Es el tonto persona e hijo de
Dios, pero de condición despistada con respecto a Él. Vamos a dejar las cosas
claras desde el principio del párrafo, como pide Ortega. Es mi plan aquí
intentar revisar ante sus propios ojos de usted, permítame, los rasgos y
características más notables de todos los tontos que en el mundo han sido y
son… ¡¡legión!!: incontables como las arenas de las playas. Pertenece este
texto a un brevísimo resumen de un escrito semejante al que escribiera el
magnífico caballero sevillano don Pero Mexía: Silva de varia lección,
que no es otra cosa que un libro de ensayos con siglos de antigüedad, en que
con detalle y partiendo de la admiración, se estudia al tonto como bípedo
implume, un humano común en la especie, reconocible en general y padecido en
particular. Les advierto que nunca es respetable la tontería, la memez, la
necedad y sus muchos derivados…, pero siempre es salvable la persona por tal, y
ser respetable, salvo que en su sandez dilapide su propia dignidad, cosa que
puede ocurrir, y a Boecio me remito.
Empecemos
primero caracterizando al tonto en
general para pasar en un segundo momento a analizar al tonto especialista o
con habilidades técnicas más concretas y, por tanto, es un tonto adjetivado y
especialista. Dado el caso, la descripción de todo tonto, no tiene un orden
particular porque la tontería se ve afectada por la propiedad conmutativa en la
que el orden de los factores y rasgos no afecta al producto último: la necedad.
Si ustedes disponen de tiempo y se pueden dirigir a un diccionario de sinónimos
podrán comprobar la ingente cantidad de estos que nos aproximan a la categoría
‘tonto’, la más comúnmente usada.
Un
primer rasgo de todo tonto, debate
antiguo, desde los presocráticos, es si el tonto nace o se hace. Esta
disquisición se ha tenido con innumerables realidades, pues en el fondo es
larga disputa sobre la libertad del ser humano, la predestinación, los
destinos, las vocaciones, etc. La idea más comúnmente defendida es que el tonto
se hace; a quien pudiéramos llamar vulgar, coloquial, injusta e
irrespetuosamente tonto de nacimiento
es persona que no tiene cabida ni entra en este tratado; este, por norma,
merece en absoluto todo nuestro respeto y, en cualquier caso, y por principio
no tiene cabida en este escrito pues su limitación no admite ser nombrada de
este modo, muy al margen, eso sí, de lo políticamente correcto, memez de la que
Dios nos libra. La tontería es una cualidad propia de individuos que cultivan
su necedad, su majadería, su estupidez, su sandez… y su tontería con el mismo
mimo con que se cuida el nacimiento y del desarrollo del culantrillo de pozo,
planta de especial sensibilidad en su nacimiento, crecimiento y desarrollo. Por
lo tanto, ya tenemos ahí al tonto, quien muchas veces ha carecido de la ayuda
-obra de misericordia corporal: enseñar a quien no sabe- necesaria para mejorar
como persona y reconducir su existencia al margen del perdedero. Así pues,
quede claro: el tonto se hace.
Un
segundo rasgo característico del
tonto es que este siempre más habla que escucha por norma. No es que sea sordo,
es que no deja hablar. Siendo las orejas dos y la boca una, todos los sabios
que en el mundo han sido, han transmitido que más se debe escuchar que hablar
y, sin embargo, el tonto es hablador, lenguaraz, verborrágico, chismoso y
tendente a caer en la murmuración y la calumnia es por ello que, en el Nuevo
Testamento, en Mat. 12:36 se afirma que: “36 Os digo que de toda palabra vana que hablen
los hombres darán cuenta en el día del Juicio”. Todo lo que el tonto dice se
refiere a aquello que lleva en su cabeza, tonterías, y en su corazón, y mucho
ojo que no siempre el tonto es bueno ni bondadoso ni bienintencionado: ahí
están la maledicencia y la calumnia como muestras y ejemplos. Esto hace
que el alma del tonto corra peligro: opina de lo que no sabe y dice tonterías;
cree que toda opinión es respetable (ignorando que lo respetable es la persona que
no así todo cuanto esta dice); cae con frecuencia en el chismorreo, en el
comadreo y por persistencia en la murmuración y la calumnia, insisto, siendo
estas especies especialmente dañinas y malignas para el tonto en sí y para
quienes le rodean, pues siembra discordias interesadas, que malmeten e
indisponen a personas, instituciones, etc. entre sí.
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