8 de noviembre de 2011

De tertulia con Rafael Ballesteros, Sobre el arte popular... 2.


   
      Querido Rafa:

         Cuando afirmo que no toda opinión es respetable, el respetable se rebela, cabecea y se amontara. En esta sociedad individualista de necios, donde todo el mundo sabe de todo, cualquier opinión es palabra de un dios menor que debe ser reverenciada y valiosa, “¿O es que no va usted a respetar mi opinión?”, te sentencian interrogando.
         Lo que va aquí es pura opinión y, por tanto, nada tiene de respetable. No soy una autoridad en casi nada, pero en absoluto lo soy si de arte se trata. De arte popular en concreto tratamos, que es el vericueto hacia el que nos ha llevado esta conversación –mucho más lejos de lo que yo deseaba- y donde ya me siento estrecho y a punto de atorarme. Vamos allá.
         ¿Llegaste a leer los Símbolos, Artes y Creencias de la Prehistoria de Leroi-Gourhan? Estas lecturas y otras se pierden en los albores de mi etapa universitaria. Me niego a remontarme a lo que he pensado sobre el arte popular, pero sí te doy unas pinceladas.
         Creo que todo arte recibe tal apellido, popular, porque no nace de manos conscientes de que su quehacer es bello, armónico, encierra elegancia, saber, una cultura. Los escarceos de la ciencia aún no se han aplicado a sus técnicas, que tienen la elegante grosería de lo elemental, lo sencillo, lo genuino. Esas manos no se saben singulares. La mano anónima que realiza la pieza de arte, con esmero y bien, crea una mera pieza de uso doméstico –una jarra de barro, un plato-, unas telas que conformarán la saya de las fiestas, una pleita que se traducirá en cenacho, capacha o barja. Esas manos nada piden por la obra realizada. Será el consumo indiscriminado quien valore esas piezas como singularidad de una tierra, una comarca, una cultura y un estilo de vida. A esa pieza que siempre fue valiosa se le asigna un precio.
         Dicen, creo que fue María Rosa Lida de Malkiel, que el primer escritor castellano con conciencia de tal fue el Infante don Juan Manuel, nieto de Alfonso X el Sabio. Fue el Infante hombre de singular existencia y de memorable carácter, como muestra en su prólogo a El conde Lucanor, donde escribe:

            Y porque don Juan vio y sabe que en los libros acontecen muchos yerros al copiarlos, porque las letras se semejan unas a otras, cuidando que una letra es otra al transcribirlos, múdase toda la razón y por ventura confúndese; y los que después hallan aquello escrito, echan la culpa al que hizo el libro. Y porque don Juan se receló de esto, ruega a los que lean cualquier libro que sea copia del que él compuso, o de los libros que él hizo, que si hallan alguna palabra mal puesta, que no le echen la culpa a él hasta que vean el libro mismo que don Juan hizo y que está enmendado en muchos lugares de su letra.
        
         Don Juan Manuel ya no quiere que se confunda su obra con la de un anónimo autor, no desea que se le atribuyan yerros de copista… él es un artista que firma su obra y es consciente de sus dominios y saberes… Lástima que guardase con tanto celo su obra en el monasterio de los frailes predicadores, que él hizo en Peñafiel, tan orgulloso nuestro Infante, y que el monasterio ardiese con la pérdida consiguiente de sus obras.

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