No deja de ser llamativo que tuviera
noticias de esta novela, El curioso incidente del perro a medianoche,
obra de Mark Haddon, por su adaptación dramática y su representación en el
teatro Marquina. Llegaba a Madrid precedida de un gran éxito en su adaptación
en Londres y Broadway. No pude verla en el teatro, así que decidí leerla en su
género originario, la novela, y me hice con ella.
Creo que lo capital de la obra no es
tanto qué sucede: cuál es el argumento y la trama, sino cómo sucede. Escrita en
primera persona, el autor asume el punto de vista de un adolescente con
síndrome de asperger, Christopher
Boone, que inicia una investigación sobre la muerte del perro de una
vecina, lo que le llevara donde él ni imagina, ni tampoco el lector.
Los problemas de Christopher, como cualquier persona son
este síndrome, se refieren principalmente a la relación con el entorno y
las personas que le rodean: si es conocido el medio en que se mueve o no, si es
desconocida la persona con quien trata o sí lo es, etc., como sabe cualquiera
que conozca algo de una persona con síndrome de asperger: ojo, las variaciones
entre unas personas y otras que padezcan el citado síndrome pueden ser muchas.
Sin duda la inmediatez y la frescura con que Christopher narra todo son espléndidas. Por ejemplo, es
incapaz de mentir, pero no por problemas morales o éticos, sino por mera
adhesión a la realidad de la que no desea separarse por su propia seguridad; su
franqueza le lleva a chocar con quienes tiene alrededor y no lo conocen o
incluso con aquellos que sí se supone que lo conocen y lo quieren: sus padres
por ejemplo. Su padre comete el error de decirle eso que llamaríamos “una mentira
piadosa”, que el niño valora muchísimo, de gran alcance para él, y eso le
llevará a desconfiar absolutamente de su padre: Quien roba una vez ya es
ladrón, afirma Aristóteles en su Ética a Nicómaco, pues eso: quién
miente una vez… más de lo mismo. Su madre sencillamente llega un momento en que
no lo soporta: no lo ama lo suficiente como para aguantar la enfermedad que su
hijo padece; esto, Christopher, lo vive con el distanciamiento propio de quien
observa por un microscopio una bella mariposa o por un telescopio, una
estrella.
Si es
cierto que leer “lo que Christopher” escribe es divertido no es tanto muchas de
las memeces que el autor incluye sobre temas morales… que se me antojan
simplificaciones particulares e interesadas sobre algunos asuntos y temas que
no vienen en absoluto al caso. Del gusto de Christopher por las Matemáticas no
se deriva necesariamente el ateísmo forzado del niño…, sino de la nula
educación religiosa que ha recibido, como se deriva del entorno. El autor
también, por forzar el realismo de la obra, para hacer más creíble al niño,
mete al lector en jardines de cálculos matemáticos… que, sinceramente, tampoco
aportan nada a la narración, salvo que pretenda hacer una defensa tácita de la
inteligencia de quien pueda padecer el citado síndrome de lo que, al menos
servidor, ni dudaba ni duda: porque tengo alumnos y conocidos que padecen tal
síndrome. En un momento determinado hay alguien, no recuerdo quién –lo he
buscado en mis notas y se ve que no lo anoté- le pregunta a Christopher si no
ha sido capaz de probar a mejorar como persona…: padecer el síndrome de
asperger no comporta que no se pueda intentar mejorar en todas las virtudes
humanas, pues todas están más o menos a su alcance, como lo están para todos.
Solo la profesora le enseña técnicas que lo calmen, tácticas para afrontar su
vivir cotidiano, pero ¿qué hay de las virtudes?
Insisto,
creo que el lector pasará un rato agradable con la lectura del libro… Me ha
resultado curiosa la novela y me ha merecido la pena leerla (por cierto, he
visto que se puede hallar en pdf. en Internet).
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