24 de agosto de 2010

Si escribo, no leo. Si hablo, no escucho.

    Declina la tarde, declina el estío. Se empeñan con insidiosa necedad algunos en insistirme en el calor que hace, ¿o es necedad propia del hombre? Sin duda éste es un bicho social que comunica hasta lo evidente, ¿o es que tengo yo pinta de no padecer el calor que hace?, me pregunto. Sí, es verano, estamos al sur, hace calor, es lo suyo. Lo evidente, innecesario decirlo, ¿o es que lo evidente ya no existe tampoco? Julián Marías, afirmaba que corren malos tiempos cuando hay que decir lo evidente, cuando nos piden que lo demostremos. Malo.
    Hablamos por hablar, por los codos; aunque el tema de nuestra conversación, la realidad tratada sea evidente. "Hace un calor tremendo: ¡es maravilloso! ¡Qué manera de sudar! Qué jodido frío pasan en Groenlandia: ya quisieran tener este calorín, este sol, esa piscina, ese mar...". Hace muchos años, en el siglo pasado, reinaba Alfonso XIII, acudió éste a París con un ministro suyo y pariente mío. Recibió el rey un telegrama donde se le comunicaba, ignoro el motivo, que en Sevilla -tierra originaria de mi pariente- hacía un calor que alcanzaba temperaturas de 43º. "Fíjate -le dijo el rey a mi deudo- la que está cayendo el tu tierra" y le alargó el telegrama. "Majestad, la que me estoy perdiendo". La queja mata el contento, escribe Unamuno, que de tanto se quejó.
    Dejo de asomarme unos días con intención de contestar a mi correo, procrastino las respuestas y después necesito un diíta completo para intentar dar a cada uno lo suyo. Somos muchos los grafomaníacos. Recuerdo ahora la autobiografía de un español, quizá emigrado a México, es posible que titulada Una vida insignificante. De este libro hablaba Amando de Miguel en olvidé qué obra y añadía él que tenía la feliz autobiografía, de vida sin importancia, ¡mil y pico páginas!, ¿¡qué no habría sido de ser una vida, a su juicio, importante? ¡Grafomaníacos neuróticos!
    Copio de un amigo que  mejora a ojos vistas, que se dice, y que me escribe: Yo no acabo de comprenderlo muy bien, pero de un tiempo a esta parte es como si no tuviera nada que decir. No escribo nada, no escribo a nadie, no jugueteo con los poemas... Apenas salgo. A veces me tiro una semana entera deseando que llegue el fin de semana para irme a Madrid, pero a medida que va llegando el viernes se me van quitando las granas y luego pienso, bueno, mejor mañana sábado y al fin, el sábado se me quitan las ganas ganas de todo. Ahí está un hombre que se va recuperando. Callar antes que quejarse, antes de decir lo evidente, antes de repetir lo dicho: silencio y contención. La fortaleza es paciencia que espera contra toda esperanza.
    Es general, creo, nos seduce la conversación interesante, a veces, la innecesaria e insulsa. El hombre habla porque se puso de pie, por erectus, escribe Polo; ahora hablamos hasta sentados y debajo del agua. Leo en la prensa: "A Fulano le seducen los buenos conversadores. [...] De alguna manera recolecta conversadores. [...]. La conversación con Zetanito fue aún más intensa. Se prolongó durante 11 horas, tras un asado en su casa de campo en las afueras de Rosario". 
    Hablamos por los codos. Leer es escuchar con los ojos, vino a escribir el maestro. Cervantes, el Abuelo, leía los papeles que recogía del suelo de la calle, servidor lee hasta el rollo del papel del váter, sea dicho sin perdón. Escribimos con las yemas de los dedos...
Escribimos porque nos gusta leer, hablamos porque nos gusta escuchar...; mas es necesario ¿o el silencio es creador?

2 comentarios:

  1. ... dos manos, dos oidos, una boca. La cosa esta clara.

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  2. Ayer mismo lo leía en Relatos autobiográficos de Bernhard, el libro de medio agosto:

    "Cuando escribo, no leo, cuando leo, no escribo, y durante largos periodos no leo, no escribo, me resulta igualmente repulsivo. Durante largo tiempo, tanto escribir como leer me resulta odioso, y me veo entregado a la inactividad, lo que quiere decir, al examen profundo y penetrante de mi catástrofe sumamente personal, por una parte como curiosidad, por otra, como confirmación de todo lo que soy y en lo que me he convertido con el tiempo, en esas circunstancias mías, tan cotidianas como antinaturales, incluso perversas".

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