29 de junio de 2011

La Felicidad: tristes balances, balances felicitarios…

    Cierto que contra gusto no hay disputa, es decir: De gustibus non est disputandum, aunque es impertinente e inhumano abandonar el edificio por la ventana del sexto, alegando prisa. Quizá tampoco sea muy inteligente ni felicitario.
    La felicidad, ahí estábamos, es balance subjetivo, general y positivo, de la adecuación entre el yo personal y el ideal y entre la persona y su circunstancia.
    ¿Quién soy yo? ¿Quién quiero ser yo y cómo y cuándo? Me defrauda y entristece la idea que alegan algunos para estudiar y trabajar para ser algo en la vida, expresión y modo de decir frecuente… “¡Para ser algo el día de mañana!”, aseveran convencidos: ¡Lástima de ese algo! Siempre respondo que ya por ser y ser persona se es alguien. Cuando se traduce ese ser algo o alguien en la vida como persona de relevancia, de prestigio, con medios, se me antoja un proyecto de vida pobre y decaído. En absoluto ilusionante por deslavazado y genérico.
    ¿Qué quiero ser yo? es pregunta que inquiere por la naturaleza de lo preguntado. Bien puedo responder que bombero en Lanzarote, ingeniero, padre de familia, santo… o feliz, por ejemplo. La ejecución de ese querer comportará quehaceres en absoluto incompatibles. Lo que sí debo es poner los medios adecuados, considerar los pasos que he de dar…
    ¿Quién quiero ser yo? es pregunta bien distinta a la anterior. En este caso se dirige a la mismidad de mi persona y sobre ella indaga. ¿Quién soy yo para mí, para los demás?, ¿quién soy yo en el mundo? Inevitablemente nos acordamos, charlie, de cómo trata esa cuestión del yo y el otro nuestro viejo amigo don Miguel de Unamuno (¿Y el Dasein de Heidegger?). Sí, soy padre y bombero… ¿y? Se me pueden asignar un sinfín de predicados: futbolista, lector, escritor, corredor, amigo, triste…, mas aún parece que no está respondida del todo la pregunta que indaga sobre quién soy…
      La infelicidad, la angustia, la tribulación, la desesperanza… nacen en la distancia entre lo deseado y lo conseguido. Cuando hago un balance entre qué y quién soy y entre qué y quién me gustaría ser, pueden emerger esos sentimientos arraigados y profundos que niegan nuestros anhelos, nuestros deseos, nuestras metas y arrojan unos balances tristes, deficitarios, insuficientes, nos dicen que estamos en números rojos: nuestra vida no va por el camino deseado, buscado, anhelado. Esa vida se está malogrando, se puede frustrar y ahí, sin duda, hay un texto de Alejandro Llano que me parece inmejorable, largo para el caso, con perdón, pero espléndido, imposible negarme a reproducirlo:

Una vida malograda es una existencia herida y dispersa, que ha perdido el norte y la esperanza de recuperarlo. Como un avión mal pilotado, ha entrado en pérdida y no consigue remontar el vuelo. Ya no se procura entonces vivir bien, sino sim­plemente sobrevivir. No se trata meramente de que sea una vida mal orientada: está internamente empobrecida, porque se ha ido vaciando de su propia sustancia, de lo más valioso que podía ha­ber en ella. De modo que su desventura no depende sólo de lo que sucede fuera, de que la situación le sea desfavorable, de que las cosas le vayan mal. Es una vida que se ha dañado a sí mis­ma en puntos esenciales y no ha acertado a poner remedio a sus errores prácticos. El origen del problema no estriba en un superficial atentado contra la decencia, la sobriedad, la honradez o las bue­nas costumbres. La raíz de la cuestión está en que me he vuelto contra mí mismo y me he golpeado ciegamente y sin ninguna consideración, aunque probablemente haya sido con escasa vo­luntariedad, llevado más por la debilidad que por la malicia.
    Ha dicho. (Aplaudo a rabiar).

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