20 de agosto de 2012

EL PASEO, Robert Walser



         No recuerdo cómo me hice con este cuento o esta novela, quizá me la envío Blumm (La manía de leer) o me habló de él. Lo olvidé.
         En principio la breve narración desarrolla el paseo de un escritor que va camino de la casa de una vecina que, supuestamente, vive muy cerca, donde irá a almorzar; aunque el paseo que nos describe minuciosamente se nos hace largo y lento por las innumerables descripciones de las realidades que el poeta halla a su paso. De pronto, sin explicación alguna, la descripción es secuestrada y todo se volatiliza al ser inundado el poeta por el Bien y presenta una imagen absolutamente subjetiva. Vuelve de nuevo al tono dejado atrás y termina el paseo al anochecer.
         Walser me es desconocido. Nada hasta hoy había leído de él. ¿Son como esta todas sus obras? Lo ignoro. Al principio, por el tono de la narración, pensé que daba la impresión de un remedo burlesco de algo o de alguien, del mundo o de él mismo que se mira y contempla la realidad con una ironía distanciadora entre piruetas lingüísticas, léxicas, sintácticas… Todo parece mezclarse al paso del poeta: lo ordinario, lo extraordinario, la Literatura, la Arquitectura, la Filosofía… en un discurrir de la conciencia por el que todo pasa y de paso va, pues pronto se agota y es sustituido por otra impresión, otra idea, otro pensamiento, otra deducción, real o no, imaginada e imaginable…
         Toda la obra es una sucesión de circunloquios ridículos, pedantes: acumulación de adjetivos, largas oraciones subordinadas de subordinadas que si es cierto que cansan al inicio, generan después una especie de cadencia, de tono que embriaga y envuelve en una atmósfera que no sabría en qué otros autores situar. Me parece extremo este estilo, pero quizá me recordase al Werther de Goethe o algún ruso del XIX, aunque no con la densidad que hallé en Walser.
         Es curioso que el autor no tenga empeño alguno por hacer creíble su relato. Narrado en primera persona, quienes dialogan con el pobre poeta sin éxito, como le dice el bancario, utilizarán su mismo relamido lenguaje cuajado de perífrasis, comparaciones, acumulación de adjetivos (llama la atención que hay muchos colores y formas, más escasean las percepciones por otros sentidos).
         Si arriba hablé de una especie de arrebato místico que vive el poeta en su camino, no menos explicable es su encuentro con Tomzack ¿Quién es este gigante Tomzack con quien se tropieza en el camino? ¿Qué representa? Lo ignoro. Bien está en que una casa le recuerde a tal o cual escritor o pintor, que tal persona con la que se cruza le traiga a su presente un personaje de una novela o el título de una obra (La gitanilla de las Ejemplares de Cervantes, por ejemplo), no es extraño que hable con un perro que halla tumbado en una acera…, ¿pero quien es el gigante Tomzack? No tiene especial importancia en el desarrollo de la narración, pues se trata de un personaje más de los muchos con lo que se encuentra el poeta que, por cierto, no tiene nombre: ninguno de sus interlocutores lo nombra.
         He pasado un rato amable, entretenido, con este dulce -para mi paladar empalagoso-, pero no despreciable.

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