27 de diciembre de 2011

¿Por qué es desagradable la verdad?


La verdad brilla.
         Por sucesos destemplados de estos días me hago la pregunta que da título a esta entrada.
         Si reflexionamos un poquito observaremos que esta afirmación u otras semejantes –la verdad ofende, por ejemplo- surge en disputas donde se ponen en juego realidades de cierta intimidad personal y cuando esa discusión, desavenencia, disputa se da con personas que participan de nuestro entorno, nos son amables, queridas o incluso muy queridas. Con alguien que no me importa, al discutir no me apoyo en dicho semejante, sino que lo mando allá por donde el pepino amarga y listo.
         Es posible también la ofensa de la verdad cuando se nos confiesa a la claras que el rey de nuestro imaginario está desnudo: “¡Qué viejo estás!”, te dice alguien de sopetón… “¡Te veo más gorda!”, ¡¡oh!! El carné de identidad y la báscula nos dicen lo evidente, que así confesado y dicho… es una verdad que ofende.
         Queda, pues, claro que si toda mentira ofende no toda verdad tiene carácter vejatorio. A nadie ofende la afirmación verdadera: París es la capital de Francia o El río Nilo atraviesa Egipto. Son verdades inocuas, mansamente indiferentes.
         Además de lo ya escrito quiero hacer hincapié en que el modo, el momento, la forma de decirla forma parte esencial de la ofensa. Nada desdeñable tampoco es el modo en que se recibe. La soberbia esa hidra deforme de múltiples cabezas, sus hijuelas: la vanidad, el orgullo, la petulancia, la jactancia, la vanagloria… hacen su labor de zapa. “¿Quién se creerá que es?”, “¡Y ella más!”, “¡Esta es que ha olvidado sus pañales!”… Se produce un desplazamiento de la verdad ofensiva hacia el otro a quien se le echa otro tanto en cara con afán ridiculizador, humillante y ofensivo en suma: “¡Y tú más!”.
         El asunto, la persona y el modo en que se dice y se recibe hacen de la verdad una realidad arrojadiza y humillante, casi siempre empleada en disputas.
         El autodominio, el conocimiento a la hora de discutir, el saber estar, el darle adecuado cauce a la disputa hacen evitables este tipo de verdades tan tendenciosas como dolorosas. Mejor no olvidar: que lo evidente no se dice; que lo conocido y vejatorio de la intimidad del otro por vía de amistad es mejor no sacarlo a relucir; que la soberbia en las disputas nos hace querer sobresalir; que esa misma soberbia no se resigna a la hora de quebrantar la integridad del otro; no permitirle a esa misma fulana que nos aconseje; pero tampoco necesariamente lo mejor es tener la fiesta en paz, alguien tendrá que decir que al rey se le ve… el yerno
Non omnia quae vera sunt recte dixeris.

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