Es penoso que
el fin con que nace algo se desvirtúe por su mal uso, por la mala condición de
algunos, por la humana necedad las más de las veces. Nunca te quise tanto como para no matarte es la ilusión trabajada
de una persona que escribe una novela, con mucho empeño y esfuerzo, para…
cualquier fin menos para que la califiquen de machista o de lo que la calificara ese atajo de necias, que no
tengo tiempo de volver sobre ello.
Nunca te quise tanto
es una novela divertida, ciertamente gamberra, escrita con arrestos, con cierto
oficio y que nunca debió acabar en la picota de la vindicta pública, que llamaba Valle, no sin sorna, como yo.
En las críticas de los periódicos en particular, y en las
críticas de libros en general, el guante blanco, el pasteleo, el do ut des, el
dar cera, el pelotear es costumbre vieja. El editor envía el libro al crítico
para que este dé dos duros al pregonero. Algunas editoriales incluían –entiendo
que seguirá ocurriendo-, unas orientaciones
que podían ayudar y socorrer al crítico potencial, y ocupado, en lo que debía exponer
en su trabajo público. En el ABC que
fue Literario y luego Cultural de Blanca Berasategui hubo un
crítico que me gustaba especialmente y que se dedicaba a la literatura, a la
orientación, a la crítica –constructiva o no, que quien construye es el
criticado que no el crítico- y lo hacía con razones y sin ambages, su nombre,
no se me olvida, es Leopoldo Azancot (tiene una hija que también ejerce el
oficio, pero son otros sus modos, quiero recordar, aunque a ella no la seguí ni
la sigo, aunque hablara con ella alguna vez). Azancot, Leopoldo, decía a las
claras al lector de crítica si la obra que él había criticado merecía el tiempo
que un lector atento deseaba dedicarle. Hablaba de hallazgos, de novedades, de errores,
de carencias… Se dirigía al lector y al autor. Razonaba sus críticas y sus
opiniones no eran caprichosas. Me parece bien. Esto he pretendido aquí. En ello
estoy. La verdad no tiene por qué ofender, llevo años repitiéndolo: puede
ofender el modo de decirla o el modo en que se recibe.
Nunca te quise tanto no es una obra maestra. Lo escribí y lo
sostengo. Carece de la elegancia, la armonía, el equilibrio… que dan el
conocimiento del oficio, la contención y la sobriedad en el uso de las armas
del escritor, del dominio del lenguaje y sus posibilidades, el armazón de la
estructura y la trama… Requiere de mayor austeridad. Todo esto afirmado en el
contexto de la conclusión en que me hallo y en el contexto de lo ya escrito en
entradas anteriores.
“Nadie nace aprendido” y esta es la primera novela de Ochoa
a quien vuelvo a felicitar –y me felicito en lo que me afecta, como amigo y
como lector y crítico, aficionado, de la obra-. Además es de bien nacidos el
ser agradecido y así lo hago por el buen rato que he pasado leyéndola y
trabajándola.
Concluyo: Ciertamente es lamentable el proceso de horno
crematorio por el que pasó esta obra en el lager
intelectual de algunas socialistas de la Diputación de Jaén, mas, permítanme
que me revista momentáneamente de Paco Galindo y con él afirme que, dado el caso:
Todo es bueno para el convento –que decía
el fraile-, ¡y llevaba una puta al hombro!
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