25 de noviembre de 2013

Grisar, H., MARTÍN LUTERO





   Termino abrumado el libro de Grisar sobre Lutero. La cantidad de información en letra menuda y apretada, más menuda aún en algunas páginas y en el propio texto, las referencias a estudios y estudiosos… me ha anonadado y salgo, bien lo sabe Dios, con la cabeza caliente y los pies helados en este otoño… He leído el libro en un período muy largo de tiempo: empecé en primavera y termino en otoño, mientras otros asuntos se cruzaban, incluidos varios libros leídos entre medias, etc. y sé que no saco una idea cabal, sino muchas ideas sueltas, un alubión, y un tanto deslavazado todo: lo reconozco.
         El libro es un volumen editado en España en el año 34 (no lo hallé de año posterior), que he conseguido nuevo (estaba intonso) en una librería de Valencia y al que me enviaban como referencia de una obra donde bien podría hacerme una idea de quién era Lutero, por qué actúo Lutero cómo lo hizo… y bien es cierto que todo ello está ahí en el monumental trabajo de este jesuita alemán llamado Hartmann Grisar.
         Saco en claro que el ambiente familiar en que Lutero se cría lo condiciona, mas desconfío de estos condicionamientos excesivamente sociologistas, como me parece que lo hace Grisar, pues todos tenemos la experiencia de hermanos de padre y madre y que, viviendo en un mismo ambiente, tienen trayectorias vitales absolutamente desemejantes. Ambiente de pobreza, en zona minera, creyentes en brujas y supersticiosos, todo ello envuelto en una profunda ignorancia y carencia de formación, hace que el niño Martín, aún siendo mayor, siga obsesionado con esas ideas y que el demonio se halle presente muy de continuo en sus homilías y sus escritos y la presencia física del maligno la viva como una realidad manifiesta, material, en apariciones que dijo padecer etcétera.
         Otro asunto al que continuamente hace referencia Grisar es al estado psíquico desequilibrado de Lutero desde que era muy joven y que condicionará toda su vida, su creación, su pensamiento y que da razón de muchas de sus teorías y de sus planteamientos personales, espirituales y doctrinales, vitales.
         Craso error, por lo que observo, el de Lutero que hace extensiva su vivencia y experiencia personales a todos los demás. Es cierto que los animales, racionales, dependientes (A. MacIntyre) nos parecemos mucho, pero de ahí a generalizar como evidencia que lo que a mí me sucede le sucede al resto… media un trecho. (Algo así hizo Freud al mentirnos con sus teorías, al partir de sus fracasos personales y las experiencias con sus enfermos).
         He podido ver con más claridad todo lo que hace referencia a la fe en la doctrina luterana y el problema que le plantean las buenas obras, las virtudes y la justificación, la gracia divina, etc. Lastimoso el vericuetismo que lleva al portalón sin salida de altas paredes y donde hay que empezar a inventar historias, como Sherezade, para que no se cumpla el final horrendo de quedar en ridículo contra cualquier inteligencia medianamente bien formada.
         Ha logrado Grisar que pase en el libro de una especie de rechazo a Lutero por su testarudez (todo tonto lo es) a una suerte de compasión por él y quienes creyeron en él, que no en Dios, de quien con tanto tino muchas veces predica y dice. Ya se ve que la buena voluntad mezcla a veces con la soberbia y la ignorancia, dando al traste con lo mejor pintado.
         Al final me quedo con una pregunta y esta no tiene respuesta, pero aventuro una solución. Afirmo: con una visión de humana, de contable humano, sin duda, Lutero supuso con mucho una gran quiebra en la Iglesia, un auténtico desfalco, donde muchas almas toman un sendero errado: todo ello fue una quiebra mayor que la organizada por Calvino, Enrique VIII… Y ahora pregunto: ¿Y cómo, si Dios existe, y asiste a su Iglesia, permitió que tal sucediera? La respuesta en san Pablo, Rom., VIII, 28.

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