca.
         Si la estructura, considero, es lo más lábil de la novela, la prosa, como creo que te escribí se me antoja dura, recortada, poco flexible, de afilado verbo y con poca concesión a la función poética: quizá se deba a mis recuerdos de otras fincas y otras Amandas.
         Los giros y las expresiones y el vocabulario de Juan y María introducen un punto de irrealidad en la novela donde se pretendió la plasmación de un realismo, que se escabulle por ahí (como ejemplo pp. 65-66). Los cambios súbitos e inexplicables de tiempos verbales dotan al texto de aspectos verbales que sorprenden al lector (143, 144-145, 154).
         Al final, en el final de la novela, ha actuado el fatum: esa mano que condena a morir a Calixto sin confesión, a Celestina asesinada y, en nuestro caso, a malrotar La Romana por manos de quienes nunca hubieran sabido hacer nada distinto de lo que nos dejas -está vez sí- apenas insinuado: La Romana, ese personaje, para mí, principal muere a manos de los primos de Julián por obra y gracia del Millonario. Efectivamente, “¡Madrid es una mierda!”. Madrid es el símbolo de la corte, modelo del progreso que regresa a la selva de hormigón que da cumplida cuenta del gregarismo ovino del ser humano.
         Me sorprendiste con la publicación de la novela, donde otra mano, me dijiste, tuvo que actuar para que viera la luz. Mi amigo Leonardo Polo siempre decía que ante la duda convenía actuar, dar pie a lo que está en potencia y convertirlo en ser… Bien hecho por la publicación de la novela. Ahí está como testigo inerte a la espera del lector que desee despabilarla y adentrarse en los vericuetos de luces y sombras de un mundo donde ya no caben los dinosaurios. Muchas gracias, esta vez, también, por tu obra.

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