17 de abril de 2020

CARTA A LA MINISTRA DE EDUCACIÓN


       

Muy señora mía, señora ministra de educación, señora Celaá:

El pasado 14 de marzo de 2020, supongo que lo sabrá, pero por si acaso… le recuerdo que declararon ustedes el estado de alarma aquí, en esto que España se sigue llamando.

Le escribo al hilo de lo que leo y escucho que usted y sus “especialistas”, “técnicos”, “expertos”, “asesores”, etc. del Ministerio decidieron ayer día 16 de abril. Lo oído, lo decidido por ustedes, señora mía, es la gota que rompe mi tensión de superficie. Una más, pero es justo la que jode el pasodoble… ¡ya ve!

Cuando aprobé las oposiciones a profesor de instituto, enseñanzas medias o como se llame, y a lo que ustedes me dedican, que tanto me da ya a las alturas en que estoy…, como usted, lo mismo que usted, que fue profesora de ídem, pero de Filosofía, ¿se acuerda?... Usted y yo nos presentamos a un temario y con unas condiciones a la libre oposición. Ni en uno ni en las otras, por ninguna parte, se decía que yo debía saber informática, ni se me examinó de ello. Tampoco se me dijo que debiera tener en casa un ordenador ni pagar de mi bolsillo la conexión a Internet: nada de nada. Desde el mismo día que aterricé en un instituto, sin embargo, me vi obligado a manejarme en un programa llamado Séneca, que me convirtió al estoicismo por la velocidad y la versatilidad y la eficacia del mismo. Lo tuve que aprender, lo poco que sé, por mi cuenta y riesgo.

Para mejorar la calidad de mis clases, en nombre y beneficio siempre de quienes somos extorsionados y secuestrados emocionalmente, “los pobres alumnos que de nada tienen culpa”, adquirí un ordenador portátil, pues así podía facilitar y establecer estrategias metodológicas que nos ayudaban a todos: a mis alumnos y a mí… Gasté dos de mis ordenadores al servicio de España y de santo Tomás de Aquino, y me acordé de aquello que dijera Fernández Coronel: Castilla face a lo omnes…, si es que lo dijo. Me acuerdo con frecuencia de ello. Cuando, en no recuerdo qué curso, recibí un ordenador que el Centro me otorgaba, aquello parecía, por su tamaño, la petaca del tabaco que mi abuelo usaba y tuve que seguir utilizando el mío, porque el penco era parejo a Séneca: ¿se acuerda? Renuncia y soporta. Una vez, hace décadas, usted estudió y supuestamente enseñaba Filosofía en un instituto… ¡hace mucho, mucho tiempo!

El día 14 nos mandaron ustedes a encerrarnos en casa, se lo he recordado arriba. Los profesores debíamos dar clase como buenamente pudiéramos a nuestros pobres alumnos que las recibirían no sabíamos cómo, y ustedes menos aún. Allí en el hogar: padres, profesores, alumnos, hijos, el abuelito, la tita y el ordenador, en el encerradero, con Internet íbamos a ir ¡a la escuela…! Todos a ello por orden ministerial, por imposición, por bemoles y sin que nos preguntaran nada de nada, sin que se nos consultara nada, como es costumbre con esto que ustedes llamarían “el colectivo docente”, que entró por el aro como un corderito.

¿Cree usted, señora, que se aprende a dar clase mediante ordenador a unos alumnos de Primaria o ESO de un viernes para un lunes? Pregunte a sus expertos, alguno habrá que conozca los estudios y publicaciones que sobre el particular hay. ¿Acaso cree que los niños, los papás nacieron enseñados para manejar ordenadores…? ¿Acaso alguien les enseñó a usar un procesador de textos, una plataforma…? Ustedes se me antojan unos pobres ignorantes. Ustedes, ricos por su casa o por el cargo, creerán que todos tenemos varios ordenadores en casa, conexión a Internet y otro tanto los alumnos… ¿¡Pero en qué coño de mundo viven ustedes!? Al parecer usted siempre tuvo medios, pero ¿cree, acaso, que Pablo Iglesias nació en el casoplón de Galapagar? Muchos de los profesores, con sus hijos en casa, con esposas y maridos trabajando también en casa… necesitan tres o cuatro ordenadores para mantener el supuesto ritmo de las clases, del trabajo cotidiano.

Mire usted, señora, di clase de 3º de EGB a 1º de carrera en todos los niveles durante 40 años y servidor ignora cuánto tiempo necesitan los alumnos para hacer determinadas actividades que ahora envío para una semana, sin ver a los alumnos durante esta… ¡Ni idea, señora, ni puta idea! No lo sabía ni lo sé: hasta que ellos empiezan, pobres míos, y me escriben diciendo que me he pasado tres pueblos o diecisiete o que vamos cortos… ¿Ustedes se creen que todo ellos tienen ordenadores, impresoras, escáneres… para enviar los trabajos realizados? ¿Ha visto usted la calidad de las impresiones tras enviar un trabajo primoroso que se ha fotografiado y donde apenas se ve lo que hay escrito?... Por lo que veo, ustedes dan muchas órdenes, pero no proporcionan lo necesario: los sanitarios no lo han tenido (ignoro si ahora lo tienen), a nosotros ni se nos ha proporcionado ni se nos proporcionarán medios, somos pobres maestros. En Italia están ayudando a los profesores a comprar equipos desde los que poder dar clases…

Pues ahí nos tiene, señora: tras un mes haciendo esfuerzos tremendos: aprendiendo, organizándonos… Correos electrónicos, plataformas, teléfonos: llamadas, wasaps… Entre profesores, entre alumnos, entre profesores y alumnos… Los padres… y usted, ayer, nos dice: que estamos jugando a las escuelitas y que todo el mundo aprobará… ¿¡diagnóstico!? Porque usted, señora, confunde evaluar con calificar… ¡N.P.I.! ¿Después de todo lo que llevamos evaluado cada profesor, y calificado el segundo trimestre, cuando estamos en el tercero nos dice que estamos “jugando a dar escuela”? Usted, ustedes se están burlando en nuestras caras de nuestro trabajo y de la dignidad de este y de nuestras personas… ¿Me quiere decir qué coño significa que, “al final los profesores evaluarán a los alumnos”…? Esto suele ser así ¡SIEMPRE!: en ninguna evaluación durante el curso, ordinaria de junio y extraordinaria de septiembre he visto allí a bomberos, ni policías, ni a fontaneros, ni al obispo… evaluando a los alumnos… ¿Nos está tomando el pelo? ¿De qué nos está hablando, señora? ¿Después de corregir, valorar, sopesar, evaluar con ímprobo esfuerzo… quiere que califiquemos con un aprobado salga lo que salga en nuestra valoración? ¿¡¡Si la calificación está ya dada, tanto si soy alumno como profesor… ni estudio ni doy clase!!!? Educar, enseñar, es un proceso que comporta tensión, esfuerzo, trabajo, orden, constancia… ¿y usted viene a reírse de nosotros en nuestra cara? ¡¡Después de cuarenta años dando clase…!!

Señora Celaá, me va a permitir que le diga, con el mismo respeto con que usted nos trata, que usted ni tiene vergüenza…, ¡ni la ha conocido!

Tucho Castelo.

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