27 de noviembre de 2010

El viaje de los héroes ( I ).

    Si el futuro es impredecible, no es menos ignoto el alcance último que tienen nuestras acciones y nuestras obras del pasado. El hombre se autoconstituye en su acción, el hombre es su quehacer, concluye Aristóteles. Somos lo que hacemos, estamos compuestos de nuestras acciones y nuestras obras: hacer y obrar no son lo mismo, pero no entro en ello.
    Ignoraba el alcance que tendría la idea que me movió a escribir una novela mía, hoy agotada y a la espera de ser reeditada, Soy Gutiérrez. Miro para ver qué escribí en el blog sobre ella. Me resulta rarísimo releerme pasado el trámite necesario de las correcciones de cuanto escribo. Releo con curiosidad a quien fui y me resulta absolutamente novedoso: lo había olvidado, no me reconozco en ello, aunque asumo que es verdad cuanto ahí se cuenta. Sí que observo el gusto que tengo por la palabra: soy un rendido admirador de las palabras. Me encanta jugar con ellas, entretenerme entre ellas, pero no es el afán de ahora, ni pertinente el momento.
    Decía de Gutiérrez, el personaje. Un tipo que huye. Un tipo que se hace un profesional del viaje oculto. La vida es un viaje. La idea es vieja. El tiempo, por mucho que afirmara el maestro de Monóvar, no vuelve. Si no me falla la cabeza, hace años que leí el libro de Nisbet –La idea de progreso, ¿o fue en un tal John Bury en un libro de idéntico título? Estas lecturas son de principios de los noventa y ya llovió en mi vida-, donde creo que recogí la idea: fue San Agustín quien plasma el concepto del tiempo como una realidad lineal, será un aporte más del cristianismo; para los griegos el tiempo era una realidad cíclica (ahí se enzarza el eterno retorno de Nietzsche). El tiempo no vuelve. La vida es irrevocable. Nosotros los de entonces ya no somos los mismos, escribió el poeta a su Marisol… En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos, se entiende, los mismos, que afirmaba el viejo Heráclito.
    La simbología del viaje, me arrimo ahora al querer de Juan Eduardo Cirlot, implica el movimiento, pero no necesariamente en el espacio. Existe el viaje interior que motiva el cambio, que busca el progreso, un ideal, un yo ideal, una circunstancia deseable. Viajar es aventurado: salir hacia lo que viene, hacia lo deseable. Raro es el viajero pusilánime. Viaja Ulises de Troya a Ítaca: vuelve a casa y ya no es el mismo, ¡ay, pero Argos, su perro, lo reconoce! -¿quién nos reconoce muertos nuestros perros?-. Viaja el Eneas virgiliano de Troya a Italia… Recorre el Dante de la mano de Virgilio el infierno y el purgatorio y el cielo.
    Es curioso que estos héroes clásicos no huyen, buscan, van, salen al encuentro, arrostran cuanto de bueno o malo se presente… Aligero el paso y marcho al trote hacia el destierro con Mio Cid, ¡Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor!

            Habló mío Cid,          bien y tan mesurado:
                                                                Cid
            -¡Gracias a ti, señor padre,          que estás en alto!
            -¡Esto me han vuelto          mis enemigos malos!
   
    Los enemigos nos ponen a parir. La circunstancia viene mal dada. En el reparto inicial de las cartas, nos dieron un padre ladrón y una madre ligera de cascos, porque el hambre aprieta, y ahí sale a la vida el Lazarillo: no queda más remedio, la vida achucha y el niño hizo lo que pudo, el adulto, cabestro, hace lo que le dejan.
    Como ya va largo esto, dejamos la conversación para más adelante, nos emplazamos para el siguiente…
    Muchas gracias por seguirme, gracias por su paciencia… Las tertulias son un poco así, divagantes, verborreicas, facundas… Es el gusto por todo ello…

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