30 de julio de 2021

453- García Pavón, Francisco – EL HOSPITAL DE LOS DORMIDOS

 


No ha mucho en alguna entrada de este blog recordaba el decir de Marías sobre los libros, y los lectores, que aguantan o no una segunda lectura. Lamento decir que García Pavón con Plinio, su municipal al hombro, se me caen a plomo de la estantería. La última vez que recuerde haber leído novelas de este autor con este protagonista fue allá por la segunda mitad de los setenta (la edición que tengo es la 1ª del 81; en la novela se hace referencia a la dimisión de Adolfo Suárez, el 29 de enero de 1981). Mi recuerdo era de novelas divertidas, costumbristas, de tierras próximas a las mías de origen…, mas ahora su prosa se me hace pastosa y más cutre que costumbrista, más redicha que natural… El tipismo léxico, “su costumbrismo casticista”, al que se sacrifica el argumento –da por renglones la impresión-… suena a impostado y lastra el dinamismo narrativo. Las conversaciones resultan inanes, previsibles, innecesarias: no aportan belleza al texto, ni valor léxico. Sobran neologismos simpaticones de verbos de la primera conjugación a partir de un sustantivo: “pañueleaba el sudor” por “secarse con un pañuelo el sudor”, “embraguetándose” por “abrocharse la bragueta”, “buñuelear” por “comer buñuelos o churros”, “visereándose con la mano”, “bacinear” por “curiosear”, “preguntear” por “interrogar”… Los chistecillos y las supuestas ocurrencias de los protagonistas, don Lotario o Plinio, así como las de sus convecinos y contertulios, dan la impresión de colocadas ahí ad hoc, ya pasadas de cochura y frías, a lomos de una filosofía pedestre y garrula y gárrula –con y sin tilde, que no significan lo mismo-. El lector culto se ve ahíto de los corriendillo, sonriendillo…; de su exhibición del nombre de las partes de un arado antiguo; las conversaciones chocarreras; una crítica social añeja y trufada (contenido transversal, lo llamaría un docente actual)… Lo de llamar “mueble depositario de pecados” al confesonario… me parece alargarse ya de Tomelloso a Castellar de Santiago andando a la pata coja… Ya perdonará el lector el primer parrafito que le estoy largando: “Cómo para no volver a probar…”, puede pensar el lector, que es lo que piensa servidor, y me voy aparte, que bueno está lo bueno: me dejo entre las notas tras la lectura atribulados hallazgos.

 


La prosa de García Pavón, desde mi humilde opinión, ha envejecido: no logra avanzar en el camino, se encalla y atora. Hay escritores, prosistas, pienso ahora mismo en dos de mi gusto y admiración, con quienes probé, a quienes no es fácil (al menos para mí y cuando lo intenté hace años) mejorarles un párrafo. Las palabras de estos están en sus renglones con una apostura y natural incomparables: imposible mejorar la composición, eso son horas de esforzado empeño. En esto pensaba cuando me cruzo con unos renglones de la página 53 del libro que comento. Dicen así: “El policía de guardia dormitaba en el banco del portal y estaba encendida la luz del cuarto de guardia, donde también dormitaban el cabo Cerezo y los otros hasta la hora que sería el relevo”. No hagamos sangre.

 

La gran creación de G. P. es Plinio, el jefe de los municipales de su pueblo, Tomelloso. Conste que, servidor, así llama a los guindillas, municipales, etc. desde aquellos años en que lo leí. Para mí cualquier guardia municipal (no sé si ahora se dirá agente municipal) es un plinio  a secas. Con este personaje y su acompañante, el veterinario jubilado, don Lotario, hacen la pareja de investigadores que averiguan todo quebranto de la ley o misterio en el citado pueblo. Dicen quienes de esto saben que Cervantes hizo volver a don Quijote a su pueblo para recoger a Sancho porque, el viaje lúgubre (“a solas, en soledad”, según se dice en Ciudad Real) con Rocinante entre las piernas, se le iba a atragantar al novelista y al caballero, de ahí mejor el contraste dialógico con ese personaje, hoy universal, llamado Sancho Panza. Algo así, supongo, le sucedió a G.P. y situó junto a Plinio a don Lotario y de este modo tenía su Sherlock Holmes y su Watson particulares de Tomelloso que se mueven el compás que García Pavón les toca…

 

El argumento de la novela se me antoja una amplificación sin mimetismo ni rubor… El libro es un cúmulo de anécdotas: el novio burlado; los pájaros cagones; la vida y muerte del Tachuelas, el roncador; Teresa la parturienta imaginaria; la muerte de don Manuel el cura con sus extensiones léxicas del chabacano e ignaro vocabulario de sacristía; las visitas al burdel, puro lugar común; entreverado todo con la aparición por doquier, e incomprensible para el lector, de los dormidos, risueños y enfijatados…; pijadicas aparte sin ton ni son, que ni vienen ni van: da la impresión de que las anotó en la tertulia del café y luego las estiró como chicle caliente y blandón y las colocó ahí…: lo que G.P. llamaría “cuatro carajadas” (p. 121), es decir: “hablando de nada” (p. 121). Todas estas anécdotas convertidas en historietillas conforman por amontonamiento (no sé si acúmulo y suma que resta) la novela que se sostiene precariamente en el léxico, en el cotidiano devenir de un pueblo donde todo cuanto cuenta García Pavón para unos días o semanas… muy probablemente nunca hubiera sucedido en décadas. El argumento principal de la novela se resume en la montaña que parió a un ratón… dormido.


 

El lector en algunos momentos tiene la sensación de que el autor lo lleva, no citaré la comparación de uso corriente por ordinaria, pero sí diré sin ton ni son con respecto al día y la noche y la hora en que algunos hechos transcurren… Bien es cierto que Cervantes perdió el rucio de Sancho y se lo perdonaron…; en fin otorguemos disculpa a García Pavón. Más me extraña que un autor ya avezado, y con mucha obra a sus espaldas, cambie sin ton ni son el punto de vista narrativo, como si se tratase de un escritor novel: no sucede una vez, sino como mínimo tres, que este humilde lector haya anotado.

 

No mereció la pena el tiempo invertido en la lectura de esta obra ya demasiado achacosa y en la cuneta del camino.

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