13 de abril de 2011

Unamuno, cero cuatro. Esos maestros ganapanes ramplones de la educación.

    Tontos de capirote que ni saben ni sabrán jamás lo que es ciencia, y hablan por boca de ganso o mejor de borrico de las bellezas clásicas. ¿Qué saben ellos ni lo que es belleza, ni lo que es clasicismo?
    Se  pasan el día embruteciéndose en el juego del tresillo, pasatiempo de desocupados y modo de calentarse la cabeza sin provecho, pues nada tiene de diversión y menos de descanso por las fatigas. De la enseñanza Primaria vale más no hablar.

    Ha corrido el tiempo. Estamos en el curso 1890-1891 y no parece que la opinión de Unamuno haya mejorado sobre los profesores. Él se da cuenta de que, si hace pruebas a los chicos, éstos responden “a pesar de la costra de necedades producida por la enseñanza rutinaria”. Los maestros, como el fonógrafo, “aprenden de memoria cuatro imbecilidades” y se las hacen repetir como a loros a los niños.
Hoy un científico interesado... ¿mañana?
    Si el objeto de la inteligencia es la verdad, si la voluntad busca el bien, ¿cómo es posible que los niños queden reducidos a mera memoria?, viene a preguntarse. Aburridos los críos de hacer palotes, como le pasó a él, terminan con el espíritu prostituido. La enseñanza primaria mal; pero es que la situación es idéntica en la secundaria y en la universitaria. Unamuno ajusta cuentas del pasado con el presente y no parece optimista con respecto al futuro:

    En la segunda enseñanza escolásticos puros o mestizos, con resabios krausísticos o de cualquier clase, sin sentido común ni discernimiento, y en la enseñanza superior o universitaria o [sic] ortodoxos necios o heterodoxos estúpidos y cargantes de impiedad vulgarísima y sin fruto.
 
    Estamos en 1890, ¿cuántos no firmarían en 2011 parte de esta declaración? Piensa Unamuno que es mejor leer a los autores españoles con los alumnos, muchos o pocos autores e ir haciendo una crítica que les ayude a los chavales a comprender mejor; esto es preferible a los infernales planes de Historia de la Literatura… (¿y hacer ambas actividades a la vez?, me pregunto). Don Miguel siempre está en el extremo, me temo. Tanto si le preguntan como si no…, él expresa su opinión en público, en privado o en sus cuadernos reservados. Si se trata de enseñar Lengua…

    Caen sobre ti todos los maestros de escuela, verdugos de la niñez, sacos de gramática ramplona, ganapanes de la educación, toda esa plaga que, con la mejor intención del mundo, están haciendo un daño irreparable. Da pena ver una escuela, oír lo que les enseñan, y cómo les enseñan.
Hoy interesados, atentos... ¿mañana?
    Por lo que voy mostrando, a quienes enseñan no hay por dónde cogerlos, aunque a algunos pueda salvárseles por la intención. Eso sí: lo que enseñan es inútil y erróneo. Cómo lo enseñan: el método, las estrategias, la didáctica aplicada… puro disparate. Quedan los alumnos incultos, pero lerdos, carne de memoria. Don Miguel avanza por las aulas como lo hace don Alonso Quijano el Bueno. (Qué poquito se habla de don Quijote en el libro leído y del mundo interior del profesor Unamuno).

No hay comentarios:

Publicar un comentario