14 de mayo de 2020

369- CHARLIE-SALIDA-El rencor contra la excelencia. “Las comparaciones son odiosas” (PARTE II DE IV).




Fulanito, decimos, es normal. Muy normal: de lo más normal… Lo normal es lo no extravagante, o anormal, escaso, raro, extraño, excepcional, anómalo. Lo normal es la alta frecuencia con que un hecho o conducta ocurren (o se espera que ocurran), se da cuenta de una media estadística.  Y a eso se aspira: todo somos normales, es decir: too er mundo e güeno.

Admirar comporta un empujón interior que promueve a la emulación del bien desplegado, poseído, ganado… por esa persona admirada; pero ya, parece ser, no hay héroes, no hay santos, no hay modelos… ¡solo faltaría! ¿En qué posición y a qué altura quedaría yo? Los tópicos son el guiño de complicidad que nos hacemos unos a otros y que nos ayudan a asumir que pertenecemos a un mismo grupo: somos normales, más o menos iguales; una misma bandera da cobijo al grupo. ¿Quién se atreve a destacar y en qué? El concepto de bondad es relativo, por tanto, que cada caminante siga su camino.

Recuerda Arteta, al hilo de la normalidad ambiental instalada por doquier, a Adolf Eichmann, teniente coronel de las SS nazi y principal responsable de las deportaciones masivas que acabaron con la vida de más de seis millones de judíos. El plan de defensa desplegado por este hombre, responsable de todo ese horror, en el juicio al que fue sometido en Israel, dio pie a una expresión terrible acuñada por Hannah Arendt y un libro sobre ello: Eichmann desde Jerusalén, al que puso el subtítulo: Sobre la banalidad del mal. La negrita es mía. Eichmann y tantos otros nazis, miles y miles de ellos, asumieron las órdenes que recibían y las ejecutaron con perfección (v. también la película documental Claude Lanzmann Shoah y se verá de nuevo más de lo mismo). Insisto: es la banalización del mal. ¿Por qué había de oponerme yo, encargado de los recorridos de los trenes, por ejemplo, a que estos no funcionaran y marcharan a la perfección, quién soy yo para juzgar si llevan vacas, corderos o judíos polacos a la estación de Treblinka? Yo, perdone, soy una persona normal… No pretendo que nadie me imite ni yo tengo por qué seguir ni imitar a nadie. Cumplo con mi obligación como un funcionario normal, es decir, ejemplar.

La Ética predica la búsqueda de la propia excelencia. Es justo la tarea del héroe. Su libertad le hace necesaria la moral que lo conduce, que lo lleva a autoconstituirse en la acción (Aristóteles): con cada decisión se está inventando su propia vida, su modo de estar instalado en ella, tomando una postura ante la realidad. El hombre normal, sin embargo, es el perezoso que se agazapa sobre sí mismo. El hombre normal es un redomado egoísta, ahora veremos con qué clase de enfermedad, porque  es aquel hombre al que las cosas no le parecen tal como son. Es un miope espiritual que carece de la vista necesaria para calibrar los defectos propios y los de los demás; sus propias virtudes y las de los demás. Suele estar chepado de tanto encogerse de hombros. Vive en la acedia.

Así pues… del humus de la normalidad, de la banalización del mal (y, por tanto, del bien) nacen individuos rencorosos cuya actividad consiste en rechazar al excelente, a quien sobresale (nadie debe hacerlo en las aulas, por ejemplo: “Hijo mío, tú sé como los demás. Sé normal”). ¿Se puede criticar la generosidad de quien da a fondo perdido medios, su tiempo, su vida…? ¿No es acaso lo que padece un señor llamado Amancio Ortega, por ejemplo, en España? ¿Usted quién es para dar su tiempo a los demás?, se le puede preguntar al voluntario. Es miseria de estos tiempos que, si antes, se justificaban las malas acciones, ahora hay que justificar las buenas (Camus).

Se puede afirmar que lo aquí expuesto es una vigencia: un ser de las cosas en que se nace y se vive, se asume inconscientemente, forma parte normalizada del panorama personal de quienes viven así. No hay examen de la conducta porque no hay referentes. El examen de conciencia de las escuelas presocráticas (Hadot), por ejemplo, o de los cristianos, tiene como fin la mejora de la persona, la búsqueda de la excelencia y la felicidad…, pero ¿de quién hablamos? ¿Qué es lo bueno o lo malo? ¿Qué es el bien y quién lo encarna? ¿Acaso existe la verdad? ¿No es todo relativo? El rencoroso justifica su rencor. El infierno, el malo, siempre es el otro, los otros.

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