28 de febrero de 2024

44-ANTONIO ALCALÁ VENCESLADA. EL ROSARIO MONUMENTAL

 


Comencé a escribir la biografía que me ocupa de Alcalá Venceslada con varias convicciones de las que pocas se mantienen en pie. Pensé que lo podría hacer en unos meses y en junio del 24 hará tres años que estoy con ella a marchas forzadas; me equivoque. Que conocía a Alcalá Venceslada, y me volví a equivocar: lo ignoraba casi todo, por no decir todo: mucho de lo que creía saber estaba distorsionado, no era exacto, etc. Estaba seguro de que escribir una biografía esta es la primera que intento escribir en mi vida, necesitaba aclarar la circunstancia de lo vivido por el biografiado; esta vez no me equivoqué, aunque es difícil demarcar hasta dónde se ha de abundar y opté por el principio que afirma que “más vale que zus zobre que no que zus farte” y esto me ha llevado, como saben quienes siguen estas entradas, a berenjenales y jardines tan hermosos y complejos que se extienden ya, insisto, para tres años. 

Fue la familia Alcalá Venceslada una familia de muy honda raigambre cristiana que arrancaba, hasta donde me alcanza, en casa de sus abuelos: los Alcalá Orti, quienes era profundamente creyentes y, lógicamente y, por consiguiente, practicantes a nivel personal y familiar. Es obvio que rehúyo un sociologismo falaz: “necesariamente y sí y solo sí, Alcalá debía ser católico porque esas eran las creencias y convicciones de su familia”. Obviamente no. Antonio Alcalá pudo elegir otros derroteros como lo hicieron algunos de sus familiares mediatos o inmediatos, mas es cierto que la mayoría de ellos fueron creyentes consecuentes con sus convicciones religiosas, como él. 




La persecución no ha cesado al cristianismo desde que su fundador, Cristo mismo, predicaba en el mundo: nada nuevo bajo el sol, por tanto. Hoy como afirma el profesor Tirapu Martínez: “Lo malo es que nos quieren organizar también la conciencia, lo correcto, lo de moda, y hurgar en el espacio sagrado de la conciencia”. Se promueve el relativismo absoluto y arrinconar a sus fieles… Insisto: nihil novum sub sole. Antonio Alcalá Venceslada siempre mantuvo una actitud manifiesta en su vida de sus convicciones: nunca disimuló, ni disfrazó ante los demás, en las circunstancias que fueran y ante quienes fuere su condición de cristiano con lo que ello comporta; y así en sus escritos, por ejemplo.



Se celebraba el séptimo Centenario de la aparición de la Virgen de la Cabeza en el cerro llamado “de la cabeza”. Alcalá Venceslada había sido muy devoto de esta advocación de la Virgen desde que era un niño porque sus pueblos del alma, Andújar y Marmolejo, también lo eran. Él llegaba a confesar que uno de los motivos de agradecimiento impagable a sus padres era el haberle inculcado su amor a la Virgen y, en concreto, bajo la advocación de la Cabeza: “mi ferviente devoción a nuestra Señora de la Cabeza, título el más valioso que mis padres pudieron dejarme en este mundo”, decía en una conferencia pronunciada en 1948. Ya en sus primeros cuentos de comienzos de siglo de los que hemos hablado aquí, él mostraba a sus personajes devotos de la Virgen, creyentes en Dios y lo hacía con absoluto desparpajo y sin falsos respetos al qué dirán. Aclarado esto, continúo con la narración de lo sucedido con el centenario séptimo de la aparición de la Virgen.

La idea de Alcalá era que no pasase la fecha del citado centenario y dejase un reguero de folletos, de recuerdos que serían vagos en la memoria al paso de no muchos años. Quería algo, una realidad indeleble, muestra del amor de los fieles a la Virgen de la Cabeza y en particular del suyo. Propone, considero que inteligentemente, si se me permite, una idea a la Comisión de señoras. Consideró que si se ganaba a dicha Comisión el resto se daría por descontado. Y así fue. Su primera propuesta, descrita con todo detalle, la hizo por escrito el 2 de febrero del año 26, en el periódico El Centenario de Andújar donde publicó un artículo que será reproducido por otros medios locales y provinciales. Su idea era levantar unos pilares de piedra o ladrillo por la carretera, entre Andújar y el Santuario de la Virgen, “cada 2.133 metros aproximadamente”, según calcula él, y cubrir esos 32 kilómetros, repartidos entre los quince misterios. Además de indicar el misterio correspondiente se pondría un mosaico con un poema que hiciera referencia a cada uno de los distintos misterios. El poema sería escrito por un poeta andaluz. Ambicioso el plan que quedó modificado, entiendo también, con buen criterio ¡y más aún viendo cómo evolucionó todo hasta hoy!: no sería ahora factible pararse a rezar ante cada pilar un misterio del Santo Rosario porque la carretera tiene muchas curvas, es estrecha… ¡y ahora se sube en coche que no andando!; el vandalismo reinante habría molido los pilares, los azulejos, etc. Y, por tanto, se concretó en levantar los citados pilares en el mismo entorno y subida ya en el propio Cerro del Cabezo.

Así se admitió. Se comprometía Alcalá Venceslada en buscar a “los poetas conocidos” andaluces capaces de colaborar en una obra así. El jardín en que se metió le llevó mucho tiempo, muchos quebraderos de cabeza, mucha correspondencia, algunos sinsabores y decepciones… El poema se concretó formalmente en un soneto por cada misterio. Hizo un listado de posibles poetas a quienes escribió, les explicó de qué se trataba. La mayoría se excusó. No fueron pocos los que ni contestaron y así dejó constancia, con orden, de quienes no quisieron o no pudieron colaborar con él: Francisco Serrano Anguita, Francisco Clavijo, Luis Carpio Moraga, Enrique López Alarcón, Juan Soca, Pedro Iglesias Caballero, Gabriel Enciso Núñez, Francisco Villaespesa, Pedro A. Morgado, Alberto Álvarez Cienfuegos, Miguel de Castro, Antonio Machado, Manuel Machado, Santiago Montoto, Salvador Rueda, S. y J. Álvarez Quintero, Blanca de los Ríos, Salvador Valverde… Quienes escribieron un soneto para cada uno de los misterios fueron: Los gozosos: Rafael de Valenzuela Sánchez-Muñoz, Francisco de P. Ureña, Luis Carpio Moraga, José L. Moreno Cortés, José Muñoz San Román; los dolorosos: Narciso Díaz de Escovar, Marcos R. Blanco-Belmonte, Rodolfo Gi, Alfredo Cazabán Laguna, Ricardo León; y los gloriosos: Cristóbal de Castro, Felipe Cortines Murube, María Pilar Contreras de Rodríguez, Eduardo de Ory, Antonio Alcalá Venceslada.

Hago gracia al lector de las decenas de cartas de peticiones, de las contestaciones, réplicas, recordatorios…, etc. que tuvo Alcalá Venceslada, hasta que se inauguró el llamado primitivo “Rosario Monumental”, el 12 de agosto de 1928; este rosario fue realizado por el escultor Juan Luis Vasallo Parodi y desapareció en su casi totalidad en el bombardeo del Santuario durante la Guerra Civil. El Rosario actual, las pilastras y los bronces pertenecen al escultor González Orea y data del año 1964, que ya no conoció Alcalá Venceslada en vida, pero ahí está su idea concreta como realidad del festejo del séptimo Centenario de la aparición de la Virgen en ese hermoso lugar de la Sierra Morena en Andújar.





21 de febrero de 2024

43-ANTONIO ALCALÁ VENCESLADA: FRANCISCO DE PAULA UREÑA NAVAS. GRUPO POÉTICO “EL MADROÑO”

 

 

Comento hoy una separa escrita por Manuel Fernández Espinosa que si breve en su número de páginas es densa e interesante por muchos motivos para mí y el trabajo en que estoy y para la biografía de Alcalá Venceslada. Quizá esta entrada sea algo extensa.

La primera vez que leí el nombre de Francisco de Paula Ureña Navas fue en el Diccionario Bio-bibliográfico del Santo Reino de Jaén de don Manuel Caballero Venzalá. Debió de ser allá por el 81. Hacía este referencia a una historia que había recogido él en la Revista Don Lope de Sosa de la que había sido testigo Alfredo Cazabán que lo contó en ella allá por 1923. Decía don Alfredo:

Hace muchos años. A la tertulia de los viejos poetas donde se nos daba acogida a los que empezábamos nuestra peregrinación literaria, llegó la noticia de que, en una velada del Colegio de Santo Tomás, iba a leer unos versos un alumno; versos que de su musa infantil habían brotado con verdadera belleza y lozanía. Y a Santo Tomás fuimos siguiendo a Almendros Aguilar y a Montero Moya y allí oímos a Antonio Alcalá Venceslada, un escolar menudito de cuerpo, de ojos vivos, de rostro inteligente, que, como un hombre hecho y derecho, nos leyó magistralmente su romance morisco "Azarque". Alcalá Venceslada lo había escrito en unas horas y lo había enseñado al brillante escritor D. Francisco de P. Ureña, maestro de Retórica y Poética y de Literatura en aquel Colegio. Ureña, asombrado, tuvo un poco de desconfianza y dióle el tema de otro romance "Homar y Celinda" que Alcalá Venceslada le presentó al día siguiente y que era tan perfecto como el anterior. Y aquel chiquillo que había hecho tres años de estudios con los Jesuitas y que vino a Jaén con buena fama de estudiante, quedó reconocido como el poeta de aquella muchedumbre estudiantil. No cabía duda de que a las deidades del Parnaso no les era indiferente el pequeño escolar.

A estas alturas ya sabía qué había supuesto Ureña Navas para el adolescente Alcalá Venceslada y el empujón que este recibió de aquel para que se hiciera consciente de su ser escritor, de las capacidades que Dios le dio y él había cultivado con ayuda de sus maestros…, pero ¿quién fue Ureña Navas? Es aquí donde vino en mi socorro la investigación de Manuel Fernández Espinosa.

Natural de Torredonjimeno, nació Ureña Navas en una familia con pocos medios económicos. Fue por esto que el párroco de su pueblo, ¡como tantos párrocos de tantos pueblos!, viendo las capacidades del niño buscó los medios para que estudiara y pudiera, primero, cursar el bachillerato en el Instituto General y Técnico de Jaén –años más tarde “Virgen del Carmen” y marcharse después a estudiar Filosofía y Letras en Sevilla y Derecho en Granada, donde volvió a coincidir con su exalumno Alcalá Venceslada, cuando este empezaba su carrera, él la terminaba por libre.


Muchos años después, en la década de los veinte Alcalá Venceslada escribirá y colaborará con
El Pueblo Católico, periódico del que era dueño y director Ureña Navas. Era un periódico integrista en lo religioso y carlista en su ideario político (aunque todo ello, ¡cómo no!, discutible).

Para Fernández Espinosa, el poeta tosiriano es la cabeza y guía de un grupo poético, “El Madroño”, finca cercana a Martos donde vivía Ureña Navas y donde iban estos jóvenes poetas. Crecían y arraigaban sus escritos a la sombra y el saber del maestro. Este grupo, para Fernández Espinosa, tiene unas señales estéticas, éticas y confesionales inequívocas.

        Rechazan todo lo que comportó el Modernismo en todos los ámbitos, pero ellos, poetas, rechazan ante todo su estética porque, como dirán, ignoran el pasado literario clásico español en lo formal y en sus contenidos (ideas que comparten también personas y autores tan distantes como Rodríguez Marín y Unamuno, Manuel y Antonio Machado…).

        Son los modernistas poetas que han huido de una cultura religiosa, cristiana, católica y van contra un Dios hecho Hombre que murió por ellos y se han abrazado a otros dioses paganos; son adeptos al hermetismo y al gnosticismo y Fernández Espinosa cita como autoridad a Octavio Paz.

        Saben estos poetas que la masonería, el socialismo, el comunismo y el anarquismo son movimientos que van contra la religión que profesan y no permanecen indiferentes. Así como condenan la tibieza de aquellos que se dicen cristianos y su corazón está vacío de Cristo. ¿Y la poesía? La poesía para este grupo es una realidad maravillosamente humana que, para quienes tienen el don de expresarse en y por ella, deben cantar cuanto de excelente y amable existe en el mundo que creó Dios y vio que es bueno y así toda obra de arte ha de ser: Verdadera, buena y bella.

        Espinosa señala como seguidores de Ureña Navas y las ideas expuestas a Carpio Moraga, Montuno Morente que son los más genuinos y tras ellos: Eugenio Molina Ramírez de Aguilera y, creo que se deben considerar más alejados de grupo principal, aquellos autores que publicaron en la Tipografía de Ureña Navas, también se llamó imprenta que llevaba el mismo nombre que su periódico, El Pueblo Católico. Entre ellos se encuentran Mozas Mesa, Revuelto y Sanz, Mestre Medina, Blanco Nájera, Bernardo Ruiz Cano.

        No poseo ningún libro de Ureña Navas. No sé si entre los que me robó mi vecina, Mª del M. M.E.        , se encuentra alguno de este autor. Miro y leo lo que Fernández Espinosa me da a leer en su separata y por ellos no puedo, no debiera quizá, juzgar. No me parece fácil, no obstante, encuadrar a Alcalá Venceslada en las pautas del grupo “El Madroño”: cierto que escribió contra el esnobismo indumentario, estético, poético… y que rechazó el modernismo en todos sus sentidos, pero no creo que dé su poesía y su creación literaria el perfil del grupo, insisto. Es posible que en breve tenga más información sostenida en textos que me ayude a soportar mi juicio. Sería interesante hacer un estudio más amplio y profundo de la poesía de algunos de los citados por Fernández Espinosa para concretar mejor sus tesis. (Gracias Manolo por tu texto que tanto me ayudado).

17 de febrero de 2024

42-ANTONIO ALCALÁ VENCESLADA. Homenaje en el XL aniversario de su muerte (1955-1995)


Me ocupo de un librito que se editó con motivo del cuadragésimo aniversario de la muerte de Alcalá Venceslada. El libro lo componen tres conferencias que se pronunciaron con motivo del evento. Quienes intervinieron son personas que han estudiado la obra de Alcalá Venceslada desde distintas perspectivas. Manolo Galeote se ha centrado en la primera edición del Vocabulario andaluz y ha editado un facsímil del mismo con una larga introducción; Francisco Manuel Carriscondo Esquivel quien, desde que era un becario hoy catedrático en la Universidad de Málaga se ha ocupado con verdadero empeño y cariño a la obra de su paisano Alcalá Venceslada atendiendo no solo al Vocabulario sino también a su obra; y, por último, el primero en el tiempo, que yo sepa, de los tres, que se ocupó de Alcalá Venceslada: Ignacio Ahumada Lara, Miembro correspondiente de la Real Academia Española por Andalucía y ha sido catedrático de Lengua Española. Los he citado por el orden de la publicación de sus conferencias en el librito, que termina o cierra con una obra teatral Con alfileres. Pasillo de comedia que Alcalá escribió para la Velada de la Fiesta del Estudiante y que se representó la noche del 7 de marzo de 1926, en el Paraninfo del Instituto de Jaén. También con motivo de la celebración se representó en Andújar donde las conferencias tuvieron lugar, en el convento de las madres Trinitarias.

El título de la conferencia de Galeote es lo suficientemente esclarecedor y detallado como para que el oyente, en aquel caso, y el lector, en el mío, sepamos de qué se trata: Sobre autoridades de Vocabulario andaluz de Alcalá Venceslada: los textos dialectales de Cristóbal de Castro. Este escritor de Iznájar (1874-1953) era para mí, hasta leer este texto, exclusivamente un nombre: no sabía nada de él. Se ve que Alcalá lo conocía y lo había leído mucho y de los textos suyos sacó muchas palabras para su Vocabulario. Curioso lo que sobre él leo en la Wikipedia: traductor de escritores rusos, partidario de la revolución allí habida, con posterioridad, en plena guerra civil española, huye de Madrid y se pasa al bando nacional; autor de muchas novelas, poesía y teatro, y un número nada desdeñable de ensayos. Aprovecha Galeote la conferencia para poner en la pista de las obras costumbristas andaluzas. En ellas Alcalá se nutre, como muestra Galeote, de muchas palabras que pasan a engrosar el número de entradas de su citado Vocabulario.

La conferencia de Carriscondo Esquivel, Claves para una interpretación de la obra de Alcalá Venceslada, ordenada y clara… deslinda esos límites a veces confusos entre folclore y costumbrismo, qué rasgos tienen uno y otro y quiénes son los cultivadores que abren camino a la obra de Alcalá. Clasifica también la obra de este, como poeta modernista; como articulista de costumbres; cómo enraíza la obra de Alcalá en Andalucía y su amor por ella y que brota en sus narraciones: novelas cortas, algunas inconclusas, sus cuentos… Para Carriscondo “la interpretación realizada de la obra de Alcalá Venceslada era necesaria no sólo en cuanto al autor en sí, sino por ser dicha obra un fiel representante de la literatura de una época y lugar determinados, como es la creada en Andalucía a finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, en un ambiente provinciano”.

Ignacio Ahumada Lara creo que fue el primer estudioso que acometió seriamente un análisis y una investigación con hondura y perspectiva del Vocabulario andaluz. Recuerdo perfectamente las visitas que hacía a casa de mis padres para consultar la desordenada, entonces, documentación que se conservaba de mi abuelo. Su conferencia la tituló Notas de lexicografía andaluza: A propósito de la obra lingüística de A. Alcalá Venceslada, descriptivo título también del contenido de sus palabras. Cuenta Ahumada cómo fue el proceso seguido por Alcalá Venceslada en la elaboración del Vocabulario, las dificultades, las inseguridades, etc. que debió de pasar el autor de una obra de semejante contenido. También hace un poquito de historia de los vocabularios regionales de aquel momento, de quiénes los impulsaron y en qué sentido (Menéndez Pidal y Rodríguez Marín) y también hace el profesor Ahumada algunos comentarios a una obrita de Alcalá, Prosodia del Santo Reino (1957), editada tras su muerte.

La obra Con alfileres. Pasillo de comedias, con la que cierra el libro que hoy comento, como adelanté arriba, es una obrita brevísima, escrita en verso y con dos personajes, Carmonita y Peralta. El primero espera a la puerta de un aula ser examinado de Historia tras haberse pasado el curso sin estudiar. No sabe nada. Todo lo enreda. Alcalá busca juegos de palabras con los nombres de personajes históricos, y Carmonita todo lo confunde y refunde. Teme lo peor. Peralta lo anima e intenta ayudarle brevemente a repasar el temario, pero es imposible. Carmonita es un erial: solo sabe de Cristóbal Colón. Llamado al aula para el examen, Peralta observa en la distancia que el tribunal pregunta y Carmonita responde sin callar… ¡le ha salido como tema de examen Cristóbal Colón! Llevaba al programa de la asignatura menos que con alfileres, pero la suerte le fue complaciente.

Obra breve y simpática, de fácil representación, sin necesidad de medios especiales: con un banco se resuelve el escenario.

Esto es todo cuanto esta obra nos habla de Alcalá, que no es poco, pues los tres conferenciantes aportan ideas que me serán de ayuda para para seguir enjaretando la biografía de Alcalá y, de refilón, lo que voy comentado de su obra. Voy por 1926 en la vida de Alcalá; hasta el 55 aún queda trecho.

Deseo cerrar esta entrada con un comentario a un rasgo muy reseñable de la personalidad de Alcalá Venceslada que me ha surgido con motivo de este estudio biográfico. Él no era precisamente un cazoletero metomentodo, pero no se negaba a participar en todo aquello cuanto le pedían para colaborar en cualquier realidad humana valiosa y buena. Siempre que lo buscaban para causas nobles, ahí estaba. Dedica su tiempo, tan tasado y escaso, a escribir una obrita de teatro para los alumnos del centro donde imparte clase. Para muestra vale un botón.