A
don Luis Coronas Tejada.
Son
muchos de ustedes de entre los avisados que visitan este blog quienes me
preguntan por mi versatilidad lectora, por mi studiositas en general… Es esta la que me lleva a leer casi de todo
cuanto en mis manos cae, aunque siempre intento hacerlo con algún criterio. Vaya
esto por delante.
En
este caso se trata de un volumen de historia, que da continuidad a las
biografías que leí no hace tanto de Isabel II (dos), de Amadeo de Saboya, de
Alfonso XII y de su hijo Alfonso XIII, y que pretendían refrescarme una
historia que estudié hace muchos años. Este volumen, y el que le sigue, querían
ser un recordatorio –como en las vacunas-, insisto, de lo aprendido hace años y
en parte olvidado en sus detalles… Todo ello me lo explicaba don Luis Coronas
Tejada, a quien como arriba se ve, dedico con afecto y agradecimiento sus
clases.
En
general la historia toda de España por afición y devoción (que es la primera
obligación) me la he paseado, con más o menos garbo o detenimiento, algunas
veces. No hace tanto anduve dando vueltas por el siglo XVI al que le tengo ley
y reconozco que dejé abandonado un tanto el XVIII que, por su petulancia, no me
resulta simpático; aunque aseguro que volveré sobre él. En esto de las
lecturas, hablado y escrito lo tenemos, las emociones se imponen a veces a los
sentimientos y las razones más o menos razonadas o razonables.
Mi
colega y compañero don Joaquín Balbín, siempre de feliz memoria, fue quien me
apuntó al historiador catalán, Fontana, a quien no tenía el gusto de haber
leído, autor de este volumen y coordinador junto con Ramón Villares de esta
colección a la que pertenece este volumen. Me habló de esta colección de libros
hace un par de años, quizá, y poco a poco me fui acercando a ella y a los
libros de Fontana.
El
XIX es un galimatías de absolutistas, guerras, liberales, republicanos,
demócratas, gobiernos de mermados, imbéciles, laicismo, golpes de espadones, místicas
monjas, ambiciones, generales a caballo, alguna putísima reina a pie y algún
rey consorte bujarrón, heroísmo con tortilla española de patatas y sangre,
codiciosos, hijosdeputa, reyes y reinas nefastos, conspiradores, políticos
miopes, rencores, dictadores liberales, otro cuarto y mitad de guerra, ladrones,
constituciones, curas trabucaires, absolutistas liberados, franceses e ingleses
dándonos por donde no debían y nosotros amollados en popa para… En fin. Me temo
que en el XIX se gestaron las dos Españas por lo que voy viendo… y no descarto
hallar sus raíces, con claridad, y como voy buscando, en el XVIII. Las dos
grandes fuerzas, las dos Españas, las que han de helar el corazón a todo
español (en versos de Antonio Machado), las Españas que representan no tanto a
Caín y a Abel, sino a dos caínes armados, irracionales, absurdos, ridículos,
insolidarios, vacuos…, redivivos, reeditados, corregidos, aumentados,
tiroteados, vilipendiados… ¡esas dos fuerzas se van cociendo a fuego lento en
el XIX para organizar la Gorda en el 36 del XX!
A
medida que voy conociendo más, y con más detalle, la historia de España me
pregunto, ¿hubo algún momento dulce y amable en este calvario lleno de cruces
de regentes, políticos, reyes… y un pueblo incivil, inculto, visceral donde
todos y todo pena? “Miré los muros de la patria mía…” escribió Quevedo, a quien
le parecieron “un tiempo fuertes”… pero no sé si se debió tal ilusión a su mala
cabeza o a su peor miopía ¿eso cuándo acaeció?, me pregunto, don Francisco.
Cuando
era pequeño aprendí en la Álvarez y en los libros de la época, años 60, que
España era un espacio donde sus claros varones alcanzaron de la patria que
fuera una unidad de destino en lo universal, ¡que vaya usted a preguntarle a José
Antonio y a sus exégetas qué quería decir! Ahora no tengo tiempo de detenerme al punto en
ese perro que al par me ladra. Toda época de la patria era una pieza más en el
singular y espléndido mosaico que conformaba esa nación de singular riqueza en
todos los ámbitos: económico, industrial, agrario, pesquero… España era
concebida como un organismo vivo avocado a ser Europa, a alejarse de África y a
ser un Imperio inmarcesible en América. Carlos V me hacía emocionarme, por
serlo el I de España: el Emperador… Su niño enlutado, Felipe II, dijo que el
sol no se ponía por su reino y tal…, pero, a medida que me fui haciendo mayor y
fui aprehendiéndome el cuadro, entraron decididos en él los tonos oscuros,
ocres y sanguinolentos que daban equilibrio a tanta fúlgida luz como pusieron
en mi infancia, y tanta oscuridad sobrevino que fuime de la mano a los
terribles aguafuertes de Goya:
Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
He leído su entrada con interés. Yo he comenzado a leer este tomo de la historia del siglo XIX en España que usted comenta. Desde luego que es un siglo que encuentro apasionante, lleno de luces y sombras, más sombras que luces. Es cierto, en este siglo el tapiz de nuestra Historia comienza a tomar esos tintes ocres y sanguinolentos que dibujarán esa cruentísima guerra que partió en dos a los españoles en 1936 y que, han llegado impregnado mis oídos gracias a mis abuelos y otras personas. Muchas gracias por su artículo que me ha deleitado.
ResponderEliminarMuchas gracias por su comentario. Siempre es animante. Perdóneme que puntualice, que dé mi opinión -nada autorizada ni respetable-: creo, entiendo y tengo leído (tengo la convicción) de que la guerra civil del 36 (la Gorda) no fue la que dividió a los españoles… ¡porque ya estaban divididos! Es decir, fue efecto y no causa. Llevo mucho tiempo rastreando la realidad de las dos Españas y hay que seguir remontándose en el tiempo muchas décadas atrás. Dentro de no sé cuántos libros me volveré hacia el XVIII para rastrear esta idea, pues me consta que en el XIX ya existía y a comienzos del XX se hablaba abiertamente de ella en términos sociales y, sobre todo, políticos…, como existen hoy, que no son adversarias y ni mucho menos complementarias… sino enemigas, por desgracia, a muerte. Un saludo.
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