18 de agosto de 2012

LA AVENTURA DEL ORDEN, Miguel d’Ors (y II)


    Me gustaría destacar como rasgo de esta obra una realidad propia, que atribuyo, al profesor d’Ors. Una crítica escolar, propia del comentario de texto, detallada, anotadísima, contada, trabajo de campo necesario, para mí ineludible, explícito y manifiesto y tácito u oculto, pero que todo comentador responsable debe hacer. Este trabajo previo, minucioso, prudente será el que se deje manifestar entre los renglones de certeros comentarios no ya del escolar, el profesor universitario, sino de quien sabe de versos y sus tracerías, de quien sabe cómo buscar la belleza entre figuras y sintagmas, entre palabras y ritmos. Excelente equilibrio. Necesario. Esclarecedor. Didáctico. Sin alharacas, sin piruetas pintureras que quien suscribe leyó entre otras voces y en otros ámbitos y no pasan de ser melcocha y cohetería de colorín.
         El profesor tiende a la sistematización, de ahí el título de la obra, insisto. Su minucioso modo de rastrear en los poemas da cuenta y razón de cómo se trenza y enlazan indisolubles, pero distintos, forma y temas, íntimamente relacionados, indisolublemente unidos… ¡lo diga quien lo diga! Es así el modo de hallar los tópicos propios de cada poeta, de las tendencias…
         Al hilo de la poesía de Antonio Colinas, allá por la página 90, afirma d’Ors: “para escribir auténtica poesía –aún la de tipo jocoso- no hay más métodos que trabajar con rigor, pues la ligereza sólo puede producir ocurrencias o chapuzas”. Muy distantes, pero me acordé de libro de José Antonio Marina y su Elogio y refutación del ingenio donde se deja razón de las tomaduras de pelo de tanto Genio genial, de tanto Artista artístico, de tanto Ingenio ingenioso y de tanta tomadura de coleta, de pelo, de tiempo y de cartera. Para hacer auténtica crítica, para comentar en serio un poema, no sobra el ingenio, pero no es suficiente, porque es necesario tomar nota.
         No cabe duda de que “Las doctrinas por sí mismas no constituyen valores estéticos, aunque pueden sin duda llegar a provocarlos” (p. 157). Comentario aparte merecería la crítica que hace d’Ors a la obra y la tendencia poética que sigue García Montero. (De leerla mi colega el profesor Tapia la calificaría, irónicamente, como medio “para hacer amigos”). Antes de seguir, de la cruz a la raya, suscribo todo cuanto afirma d’Ors de la poesía y el sustrato ideológico que la pretende sustentar.
         La poesía de García Montero, explica d’Ors, desde un punto de vista ideológico, nace de la estela de Juan Carlos Rodríguez -¡brillante y esforzadísimo profesor de la Facultad de Filología de la Universidad de Granada! ¡Doy fe!-. J. C. R. es seguidor de Althusser por la vía de Marx, Karl. García Montero junto a Álvaro Salvador, profesor también de la citada Facultad, conforman una corriente poética llamada la “nueva sentimentalidad”. Lejos de casa y de mis libros no puedo dar detalle cabal de las polémicas suscitadas –y leídas en su momento- en la prensa con este motivo, mas concluye d’Ors, refiriéndose a esta corriente estética que “viene ejerciendo una poderosísima influencia en el aparato cultural granadino”. Y yo, ignorante, sigo preguntándome ¿por qué? ¿Por qué hay determinadas camarillas, grupúsculos, formados por eruditos más o menos a la violenta, al bermejo o al azulón, que terminan por dominar determinados ámbitos culturales y no dejan paso? Sin duda intelectual, inteligente, culto, etc. es antitético con esta actitud: sin duda detrás hay intereses partidarios, económicos, ideológicos, memos y bastardos.
          ¿Cómo caracterizar la llamada “nueva (o la otra) sensibilidad”? Para sus miembros “la poesía, que hasta ahora  se habría venido entendiendo como una manifestación directa de la afectividad y la experiencia vital del poeta, debe ya despojarse de su sentido ‘confesional’, inevitablemente ideológico, para convertirse en una construcción verbal que, determinada únicamente por criterios técnicos, utilice lúcidamente, los sentimientos y lo autobiográfico como medios de desvelar  y plasmar la lucha ideológica. Tesis no muy alejada, creo, del ‘distanciamiento’ brechtiano” (p. 156)
         Recuerda d’Ors que los buenos libros de poesía se escriben con buenos versos y no con buenos propósitos, siendo por razones intrínsecas de orden lingüístico un buen verso y no por las razonables doctrinas que lo podrían motivar.
         Evoco siempre en este sentido un artículo de Juan Goytisolo –¿El último vagón?- en el que contaba su experiencia como novelista social en los 50, en el que venía a decir que no lograron mover a la sociedad ni escribir buenas novelas, que fue lo peor. De lo mismo y otro tanto se quejaba Blas de Otero y cómo los obreros no leían su poesía ni la de Celaya…, pero no quiero perderme en disquisiciones que penden de otras arboledas. 
         Termino. Es curioso, y razonable que así sea, que d’Ors en los últimos párrafos anime a los poetas a seguir con su creación y les augure un futuro poético razonable, amable, esperanzador. Ninguno es alentado a dejar los versos por otros caminos creativos. 



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