Un alto en el camino. Ya tenemos
qué es el rencor contra la excelencia y cómo y por qué se origina.
Veamos ahora quiénes lo encarnan: las personas normales, que aspiran a ser
normales, más, entonces, qué quieren, si es que quieren algo, cómo lo quieren.
Decía Confucio que las virtudes del
hombre superior son como el viento y las del hombre vulgar como la hierba:
cuando el viento pasa por encima, esta se inclina. Sin duda el temor recorre al mediocre que nunca cree que pueda ser
juzgado, porque él no querría juzgar, ¡aunque lo hace!: si no lo hiciera, si no
se comparase de algún modo, no nacería en él ese rencor que padece. Si la
realidad es como es, al rencoroso le horroriza lo que existe y de ahí su rencor
al reconocimiento de la realidad, de lo real: la excelencia de tal o cual
persona es imperdonable: Habrá tenido suerte, Lo habrá heredado,
Nació con esa virtud (?), se excusa. Escribe Marías: “Hay quienes se
sienten heridos o amenazados por lo que existe, tal vez por comparación con lo
que encuentran cuando se miran a sí mismos”. Es curioso, apunta Arteta, que sí
se suele admitir la calidad mejor o peor de alguien en el
ámbito intelectual o atlético, sin embargo es inadmisible en el moral.
El rencoroso, insisto,
no le pasa por la cabeza imitar al excelente, a quien busca serlo, sino que mira
con desprecio y rechaza a quien sobresale o es excelente moralmente; casi
siempre queda ahí, no va más allá: se hunde en su miseria interior, se revuelca
en el albañal de su mediocridad aceptada, asumida, querida. No admite ser
ayudado a salir de su situación, porque los equivocados son los otros.
ANTONI GAUDÍ |
Sigo a don Julián en el
artículo citado arriba. Marías habla del perfil del rencoroso como un destructor.
Este se aplica con gran preferencia a la ruptura del
equilibrio de la vida humana: del rencor, entiendo, cruza con frecuencia a la
envidia y al odio. Procurará de continuo atentar contra una sólida
antropología, contra la manera del ser hombre. Un comienzo frecuente lo
hallamos en la corrupción del significado del lenguaje. ¿Usted quiere ser normal?
Pues usted debe sujetarse a ese lenguaje políticamente correcto: ¿por qué
hablar de usted a esa persona mayor o superior, en algún sentido, a mí? El
tuteo se impuso y campa por sus respetos. Esta imposición de lo políticamente correcto
nos impide o
incomoda llamar a la realidad por su nombre y así se produce un equívoco
destructivo de esta. La realidad se desvanece, desaparece, muta. Llega un
momento en que no sabemos de qué hablamos: nos hemos perdido en un laberinto de
palabras carentes de significado o dotadas de nuevos significados que nos
esclavizan. Perdone: cuando me dicen que X es bisexual qué me dicen, ¿que tiene
dos sexos o que se siente atraída por los dos sexos? El juego de los equívocos
que nombran la realidad, antes conocida, con términos particulares de jerga,
nos impiden a los demás acceder cognitivamente a ella. Camus
habló del gran problema actual que es el conformismo. Ser normal es ser como
Dios manda, como se debe ser, ¡y te acabo de decir que Dios ha muerto, que
no creo en Él, que lo escribo con minúscula, que hay muchos dioses! ¡Sepa dios
por tanto! Esto conduce al ser domesticado, al hombre sumiso, al hombre sujeto,
maleable. Por lo tanto, no es casual que todo cuanto hace referencia a lo
políticamente correcto tenga su origen en Max Horkheimer y en la Escuela de
Frankfurt de clara orientación marxista (v. Revista
de libros, nº 179 · noviembre 2011).
Las almas mediocres, de moral canija,
se ocupan de intentar eclipsar todo germen de superioridad, venía a decir
Ortega. Marías, discípulo de este, y también por lógica gran admirador de
Goethe, afirma que el alemán definía al diablo como: "‘Der geist, der stets verneint’, el espíritu que
siempre niega”. Afirma Marías: “Hay individuos, grupos, organizaciones,
partidos, incluso en ocasiones países enteros, que, paradójicamente, ‘consisten’
en negación. Los vemos buscar algo a que oponerse, descalificar, denigrar,
difamar, destruir. Están animados por una voluntad de aniquilación, que no
puede realizarse, por la limitación que los afecta”. Es muy posible que alguno
de ustedes relacione lo que el pensador vallisoletano escribía con carácter,
sin duda, perdurable con lo que está ocurriendo en la política española. Cuanto
peor, mejor, Aprovechemos las crisis para nuestros objetivos.
Levanto de nuevo la mirada y me alejo
de lo concreto de la España de hoy (2020) para seguir con lo general que,
lógicamente, afecta a lo particular.
EDITH STEIN |
Marías es un pensador positivo,
optimista, esperanzado, que aporta soluciones. Sobre este caso hace notar que los
destructores son minorías. Casi
siempre se trata de meras agresiones de grupos, organizaciones, partidos,
mafias, que atacan al torso de la humanidad pacífica, cuyo único enfrentamiento
consiste en una escasa resistencia. Conocida es la idea de Burke: “Para que triunfe
el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada”. Generalmente las personas excelentes, o
que luchan, que briegan, laboran por serlo, no alcanzan a comprender que su
quehacer pueda ser ofensivo, pueda generar ese rencor; arriba lo escribí. Los
rencorosos, los destructores no suelen ser muchos, pero sí es cierto que les
cunde mucho: se hace verdad que los hijos de las tinieblas son más sagaces que
los hijos de la luz. Son pocos, pero se organizan bien y usan todos los medios
a su disposición para conseguir sus fines. El excelente no miente, pues
entiende la mentira como un mal. El destructor no tiene inconveniente en hacer
uso de cualquier medio, pues lo importante es su fin. El rencoroso es carcoma.
Es curioso lo que Marías afirma y hoy comprobamos en tantos ámbitos: “parecen
ocupar una porción del mundo que es bien distinta y tiene realidad muy superior
y, por supuesto, incomparablemente más duradera”. No han demostrada nada, no
han mostrado nada, antes al contrario si han mostrado es su inopia moral, su
alergia a ella y, se manifiestan, ¡superiores moralmente a los demás! ¡Es
fantástico! Insisto: no les importa mentir, usar de forma torticera el Derecho,
el Poder, la Justicia… o ir directamente contra ellos: alcanzar el fin es lo
importante: el excelente, los excelentes tienen que volver al redil de los
normales. ¿Usted por qué lee tanto? ¿Usted por qué estudia tanto? ¿Usted por
qué no miente, es ordenada, limpia, simpática, agradable, sonriente…? ¡¡Qué
molesta es la excelencia!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario