29 de mayo de 2013

Ochoa, Javier: NUNCA TE QUISE TANTO COMO PARA NO MATARTE. Conclusión con final gamberro


         Es penoso que el fin con que nace algo se desvirtúe por su mal uso, por la mala condición de algunos, por la humana necedad las más de las veces. Nunca te quise tanto como para no matarte es la ilusión trabajada de una persona que escribe una novela, con mucho empeño y esfuerzo, para… cualquier fin menos para que la califiquen de machista o de lo que la calificara ese atajo de necias, que no tengo tiempo de volver sobre ello.

         Nunca te quise tanto es una novela divertida, ciertamente gamberra, escrita con arrestos, con cierto oficio y que nunca debió acabar en la picota de la vindicta pública, que llamaba Valle, no sin sorna, como yo.

         En las críticas de los periódicos en particular, y en las críticas de libros en general, el guante blanco, el pasteleo, el do ut des, el dar cera, el pelotear es costumbre vieja. El editor envía el libro al crítico para que este dé dos duros al pregonero. Algunas editoriales incluían –entiendo que seguirá ocurriendo-, unas orientaciones que podían ayudar y socorrer al crítico potencial, y ocupado, en lo que debía exponer en su trabajo público. En el ABC que fue Literario y luego Cultural de Blanca Berasategui hubo un crítico que me gustaba especialmente y que se dedicaba a la literatura, a la orientación, a la crítica –constructiva o no, que quien construye es el criticado que no el crítico- y lo hacía con razones y sin ambages, su nombre, no se me olvida, es Leopoldo Azancot (tiene una hija que también ejerce el oficio, pero son otros sus modos, quiero recordar, aunque a ella no la seguí ni la sigo, aunque hablara con ella alguna vez). Azancot, Leopoldo, decía a las claras al lector de crítica si la obra que él había criticado merecía el tiempo que un lector atento deseaba dedicarle. Hablaba de hallazgos, de novedades, de errores, de carencias… Se dirigía al lector y al autor. Razonaba sus críticas y sus opiniones no eran caprichosas. Me parece bien. Esto he pretendido aquí. En ello estoy. La verdad no tiene por qué ofender, llevo años repitiéndolo: puede ofender el modo de decirla o el modo en que se recibe.

         Nunca te quise tanto no es una obra maestra. Lo escribí y lo sostengo. Carece de la elegancia, la armonía, el equilibrio… que dan el conocimiento del oficio, la contención y la sobriedad en el uso de las armas del escritor, del dominio del lenguaje y sus posibilidades, el armazón de la estructura y la trama… Requiere de mayor austeridad. Todo esto afirmado en el contexto de la conclusión en que me hallo y en el contexto de lo ya escrito en entradas anteriores.

         “Nadie nace aprendido” y esta es la primera novela de Ochoa a quien vuelvo a felicitar –y me felicito en lo que me afecta, como amigo y como lector y crítico, aficionado, de la obra-. Además es de bien nacidos el ser agradecido y así lo hago por el buen rato que he pasado leyéndola y trabajándola.

         Concluyo: Ciertamente es lamentable el proceso de horno crematorio por el que pasó esta obra en el lager intelectual de algunas socialistas de la Diputación de Jaén, mas, permítanme que me revista momentáneamente de Paco Galindo y con él afirme que, dado el caso: Todo es bueno para el convento –que decía el fraile-, ¡y llevaba una puta al hombro!

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