3 de marzo de 2020

402-Steiner, George: UN LARGO SÁBADO


Reescribir un artículo perdido no es caso que me ocurra con frecuencia, pero en alguna oportunidad se dio. Esta es una de ellas. Terminé de leer la larga entrevista a Steiner y me puse a escribir. Había tomado, como siempre, notas mientras leía… Me gustó cómo había quedado lo escrito, aunque aún le faltaba un poquito de descanso y una última corrección antes de estar dispuesto para publicar: no lo encuentro, lo he perdido. Juraría que lo guardé, pero no lo hallo… Empezamos de nuevo. Estoy contrariado.

Ha muerte George Steiner. Supongo que a una inmensa mayoría este nombre no les dice nada; si culto, quizá, alguna noticia suelta de sus boutades personales, literarias, vitales; de sus salidas de tono, de su rebeldía, de su condición de judío, que por raza lo era… Ha muerto en su casa de Cambridge, Inglaterra, donde quiso que la muerte le llegara. Steiner tenía 90 años. Profesor en encumbradas universidades del mundo, recorrió este con sus conferencias sobre Literatura, sobre obras literarias, con su pensamiento a cuestas, con sus visiones, muchas veces absolutamente disidentes y opuestas a lo políticamente correcto, contrarias a las modas, sin importarle quedarse al margen: al fin y al cabo, su condición de judío, le hacía saber que este siempre es un hombre con una maleta preparada y dispuesto para partir de nuevo.

En la larga e interesante entrevista, dividida en varios capítulos, que le hace Laure Adler, Steiner no parece guardarse respuestas inconvenientes, ¿si no lo había hecho nunca por qué razón había de hacerlo ahora cuando la edad y lo vivido le hacían saberse un outsider de este mundo en que sobrevivía y que cada vez entendía peor? No dejó aquí de repasar capítulos especiales de su vida, ya muy conocidos, como mucho de lo que cuenta (los viejos insistimos una y otra vez sobre el mismo remache cien veces golpeado). Así por ejemplo, la fortuna de que su padre hiciera caso a un soplo que recibió de un conocido empresario alemán para abandonar París y marcharse con su familia a Nueva York antes de que los alemanas invadieran Francia y sus vidas corrieran el peligro de la muerte en campos de concentración; no todos los judíos se mostraron igualmente inteligentes y crédulos y lo pagaron con sus vidas. Su visión del mundo judío, siempre ambivalente, el orgullo de pertenecer a un pueblo que ha dado la mayor cantidad en muchas ciencias de Premios Nobel.. y, por otro, a un pueblo sujeto a un libro y a una actitud belicosa, continuamente en guardia… que, aunque comprensible… No, él no quiso irse nunca a vivir a Israel, la gran estación final de tantos judíos errantes… Como judío, casi desde niño, comprobó el odio a su raza, pero eso era historia y a la historia, como su padre le enseñó, no se le teme.

Orgulloso de su condición de profesor de literatura por casi todo el mundo, sentía vanidad por haber tenido “tres o cuatro” alumnos más inteligentes y mejores que él… Admirador hoy de los chinos y los hindúes, capaces de tantos éxitos intelectuales… Agradecido por haber podido compartir universidad con grandes genios de la lógica y las matemáticas en universidades americanas y profesor en Cambridge desde los 60.

Fue crítico literario cuando tenía una larga vida por delante en The Economist donde se le aseguraba un brillante futuro, pero optó por volverse a Estados Unidos. Colaboró con el prestigioso The New Yorker casi tres décadas, desde mediados de los 60 a mediados de los 90, siendo su crítico estrella. Después colaboró también en The Times Literary Supplement.

Su gran asombroso y escándalo se hallaba en cómo el arte, y la Literatura en particular, no había sido capaz de mejorar al hombre y con él a la sociedad, al mundo. Defensor del canon junto con Bloom, Steiner le escandalizaba lo sucedido en el siglo XX.

Melómano excepcional, le parecía maravilloso poder escuchar cuanto quisiera, todo comprimido en un disco de una calidad extraordinaria; sin embargo confesaba su desprecio por el arte del cine por su fugacidad: un supuesto arte, una realidad que no soporta tres visiones, cuando una composición musical se puede escuchar sin tasa, cuando una composición literaria se puede leer infinidad de veces y hallarse sorprendido por novedades antes no apreciadas… Al final de sus años admitió que esta percepción del cine le llevo al error y comprendía que su valoración de este estaba errada, pero ya llegaba tarde para comprender y gustar del llamado séptimo arte.

Desde que conocí esta idea, no recuerdo cuándo, me resultaba curiosa. Siempre recomendé, porque así lo hice y me iba, y me va, muy bien leer con un lápiz en la mano; con un papel donde anotar. Dice Steiner que la humanidad se puede dividir entre dos tipos de personas: los que leen con un lápiz y los que no: “En efecto. Y lo repito: casi es posible definir al judío como aquel que siempre lee lápiz en mano porque está convencido de ser capaz de escribir un libro mejor que el libro que está leyendo. Es una de las grandes arrogancias culturales de mi pequeño y trágico pueblo.[…] Hay que tomar notas, hay que subrayar. Hay, hay que luchar contra el texto”. Como se comprenderá no es sino una boutade de las que arriba hablaba… ¿Y a la parte de la humanidad que no lee porque no sabe o no quiere… dónde la situamos, profesor Steiner? ¿Y quienes lo hacemos desde que tuvimos noción de mejor fijar un texto tomando notas y escribir lo que no deseamos olvidar y no somos judíos en qué parte del patio nos situamos?

Creo que el libro, la larga entrevista es interesante para quienes… tengan interés en este pensador e intelectual, no sé si es hiperbólico, que ha sido calificado de los más importantes del siglo XX y lo que llevamos del XXI… No lo sé (ni me importa demasiado). RIP.

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