Sigo
tras los pasos de la génesis de una idea y de una realidad, para mí,
subjetivamente, terrible: cómo se incuba la realidad terrorífica de las dos
Españas y desde cuándo podemos hablar con claridad de ella. Vengo siguiendo un
rastro de sangre –así es: lo siento- que se inicia en el siglo XIX donde me da
la impresión de que una y otra se van conformando hasta llegar a la Guerra
Civil, esta vez con mayúsculas, la del 36, la Gorda… como la llamaron algunos… Esa
Guerra espeluznante, de la que aún padecemos consecuencias, de la que aún
quedan muertos por enterrar, desaparecidos por hallar y edificios humeantes que
apagar, heridas por sanar…
El
período que abarca el volumen 7, Restauración
y Dictatura, que ahora termino recoge con más equilibrio, entiendo, que el
anterior el tiempo así bautizado, de la
Restauración, y que queda bien delimitado por las dos repúblicas habidas en
España (la Primera, breve, de 1873 a 1874 y la Segunda que se inicia en 1931 y
que vomitó la Guerra Civil).
Saco
de lo hasta aquí leído y pensado ideas que suman y siguen hasta confluir en el
día de hoy… donde, por mi calle, Caín sigue buscando a Abel y donde aún sopla
el aire frío que ha de helarle las entrañas y el corazón a todo español que
pase…, enviándolo a una de las dos Españas, y siempre tenaz, irrefrenable, inmisericorde,
necesariamente… una contra otra. Es lo que hay.
Señalar
una única causa es un disparate, pero si hubiera que hacerlo, sin duda, lo
adelanto, diría que somos un pueblo todavía inculto, atrasado, tribal. No digo,
es obvio ya, un pueblo sin títulos:
tenemos muchos titulados (universitarios en exceso) que son verdaderas personas
incultas, ignorantes. Tener un título garantiza quizá que no se es analfabeto
total, pero poco más. A día de hoy, casi nada. Haber pasado por la escuela (ese
fiasco gigantesco) garantiza que quien por allí atravesó sabe garrapatear,
mejor o peor, las cuatro letras; quien pasó por la universidad tiene un cierto
barniz… No más.
Recorren
las páginas de este volumen las ideas de Costa y de los regeneracionistas
(ideas y palabra, regeneración, que
se repite en innumerables ocasiones: hay
que regenerar España). Ángel Ganivet (ese olvidado de Granada que acabó sus
desesperantes días en Riga), los autores del 98: Individualismo, alergia a la
ciencia, la envidia, la noluntad… Liberales y conservadores que no lo eran del
todo, republicanos que aclamaban al rey, monárquicos que detestaban a los dos
reyes y a la regenta, socialistas marxistas y revolucionarios, anarquistas de
bomba y acracia, nacionalismos independentistas cargados de egoísmos
particulares… de sus líderes… Parte de la jerarquía eclesiástica católica y sus fieles, pero tampoco tanto: ni tan católicos ni tan fieles;
laicistas fanáticos, institucionistas, un dictador… Y me detengo y reflexiono.
Viene
la monarquía impuesta como salida a la república. Da la sensación de que los
españoles, España, no escogen, sino que les viene impuesta la realidad que fuere,
desde arriba, de modo inclusivo, entre lo malo o lo peor. Perdonen la salida de
tono: ¿Es el español políticamente monárquico? La inmensa mayoría, esas mayorías neutras de las que tanto
se habló en la época (especialmente Antonio Maura) no lo son, no lo somos,
¿¡cómo podíamos serlo!? Venían de la experiencia vivida con la Regencia de
María Cristina, la ladrona, y del reinado de Isabel II: suficientemente
debatido ya el lastimoso y deleznable pasaje y los personajes, esos pingajos
humanos… Alfonso XII y Alfonso XIII, el abuelo de nuestro don Juan Carlos:
infieles en sus matrimonios, frívolos, gastosos, egoístas, desleales,
mentirosos… A Alfonso XIII le llamaba Gutiérrez,
es decir, “Un yerno más”, que diría Dorio de Gádex en Luces de bohemia, era don Alfonso el rey felón, el rey que traicionó todo cuanto se puso por delante…
¿Les suena algo de todo esto a fecha presente, a fecha de hoy en el año 2014? A
mí, sí. Si la corona no recogía fervientes adhesiones ayer, tampoco hoy. La
monarquía constitucional o no… parece ser lo menos malo y lo que hay, lo que se
nos impuso desde arriba en una transición que no fue ni tan virginal ni tan
pura ni tan limpia ni tan inocua como se nos quiso hacer creer.
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