Berlin nos cuenta en
esta excelente obra, a mi juicio, la historia de una vida fracasada que corría
tras una idea tan errada y errante como esa vida, pero que cruzó gran parte del
siglo XX como una de las ideas esenciales junto al modernismo, el
existencialismo y el psicoanálisis. Al final, el psicoanálisis se demostró como
una gran mentira que su propio creador reconoció; el marxismo condujo a la
ruina de países donde millones de personas perdieron la vida y se vieron
aplastadas y masacradas por ideas falsas… Y entiendo que el arte del siglo XX
no se puede comprender sin el aporte modernista, como la vida hoy no se puede
mirar al margen del existencialismo, sin contar con él y con sus dolorosas
consecuencias.
He leído, creo,
bastante sobre el marxismo. No recordaba haber leído sobre Marx. En esta obra
se vertebra la vida del economista alemán con sus ideas de un modo que se me antoja
acertado y excelente a mi juicio: me ha
gustado el libro, incluidos esos párrafos inmensos donde de forma clara y nada
farragosa el joven Isaiah Berlin explica la singular vida del pobre Karl Marx.
Enfadado y enfrentado
con el mundo nos describe Berlin al creador del marxismo. Pobre, incomprendido,
emigrante hasta terminar el Inglaterra, su segunda casa, enfadado con propios y
extraños, incomprendido, alejado de todos y de todo… Si bien, los últimos años
de su vida fueron más llevaderos y suaves, sin el apremio del hambre llamando a
la puerta: dos de sus hijos murieron de hambre. Así, como he visto la vida de
Marx la entiendo una vida fracasada para una teoría frustrada, fallida. Su
supuesta inteligencia y genialidad contradicen estos datos: ¿es acaso
inteligente quien no es capaz de solventar las necesidades inmediatas de sus
más inmediatos, ¡su esposa y sus hijos!? La persona inteligente resuelve
problemas -cotidianos, añadiría yo- y no se genera ni genera obstáculos y
contratiempo a su propia vida, insisto, y en la de aquellos que lo rodean: no
confío en los inteligentes que tiran adoquines para arriba para rematarlos de
cabeza…
Por temperamento y
quizá por carácter, sin duda por su personalidad, quizá por los tres, Marx se
mostraba, por lo que Berlin escribe, como una persona no ya enérgica, sino
violenta, con frecuentes explosiones de ira e intransigencia.
Reconozco el rechazo personal
que tengo a la obra y a la persona creadora del marxismo. Hay que contar con el
marxismo sin dudarlo en el siglo XX. Yo lo padecí entre mis profesores en las
clases de la universidad. Los historiadores y sociólogos, los psicólogos y los
estudiosos de la política, los escritores y sus críticos y los artistas
creadores en general, hallan, en la medida en la cualidad cambiante de la vida
de su sociedad un principio de lucha y en este se hallan las ideas ineludibles de
Marx y de su obra que han sido trufadas con cualquier razonamiento y por
cualquier motivo. Todo cuanto sucede emana, según Marx, de
la relación con la estructura económica, esto es, a las relaciones del poder
económico, de cuya estructura social ella es una expresión y las tesis
marxistas han creado herramientas de crítica e investigación, cuyo empleo
modificó la naturaleza y dirección de las ciencias sociales durante generaciones.
No fueron pocos quienes
ya en vida de Marx lo representaban como el genio malo de la clase trabajadora,
que conspiraba para minar y destruir la paz y la moral de la sociedad
civilizada, que explotaba sistemáticamente las peores pasiones del proletariado,
que creaba injusticias y motivos de queja allí donde no existían, que vertía
vinagre en las heridas de los descontentos, exacerbando sus relaciones con los
patronos a fin de crear un caos universal en el que todos y cada uno habían de
perder, y así, finalmente, todos se hallarían al mismo nivel, los ricos y los
pobres, los malos y los buenos, los industriosos y los ociosos, los justos y
los injustos. Otros, sin embargo, veían en él al más infatigable y devoto
estratega de las clases trabajadoras de todos los países del mundo, la autoridad
infalible en todas las cuestiones teóricas, el fundador de un movimiento irresistible
destinado a acabar con la injusticia y la desigualdad por medio de la
persuasión o de la violencia. Se les aparecía como un iracundo e indomable
Moisés moderno, el conductor y salvador de todos los humillados y oprimidos,
con la figura más suave y más convencional de Engels a su lado, un Aarón
dispuesto a exponer sus ideas a las extraviadas y poco esclarecidas masas del
proletariado.
Añado sobre Marx: luchó
contra la mezquina y cínica sociedad de su tiempo, que, según le parecía,
vulgarizaba y degradaba cualquier relación humana, con odio no menos profundo.
Pero su espíritu estaba hecho de un tejido más fuerte y crudo; era insensible,
estaba dotado de una poderosa voluntad y sólo tenía confianza en sí mismo. No
estaba en su mano suprimir las causas de su propia infelicidad, que eran la
pobreza, la enfermedad y el triunfo del enemigo. Su vida interior parece
tranquila, falta de complicaciones y confiada. Veía el mundo en simples
términos de blanco y negro; los que no estaban con él, estaban contra él. Sabía
de qué lado estaba, empleó la vida en luchar por una causa y sabía que ésta
había de vencer finalmente. Aquellas crisis de fe que se verifican en la vida
de sus amigos de espíritu más sutil —el penoso autoexamen de hombres como Hess
o Heine— no hallaban en él simpatía. Quizá las consideraba otros tantos
indicios de degeneración burguesa, que tomaba la forma de una mórbida atención
a estados emocionales privados o, lo que es aún peor, que explotaba el
desasosiego social con fines personales o artísticos, frivolidad e
irresponsable, reprensible complacencia en sí mismos de hombres ante cuyos ojos
se libraba la más grande de las batallas de la historia humana. Esta
intransigente severidad para con el sentimiento personal, así como la
insistencia casi religiosa en una disciplina de autosacrificio, fueron
heredadas por sus sucesores e imitadas por sus enemigos de todos los países.
Distinguen a sus verdaderos descendientes entre los que lo siguen, y, a sus
adversarios, del liberalismo tolerante en todas las esferas.
Merece mucho la pena
leer esta obra de Berlin.
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