Me
reconozco providente y desconfío del azar. Sospecho que la casualidad no existe,
pero a lo que voy. A estos textos de Valle que ahora comento, a estos esperpentos
vallinclanescos, les debo mucho, aunque quizá de suyo no venga al caso y hago
gracia del motivo. Recuerdo haberlos leído hace muchísimos años. En medio me
los volví a cruzar, o ellos se me atravesaron, y, en parte, sin exagerar, literalmente,
me cambiaron la vida. Tal cual, sin hipérbole andaluza, insisto: quede claro.
Valle
me parece un genio. Me admira su aparente facilidad para escribir, para crear.
Cierto que las tres obras reunidas en este volumen de Austral no son lo mejor
del gallego, mas sí representativo de lo que fue una creación genial: su
esperpento. En las tres obras encontramos esos espacios comunes que Valle
conocía bien y explotó lo mejor que pudo -¡y pudo mucho y bien!- desde el punto
de vista creativo, estético.
(¿Habrá
alguien –me pregunto- que haya leído en estos últimos años a Julio Casares y su
Crítica profana o su Crítica efímera? Ya no recuerdo en cuál
de las dos comentaba el sabio políglota cómo Valle no solo plagió a otros
autores, sino que se plagiaba a sí mismo, ¿acaso es el colmo del ególatra
apurado? Lo ignoro, pero a don Ramón no le importaba maldita la higa, que lejos
de cualquier timidez aparatosa y pusilánime, sin cohibirse, publicó otros textos
plagiados que se le habían pasado desapercibidos al sabio don Julio y él se los
cedía graciosamente como ejemplos de esos sus autoplagios ¡Eximio escritor y extravagante ciudadano!, que lo llamó Primo de Rivera,
ese espadón, el dictador).
Entre
Luces de bohemia y La hija del
capitán hay siete años de diferencia en sus fechas de edición. Luces se empezó a publicar por entregas
en la revista España en el 20 (su versión
definitiva, en volumen, es del 24). La
Pluma publicó en el 21 Los
cuernos de don Friolera, que fue libro en el 25 y El terno del difunto,
del 26, quedó titulado como Las
galas del difunto en el 30, fecha en que las tres obras se
publicaron bajo el título de Martes de
carnaval. Dicen que para gustos, colores, pero se me antoja
indiscutible que de entre los cuatro esperpentos, estas tragifarsas, que se dijo, la mejor es Luces de bohemia con diferencia, aunque en las cuatro se halle la
factura del genio y la mano –la del brazo derecho- del maestro que conduce el
trágico artefacto.
Los
temas que trata son intrascendentes, más en las que hoy comento que en Luces, donde se encuentra España cadáver
de cuerpo entero y presente, la de ayer y, ¡ay!, la de hoy, mas espero que no
la España del mañana (Machado tampoco fue profeta). De anécdotas sin
importancia crea Valle una historia con sus nudos y sus esquinas, todo ello,
sin lugar a dudas apoyado en sus personajes, en el lenguaje que estos emplean y
en un contexto escénico que les da arropo a su contoneo.
No
me detengo en las historias ni en los personajes de estas tres obras, en esos
fantoches al servicio de un titiritero que es su autor, cierto que sombras,
fantoches, peleles, pero muy alejados de las figuras nivolescas, pálidamente
trágicas, de Unamuno. Me voy derecho al meollo de lo que son estas tres obras,
insisto, que se sujetan como los zapateros sobre el agua, casi de modo
milagroso, sobre su lenguaje y sus parlamentos, ¡y cómo no!: en sus acotaciones
magistrales de las que ahora reproduciré un par de ellas porque no puedo
resistirme a mostrarlas para quienes no hayan tenido la fortuna de gustarlas.
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