15 de marzo de 2012

El arte de hacer y obrar, querido Rafa.


 
              Querido Rafa:

          Leí tu último artículo sobre la armonía y, como te comenté, estoy perdido. Hablábamos del arte popular y me he encontrado en un solar desolado… Lamento decirte que la senda que traía y llevaba del marxismo, a estas horas del siglo XXI, es camino inexistente, vereda perdida…
         Creo que ha habido corrientes de gran importancia en el pasado siglo: el Modernismo en el arte; el existencialismo en el pensamiento y gran parte del arte, especialmente en la escritura: la novela, el teatro, la poesía… sobre todo tras la Segunda Guerra Mundial, ese llano sin referencias que desemboca en el absurdo y, por tanto, no abre sino que cierra puertas; el marxismo que se ha demostrado una mitología, una madera férrea, es decir, una contradicción en sí mismo y que a nada lleva, batido en los años sesenta definitivamente; el psicoanálisis que se ha mostrado, tras abrir los archivos del propio Freud, como una falacia y una terapia vacua… Puros placebos.
         Tiempo llevo asegurándote que publicaría aquí un párrafo de Saint-Exupéry sobre el arte que en su momento y aún hoy me llama mucho la atención. El texto lo he retocado desde el punto de vista estilístico para hacerlo más comprensible en español, pues las traducciones que hallé no me gustaron. Este texto me sirve para enlazar con nuestro conocido Scruton, el arte popular y la dimensión ética del quehacer artístico humano. Te corto y pego:
         Mientras tanto, se me planteó el problema del sabor de las cosas. Y los de este campamento fabricaban vasijas de barro que eran bellas. Y los de este otro, las fabricaban feas. Y comprendí con evidencia que no había ley formulable para embellecer las vasijas. Ni con inversiones para el aprendizaje, ni mediante con­cursos y honores. Observé incluso que aquellos que trabajaban en nombre de una ambición distinta, por la calidad del objeto, aun­ si consagraban las noches a su trabajo, sólo lograban obje­tos pretenciosos, vulgares y complicados. Porque, de hecho, sus noches en vela las dedicaban a su venalidad; o a su lujuria, o a su vanidad, es decir, a sí mismos, y ya no se intercambiaban en Dios intercambiándose con un objeto convertido en fuente de sacrificio e imagen de Dios, donde las arrugas y los suspiros y los pesados párpados y las manos temblorosas de haber modelado tanto y las satisfacciones del atardecer después del trabajo y el desgaste del fervor van a confundirse. Pues sólo conozco un acto fértil, que es la oración; pero conozco también que todo acto es oración si es don de sí para llegar a ser. Es como el ave que construye su nido, y el nido es tibio; como la abeja que fabrica su miel, y la miel es dulce; como el hombre que moldea su vasija por amor a la vasija, es decir por amor, es decir por oración. ¿Crees en el poema escrito para ser vendido? Si el poema es objeto de comercio, ya no es poema. Si la vasija es objeto de concurso, ya no es vasija e imagen de Dios. Es imagen de tu vanidad y de tus apetitos vulgares. 
             A. de Saint-Exupéry.

         Siento haber olvidado si el texto pertenece a Ciudadela o a Tierra de hombres, lo siento: a lo peor a ninguno de los dos.
         Me acordé siempre al leer este texto de dos Juanes. Juan Evangelista y su Deus caritas est, Dios es amor. Y a Juan de la Cruz… a la tarde se nos juzgará de amor.
         Este texto, de veras, me parece un regalo maravilloso de su autor. Lo he meditado infinidad de veces. Al final, llego a la conclusión simple, sencilla, de que o cuanto se hace es por amor… o el hacer, facere, es inútil, fruto agraz, y el obrar, agere, es amargo, deformador, autodestructivo. Este sí es un camino que considero firme.

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