Vengo
reflexionando si hay una solución para esta España cainita y me sigo
preguntando, tras negar la condición monárquica del español y de la monarquía
como sistema de gobierno…
¿Y
la República? ¿Acaso la república como sistema de gobierno podría adecuarse a
lo que hubiera necesitado España? Opino… -y como toda opinión no es respetable,
sino subjetividad- que no. La experiencia republicana española fue mala por
múltiples motivos, que son los que se vienen analizando: las dos Españas. El
español ve en el otro, en el distinto, en el partidario de otras ideas… al
enemigo, a quien hay que laminar y por tanto, los turnos en los gobiernos de la
democracia, de la monarquía constitucional, en la república… se suceden haciendo
y deshaciendo lo hecho por los anteriores gobernantes, tejer y destejer,
Penélope sigue a la espera en Ítaca… (Ya creo haber contado por aquí algo real
de un pueblo cercano al mío. Perdidas las elecciones municipales, el alcalde
saliente, en el cambio de turno, al pasar el poder –menudo poder en un pueblín
de m.- le comentó democráticamente al nuevo regidor: “¡Vais a mear sangre!”,
todo un dechado de democracia, y aún siguen vivos los dos).
Como
en nuestro desbarajuste nacional no parecía haber ni institución ni medio para
poner orden, se reclamó un cirujano de hierro, que pedía Costa (1846-1911). Los
partidos políticos no eran capaces de regularizar un sistema democrático real,
la monarquía era una farsa… “Que venga un dictador”, parece que se solicitó, y
esa fue la calle que tomó Alfonso XIII al permitir en septiembre de 1923 que
accediera al poder el general Primo de Rivera… Una vez más esa mayoría neutra,
permítaseme llamarla amorfa, se plegó
a lo impuesto desde arriba. ¿Un dictador? ¡Pues vamos a ello! Siete años de
dictadura de avances a golpe de imposiciones y al final, parada y fonda, en
ninguna parte: algunos avances, algunos retrocesos y un sistema inviable, que
desemboca en la huida del rey felón que trae la ilusionante llegada de la
Segunda República que seis años después desemboca, insisto, en el choque
disparatadamente brutal de las dos Españas que ya dejan de escucharse, que se dejan
de rodeos, que desconfían de la palabra y quieren imponerse al enemigo a sangre
y fuego.
Ya
se ve que no es un problema de sistema de gobierno lo que los españoles
padecen. No se trata de eso. Son los españoles los que llevan el germen. Si analizamos
el proceso de la restauración comprobamos algo que sigue siendo evidente hoy
como ayer. Que me disculpen los sabios la sencillez del discurso que sigue y
que pretende ser solo fruto del sentido común.
El
sistema de turnos de partidos en que se basaba la Restauración era la mentira,
era la falsedad continuada, en el manejo de un pueblo pobre y manipulable en
todos los sentidos. Pueblo ignorante, inculto, maleable… (¿les suena todo
esto?). Los partidos turnantes manejaban y decidían mediante sus caciques quién
saldría en cada circunscripción (encasillado) y si hubiera algún problema… se
daba un pucherazo. ¿Cuál era la función del cacique? Orientar e imponer el voto
en el sentido que se decidiera… Un voto… “un duro y un puro”, se decía. El
cacique, de un signo u otro, daba igual (las ideas, ¿¡los ideales!?... no
importan), tenía sus clientes, sus enchufados, sus recomendados, ¿les suena?
¿Saben por qué seguimos reformando la Admistración local, aquello que ya se
intentara en el gobierno de Maura hace más de un siglo? ¿Saben lo que ocurre,
hoy como ayer, en las Diputaciones y los Ayuntamientos? ¿Les suenan esas
empresas paralelas creadas ad hoc donde amigos y sobrinos, y compañeros de
partido y de sindicato medran? ¿Les suena? ¡Más de un siglo después, Dios
bendito, y seguimos varados en el mismo fango del mismo bajío! Dan ganas de
llorar ante la desesperación.
Sigo
con mi razonamiento. Hoy como ayer, la parte más grande del dineral que circula
en España se encuentra en eso que podríamos llamar la Administración, el Estado…
¿Dónde ir que más valgamos? “No te pido, Señor, que me des, sino que me pongas
donde haiga que ya me apaño yo”. La
erótica del poder se trastoca en algo más tangible y mensurable: el dinero
contante y sonante que dan los cargos públicos y lo que de ellos pueda
derivarse. Los partidos desean imponerse al otro no por implantar sus ideas,
sino por hacerse con espacios de poder que dan puestos de trabajo, prebendas y
canonjías laicas que revierten en más votos en las elecciones y hacen más
duradero y rocoso el establecimiento de los partidos en el poder… No mato por
mis ideas: eso lo hace el pueblo incivil, hortera y cutre… Yo mato porque no
estoy dispuesto a dejar de lucrarme del puesto que ocupo… Además no puedo dejar
de hacerlo, pues son muchos quienes dependen de mí y yo dependo de muchos: la
tribu, el clan, la secta, el partido, las deudas personales contraídas…
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