Me
recomienda el libro un amigo y lo compré sin mirar las críticas. Mi amigo se ha
equivocado, me dice. Lo siente. Van dos seguidos entre los últimos. No es norma
de la casa, es más: es anormal. “Será el calor”, me digo no sin cierta
resignación por hallar justificación a tanto error.
Adquirí
confiado el libro porque su autor siempre me resultó una persona de vida y obra
atractiva. Leí una biografía suya que me gustó mucho: Luis Ignacio Seco, Chesterton. Un escritor
para todos los tiempos. Recuerdo ese libro
con agrado. Había leído, hace muchos años, El
hombre que fue jueves, El hombre que sabía
demasiado y El candor del Padre Brown.
El curita católico e investigador criminalista me resultaba atractivo desde que
–olvidé cuándo- ponían en televisión una serie sobre él, siendo yo un niño. Mi última relación con
el mundo de G. K. Chesterton se debió a un trabajo realizado sobre la novela
policíaca que hice siendo estudiante de doctorado y estudié algunos de los
cuentos del autor inglés.
Dicho todo esto y ya en concreto sobre
el libro diré que me ha parecido excelentemente editado, pero los cuentos
incluidos en él, pues de eso se trata, el libro lo componen doce cuentos no son
exactamente de mi agrado. Ciertamente que cumplen con los presupuestos que se
inauguran con Los crímenes de la Rue
Morgué para la novela policial, según Poe. El investigador no es un forzudo
policía, ni un investigador marginal, ni una especie mezclada entre ser humano
e inhumano… No. El investigador es un curita católico que, al igual que
Sherlock Holmes y tantos otros policías, deduce a partir de lo que observa quién
es el rufián, el ladrón, el asesino y explica con todo lujo de detalles cómo se
ha llevado a término el suceso criminal. En la selección que Bioy Casares y
Borges hicieron sobre Los mejores cuentos
policiales incluyeron alguno del Padre Brown, pero olvidé cuál.
Los cuentos seleccionados bajo este título
se me antojan excesivamente sofisticados. Lo que sucede me parece intrascendente
y trivial y será a partir de ahí que el Padre Brown y su amigo Flambeau,
antiguo delincuente y expolicía, realizan unas investigaciones con un alcance
inaudito. Flambeau actúa siempre como un mero comparsa que presencia, alienta,
escucha, las deducciones de su amigo el cura católico. He tenido la sensación
al leer las historias de que estaban montadas sobre unas obritas de relojería lógica
que, cubiertas con la buena pluma de Chesterton y acompañadas del ambiente inglés,
daban pie a historias, insisto, para mí rocambolescas e incluso de difícil
comprensión si la lectura no era muy viva, atenta y concentrada.
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