6 de junio de 2012

¡Qué hermoso leer, lector!



y III.

         Perdone que me cuele una vez más como autor-narrador… Me cuesta esfuerzo escribir estas entradas. Cierto. Me produce una vívida alegría cuando las cuelgo y las expongo para usted que me lea. Me desazona, cuando alguien me dice: es complicado lo que escribes ahí; no lo entiendo… Lo siento, de verdad. Decía Ortega que la claridad es la cortesía del filósofo, que yo no soy, por supuesto. Es cierto que necesito espacio amplio. No se trata de férvido circunloquio vacuo… ¡qué barbaridad! Que no quiero enrollarme, vamos, pero sí que disfruto con las palabras, sopesándolas, mimándolas… Las busco en el diccionario, las colecciono… y entiendo que la realidad no es ni simple ni para simples, ni sencilla… ¡Dios me libre de decir tal de quien no me entiende! Cuando ocurre eso es porque yo no me explico bien. Quizá por ello, al desbrozar el camino, me encuentro en vericuetos con densa vegetación, caminillos poco pisados, con escasa huella… y ahí conviene afinar la tecla y el machete para saber qué se escribe, con rectitud de intención –que es principio del obrar, pero no suficiente para obrar bien-, con verdadero cariño hacia quien me lee, como donación… ¿Quién eres, lector?
               Quizá como no podía ser de otro modo, me encuentro con decenas de visitas que provienen de Estados Unidos... ¿Quiénes sois? ¿Qué buscáis en el blog de un escribidor de Jaén? Solo conozco a un amigo que vive allá... ¿Y qué buscan los argentinos, los peruanos..., ¡los alemanes que visitáis mi blog? Perdonadme que me admire de vuestro afán y os agradezca vuestra paciencia. También, por supuesto, a los españoles. ¿Quién eres, lector?

* * *

        ¿Por qué tienen, por lo general, tantas páginas esos libros tan afanosamente leídos? Los veo en las playas, en algunas librerías… ¡mil páginas! Muchas menos de las que necesitó en sus dos partes don Miguel de Cervantes para contarnos una de las historias más hermosas del mundo… Menos de las empleados por el ciego Homero en sus dos epopeyas… ¿Por qué tan largos? No puedo emitir un juicio, pues nunca los leí. Ignoro el motivo. Podría aventurar opiniones, pero no sé, no contesto. Pregunto porque no sé. No es interrogación retórica. Es algo de la fórmula que intuyo solo.
      Estoy en desacuerdo con quienes defienden que el bestseller, por ir dirigido a un determinado público, es libro de menor calidad que aquel otro libro que va dirigido, digamos, a otros públicos más exigentes: no es necesario que tal condición se cumpla. Esto ya se decía de los libros de caballerías… Es clásica la idea que Cervantes que confiesa escribir su Quijote para poner en ridículo abrasivo los libros de Palmerines y Amadises… La quema del cura y el barbero son buena cuenta. No lo es menos que el padre de Santa Teresa la castigaba y le tenía prohibido leer libros de esta naturaleza, pues no dejaban de calentarle la imaginación que luego ella llamó la loca de la casa.
         Es posible que estas novelas superventas sean equiparables a las novelas que, a modo de ejemplo, he citado: las novelas de caballerías. Es curioso que estos exitazos son siempre novelas, ¿por qué no poesía? ¿por qué no teatro o ensayo? En la época de Cervantes ser escritor significaba ser virtuoso del verso. ¿¡Novelista!? Ser novelista en aquel entonces era ser un escribidor de segunda. ¡Poeta!, la gracia que al alcalaíno no quiso darle el Cielo. ¡Dramaturgo!, como Lope… que hacía ricos y famosos a los autores…
         A veces ya no sé muy bien dónde leí, cuándo fue, quién lo escribió, pero es cierto que esta idea no es nueva para mí. Escribe mi amigo Bernardo Luis Munuera en su blog sobre la crítica. Recoge una idea de Machado de Assis en la que este afirma que si hubiera una crítica literaria verdadera, firme, afinada, no de conveniencias… quizá hallásemos obras mejores, obras de más calidad… La idea no es nueva.
        Claro que, me pregunto, y pregunto, ¿qué es una buena obra, que es una obra marcada por un talento auténtico? Las obras literarias, su nivel de calidad, su valor, lo han tasado los editores y sus departamentos de lectura. En función de qué… Entiendo que en función de la posibilidad de vender el producto y ganar dinero. ¿Qué son muchos, muchísimos, legión… los editores que valoran por encima de todo la calidad…? ¿De qué?
         Que me perdone Machado de Assis, pero no creo que una crítica con los adjetivos que desee ponerle sean responsables de la aparición y edición de excelentes obras o de obras mediocres.
        ¿Qué crítico con el marchamo de independiente se atreve a arrollar la obra de una editorial poderosa? Pues tengo que decir que recuerdo a Leopoldo Azancot quien, en sus críticas en el ABC Literario, no tenía empacho de decir aquello que le parecía bien y que, al coincidir en lecturas con él, servidor, estaba totalmente de acuerdo. Prendas no le dolían para poner a quien fuera a caer de un burro. Volví a ver críticas semejantes en Revista de Libros, excelente revista de la que fui suscriptor desde el número 0, y hoy desgraciadamente muerta y enterrada porque Caja Madrid le achuchaba los dólares y dejó de hacerlo. Ahí volví a encontrar crítica afilada, sincera, clara en ocasiones –demasiado prolijos los circunloquios de algunos autores-…, pero donde se llamaba al pan pan y al vino…
         Se fue largo el cuento, lector, y, al final, seguimos ahí, la boca abierta ante los grandes éxitos –cualquier día me da… y me pongo a… leer uno-, sin saber muy bien cómo elegimos las obras que leemos –porque a nosotros, inteligentes, maduros, adultos, sabedores… y conocedores no nos afecta la publicidad, ¿¡a nosotros!?- y en fin, el verano que es propicio para seguir leyendo al mismo buen ritmo que en la primavera y que en el invierno y en el otoño... Felices lecturas, lectores de este blog.

2 comentarios:

  1. Es un poco la magia del que escribe bien y del que lee y del anonimato de internet. Las palabras , dicen se las lleva el viento, no es verdad.

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  2. Me recuerda a las conversaciones de inicio de carrera. En los pasillos. Qué era y qué no era buena literatura. Los argumentos caían por su propio peso. Y la respuesta la encontré en el último curso, con d'Ors: la que te haga feliz. Y no tiene que ser la misma para ti que para mí

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