6 de junio de 2024

496- Ros Velasco Josefa, LA ENFERMEDAD DEL ABURRIMIENTO

 


Quiero recordar que compré este libro porque leí una crítica de Revista de libros. Ahora lo miro (no ha fallado la memoria por esta vez: https://www.revistadelibros.com/aburrimiento-y-psicopatologia/). El lector que desee una crítica más detallada, más extensa… en ese enlace la puede hallar.

Voy a hacer un comentario muy personal.

Este libro, uno más de los adquiridos en estos años dedicados casi en exclusiva a Alcalá Venceslada, fue a las baldas de la biblioteca con los otros, tras ser catalogados y casi olvidados porque uno estaba en otra empresa. Ahora poco a poco voy a ir leyendo estos libros para los que no dispuse de tiempo cuando llegaron a casa algunos llevan años: son más las ollas que los díasson más las ollas que los días y los iré alternando, o no, con los libros que aún me quedan relacionados con la biografía de Alcalá Venceslada.

Siempre me ha resultado admirable escuchar que alguien dice estar aburrido: un niño, un adulto… “Me aburro”. No recuerdo haberme aburrido en mi vida. Siempre he tenido personalmente y en mi entorno y en mí mismo tantas realidades de las que ocuparme, que me han tenido no digo ensimismado ni encantado, pero sí ocupado y alejado de todo aburrimiento.

La autora, me da la impresión, ha publicado la que fue su tesis doctoral o parte o ampliación (me confirma el autor de la crítica de Revista de Libros, que la hizo sobre Blumenberg). Hace un estudio histórico más o menos cronológico de qué ha sido, qué se ha entendido, cómo se ha interpretado, cómo afectó… el aburrimiento desde que puede rastrear en los textos clásicos la palabra “aburrimiento” o bien sinónimos que los aproximen a esta realidad.

Se pregunta Ros Velasco si es bueno o malo, si es endógeno o exógeno, si puede serlo de uno y otro a la vez. Sin duda se encuentra con un problema y es que solo puede acudir, ¡a ver, así es la vida!, a fuentes escritas y quienes escribían hace más de dos mil años ¡y aún menos de cien! no son unos cualquiera, sino personas cultas y, por tanto, tenemos una visión parcial, ¡es la que hay!, de esta realidad. La autora se plantea qué juicio moral merece el aburrimiento y sus secuelas y sus parientes… ¿Es bueno o es malo? No parece que ese sea un cauce prolífico para su investigación, aunque no deja de abordarlo con muchos datos y lecturas, que son muy de agradecer; pero no hay un juicio absoluto y siempre. En lo que sí parece que hay acuerdo es que se debe distinguir entre el aburrimiento que depende de la persona o que depende de la realidad que la rodea. También parece obvio que el aburrimiento admite grados.



Se aburría la aristocracia griega y la romana. Esta cambiaba la casa de la ciudad por el campo, cambiaban las actividades, iban y venían para sacudirse el peso del tedio, mas ¿y los esclavos? No se les cita. Son cosas. Me temo que ellos ni se aburrían ni cuentan. El aristócrata aburrido tenía la terrible puerta del suicidio, recomendada por Séneca, por ejemplo.

En la Edad Media se puede seguir con más información el aburrimiento tras la llamada acedia, que se ha traducido muchas veces por pereza… Era frecuente y preocupante el aburrimiento en los monasterios donde la vida regulada, tan regulada, según demuestra la autora que les llevaba a la monotonía y esta al aburrimiento. Me preguntaba al leerla… ¿Acaso no tenemos todos… todos días situaciones más o menos semejantes unos a otros? Todos los sábados no hay un plan maravilloso ni los miércoles hallamos el despacho, la oficina, el aula, el tajo… distinto: ahí están los mismos con las mismas o muy semejantes realidades que solventar y a las que acudir. Cada uno tendrá que dar un tono distinto a su día y tendrá que averiguar cómo lo hace, o no.

Va siguiendo los recovecos de los textos y el tiempo donde se habla del aburrimiento. Pasamos al Renacimiento, pasamos el Racionalismo, pasamos por el XIX y hasta el XXI… y seguimos sin tener claro qué sea eso de aburrirse y en qué ámbitos y por qué se aburre el niño, el obrero fabril… ¿Es bueno aburrirse? Recuerdo cuando me pegaban en la escuela y me ponían de cara al rincón; lo de la palmeta era desagradable, pero estar de cara al rincón era maravilloso: podía escuchar los mínimos ruidos de clase, el silencio allí era casi absoluto… y yo podía pergeñar mentalmente  las historias que me diera la gana…

El capítulo sexto me ha parecido la mar de académico: obras, autores, investigaciones que parecen dar un avance y no lo son, se solapan… Me produce hartazgo. No me aburren, pero tampoco me dicen gran cosa el nombre de psicólogos o psiquiatras o pedagogos a tutiplén. Como tema de oposiciones para el ramo, bien, como divulgación largo y tedioso. Lo arduamente trabajado, quizá durante años, como una tesis, invita a no dejar noticia sin dar porque hallarla, asimilarla, colocarla fue muy complejo y laborioso como para desdeñarlo, pero para un libro de divulgación es un exceso… ¡que aburre!



Al final parece que el aburrimiento es como el traspié que no da con nuestros huesos en lo peor: peligroso, pero nos hace avanzar. El aburrimiento es un padecimiento necesario, ineludible al parecer, evanescente y polisémico, casi imposible de acorralar en una definición… Hiperbólico defender que el aburrimiento ha hecho progresar a la humanidad: con solo quitarse las anteojeras se cumple… Desde las cavernas a la Luna por el aburrimiento…

Me acuerdo de Dalí quien comentaba que siendo niño se ponía pinzas de la ropa en las orejas –¡tenía donde pinzar!- para darse el gusto de quitárselas y ver lo bien que estaba sin ellas. Hay quienes tiran adoquines y los rematan de cabeza… Existen quienes, al parecer, disfrutan mucho el aburrimiento que les genera mayor creatividad y les aumenta las capacidades intelectuales… Como siempre, por barrios van las risas que el vulgo dice o según perspectivas, que decía el filósofo.

El libro está bien escrito, con soltura. Contrasta la pesadez de las citas de desconocidos estudiosos del aburrimiento y la escritura ágil de la autora. He aprendido, ¿mereció la pena el viaje? Una vez hecho vana es la pregunta.  

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