16 de mayo de 2024

54-ANTONIO ALCALÁ VENCESLADA. Chaves Nogales, Manuel, LA CIUDAD

 


Un título así tiene una novela de Faulkner que se completa con otras dos y que leí en la mili. Tres partes tiene este libro de Chaves Nogales que me recomendó Jacobo Cortines Torres. Andaba yo entonces tras el sentido de la gracia en Andalucía, en los andaluces. Qué entender por ella. He disfrutado de la lectura, si bien poca cosecha pude recoger para mis almacenes de hogaño, cuyo interés se encuentra en la vida de Alcalá Venceslada.



De las tres partes citadas del libro de Chaves leo con especial agrado la primera y con algo menos la tercera, la segunda es puente que lleva de una a otra, y la más floja, según mi opinión. Apenas empiezo a leer me acuerdo de José Martínez Ruiz, mi admirado Azorín de quien tanto he leído. La oración más corta que larga. La descripción hecha de teselas diversas, impresionista… Yo, si fuera de Sevilla, me gustaría que me hubieran dicho que leyera, al menos, esta primera parte de la obra de Chaves Nogales. A mí, que soy de Jaén, me hubiera gustado que alguien hubiera descrito mi ciudad y sus gentes con ese cariño y esa evanescencia. Con solo leer el pasaje del pintor de muñecos, la descripción del barrio de los judíos y el de los gitanos… ya mereció la pena el viaje por esta obra.

Intenta Chaves Nogales, es cierto, describir su ciudad para concluir que es imposible hacerlo. Intenta Chaves Nogales, no es menos cierto, describir a los sevillanos para concluir que es imposible hacerlo. ¿Y qué es entonces lo que hace en casi doscientas páginas? Pues nos sirve un imposible, ya digo, en pequeñas fracciones, pero que lo diga él:  

        Hemos dicho antes que la literatura de nuestra ciudad no se había hecho. Tal vez no haya nada capaz de producirla, pero puesto que la definición actual no nos satisface, vayamos contra esa definición, sin esperar la aparición del artista genial que sea capaz de darnos una nueva cifra para la vieja aglutinación. En esta vieja España, atacada de genialismo endémico, Sevilla únicamente sabe mantenerse inmune, y no tolera genios, ni admite definidores. En otras ciudades podrá haber hombres geniales, absorbentes, representativos de toda la colectividad; nuestra ciudad, es ella sola. Como en toda civilización muy depurada, se ha llegado a un período de ponderación; esa ponderación no se romperá por nada ni por nadie. La ciudad se ha curado de espanto, y como arrastre de viejas grandiosidades extinguidas, conserva en su pupila esta mirada inalterable, sabia, porque sabe de todo lo finito y de la única infinitud.

Lo que así dicho, comprenderá el lector, es tanto como no decir nada, ¡pero qué bien lo dice! Con qué agrado se lee a Chaves Nogales. No debe de sentirse el lector burlado porque se le vayan sus burlescos afanes por el burladero todo de la prosa de Chaves; que Sevilla toda, se vaya, a ratos riente, a ratos trágica, por momentos serena o en otros agitada… por el mollejón de la historia. Sevilla, serenamente trágica, evanescente entre las flores. Es curioso que habla de la presencia de los ríos en los poemas y escritos de otros autores que hablan de sus ciudades y que él, que lo señala como tópico, por lógica, lo eluda… No se ve ni se huele el río andaluz por antonomasia de Andalucía, que por Sevilla cruza buscando la mar, aunque naciera en Cazorla, según dicen…

        ¿De la gracia? Me temo que esta también se nos fue cauce adelante caminito del mar, muerta de risa, confundida con la pura guasa… Al hablar de la venta de Eritaña (“que paras menos que el tranvía en Eritaña”, decía mi madre), hace referencia a su dueño, un tal Manolito “un hombrecito que vive del recuerdo; actualmente es un viejecito simpático, harto de malicias e historietas picarescas, medio campesino, medio bufón, que sabrá entreteneros una hora con sus cuentecillos inverosímiles y sus chascarrillos sevillanísimos”. Y añade:

 

Es esa gracia sevillana, no definida, esa gracia complicada que, no por haberse ido retorciendo y quintaesenciando, ha perdido sus notas características, su frescura, su expontaneidad [sic]. Mientras guiña sus ojuelos y mueve sus labios de modo inverosímil, Manolito os revelará una manera de ser de esta ciudad, que acaso os cautive, porque, tal vez, sea la que más acorde esté con la que os habéis imaginado. Mientras, un bárbaro piano de manubrio va desparramando sus notas macizas, que en este momento parecen tener un dejillo triste de supervivencia.

 

Otra que burla burlando por el burladero se escabulle. Ya se lo dijo la Domi al Quico en El príncipe destronado de Delibes: por dos pesetas no dan más.

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