Hay realidades que, para quienes
tienen un dominio pleno de su teoría y su práctica, sus explicaciones darían
para libros densos por su contenido, hermosos por lo que aprender en ellos y
extensos por la cantidad del aprendizaje. Eso entiendo que ocurre con lo que
Julián Marías llamaba “el rencor contra la excelencia”, tema al que deseo
aproximarme. Esta expresión la aprendí en algunos de sus libros hace muchísimos
años y poco a poco he ido acendrando su alcance. Ahora, desde que llegó
Internet, muchas realidades se pueden hallar en él gracias a quienes las han
puesto al servicio de todos: muchísimas gracias a tantos esforzados que tanto
bien hacen, poniendo luces entre tanta oscuridad a veces.
Ya me gustaría contarme entre quienes
son capaces del dominio del que hablaba arriba. Don Julián Marías, persona
excelente, sin embargo, no cabe duda, formaba parte por méritos propios, tras
un ingente esfuerzo, de ese grupo que ha puesto muchísimas luces sabias en los
caminos de muchos, ha abierto claridades que conducen a la verdad. Muchas
gracias. Me sé deudor insolvente.
En un documento que hallo sobre esta
expresión “el rencor contra la excelencia” don Julián explica cómo actúan aquellos que van contra esa excelencia, sea esta
de la clase y especie que sea. Considero necesario, si se me permite, un paso
previo: explicar qué sea eso que así se denomina. Seguro que don Julián debió
de dedicar artículos o párrafos en sus obras para explicarlo, pero no lo hallo,
por lo tanto, servidor se dispone a ello, con el riesgo que esto comporta, con
los pobres medios de que dispone.
Me van a consentir que recorra la
vereda referida a este concepto por los derroteros que lo hice durante mucho
tiempo. Negaré como primera idea, a sensu contrario, que el rencor
contra la excelencia sea odio: no es odio. El odio desea
aniquilar, hacer desaparecer lo odiado: sea persona, por lo que representa, o
realidad de la naturaleza que sea, mas, por norma, realidad material; no cabe
duda que se puede tener también odio a una determinada realidad moral, pero
contra estas es más propio el rencor. Este es resentimiento que queda en
las entrañas de las personas y es difícil de desarraigar, de ¡desentrañar!
Se tiene rencor a esas realidades que
son hermosas y buenas, dice Marías, “especialmente
si le pertenece la bondad. Es el reverso de la actitud amorosa ante lo real”. Se
aproxima muchísimo a la envidia, pero esta digamos que se concreta mucho
más en lo material que en lo moral o ético, donde se produce ese rechazo rencoroso
contra la excelencia. Al envidioso le duele y corroe, le hace sufrir, lo que
el otro tiene: una familia, un coche, una casa, un perro, un marido
agraciado y elegante… y aquello que le gustaría a él gozar, poseer. El
envidioso es mezquino; rara vez se alza más allá de lo inmediato y así no le
alcanza para envidiar las virtudes del otro o el despliegue que hace de valores,
sencillamente porque su incapacidad no le permite percibir realidades de esa
calidad inmaterial. El rencor contra la excelencia se lo autoinflige el
rencoroso. Lo asume, lo cultiva en su interior, lo acrecienta y mima y alimenta
sin que afecte, digamos, a lo otro o al otro que en la mayoría de las ocasiones
ignora generar ese sentimiento en el rencoroso o los rencorosos, aunque, a
veces, no comprenda ciertas actitudes hostiles, enojosas, de rechazo, etc. ¿Qué
le pasa a este o a estos conmigo, contra mí? No le cabe en la cabeza que su
modo de ser, virtuoso, excelente, bondadoso, pueda levantar actitudes
rencorosas.
Hay un
libro magnífico de Aurelio Arteta, La virtud en la mirada. Ensayo sobre la
admiración moral, donde podemos hallar respuesta concreta y breve al venero
del que mana este rencor. Me van a permitir que enumere una serie de
expresiones que nos van a llevar a la fuente principal. Las tomo de Arteta,
solo las enuncio, pero él los comenta incluso: No tengo por qué
compararme con nadie. Todas las comparaciones son odiosas. ¿Quién
soy yo para juzgar a nadie? Y, por tanto: ¿quiénes son los demás para
juzgarme a mí? Nadie es mejor o peor, sino simplemente distinto. Nadie es más
(ni menos) que nadie. A estos tópicos tontos podríamos añadir sofisticadas
e inflamadas citas de renombrados autores en esa misma línea. La realidad es
que todas ellas nos llevan a la realidad por la que nadie debe seguir o admirar
a nadie; no tengo por qué imitar o emular a nadie. No hay modelos. Se decía que
las palabras convencen y los ejemplos arrastran, pero ya, da la impresión, de
que han desaparecido esos modelos ejemplares que arrastren. Lo propio, lo
correcto, lo educado, lo moderado, lo normal es mantener una actitud distante,
neutra, objetiva.
Estoy deseando leer la segunda entrega de esta disertación.
ResponderEliminarSiento que se trata de ahogar hoy en día la excelencia con mediocridad, el para todos café, pero por lo malo, no por lo bueno.
Aquí tiene la segunda entrega...
ResponderEliminarhttps://antoniojosealcalavique.blogspot.com/2020/05/369-charlie-salida-el-rencor-contra-la_14.html
Me asombra lo que usted me dice: los lectores de este blog no son este tipo de entradas las que más visitan o leen... Debe usted ser un 74 muy selecto. Espero que lo disfrute. Un saludo y muchas gracias por sus palabras: son animantes.
Qué lucido Marías en ese artículo. Qué llano y profundo a la vez. Gracias por descubrírmelo, charlie
ResponderEliminarA ti. Mi pregunta desde hace años es ¿por qué se arrincona en el olvido a un pensador tan lúcido y claro, tan clásico...? Tengo una respuesta sencilla: POR EL RENCOR CONTRA LA EXCELENCIA.
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